(A
los campos de mi infancia feliz en Pedroñeras)
No sabes Tú cómo me duele tu distancia
cómo
pasan las noches en oscuro desvelo
en mi
redil
de aquí.
Que las
voces son mudas y las tierras amargas,
No, no lo
sabes tú.
Que mi
boca está quieta en tu deseo,
No lo
sabrás jamás.
Que grito y lloro mis alegrías a solas, rompiéndome en jirones.
Dentro de
las paredes donde enciendo mi vida.
Y es la
lóbrega noche más como un poso aciago en el fondo del vaso.
En la
distancia.
Que en la
distancia no bebemos ya. No, palabras,
Palabras
tuyas que tratan de escaparse.
Y he
temido perderlas. Que se fueran por siempre.
Me
traicionó mi boca y quizá hoy ya seas de otro, y para siempre,
Por
callar
Yo, aquel niño, oculto de mi alma el
sentimiento y la agonía
de tu
presencia, ahora.
Hoy que
tu imagen no repara distancias y me golpea
Fuerte, terriblemente
dura, con fruición
En mi cristal tan frágil, mientras yo grito: ¡Vete!
No quiero
que regreses tan de otros.
No quiero
que me hiera tu presencia manchada.
Tú que sí
fuiste un día
el mundo todo de mi Verdad:
mi Vida.
Y me has
dejado solo, desenterrado, yerto
En mi
rincón banal.
¡Vete, pues! Yo te digo
(Aunque
bien sé, de dentro, que mi deseo es otro: de tu boca y tu voz por
siempre).
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