Uno de mis libros más queridos es este que recoge todo lo referente al folclore infantil de nuestro pueblo. En él, un apartado está dedicado a los cuentos y chascarrillos que se difundieron de modo tradicional (o popular) en nuestro pueblo. Más de un centenar recogí y publiqué en este libro, y de seguro que habrá (o habría) bastantes más. Algunos parecen hincar sus raíces en el siglo XX (quizá), pero otros son claramente de de origen medieval y renacentista, pues se documentan con variantes ya en esta época de florecimiento de nuestra literatura oral.
Este que hoy dejo recogido por este blog pedroñero es el que titulé "El muerto junto al castaño", que hace el número 31 de mi particular recopilación y acaso algunos conoceréis de haberlo escuchado en la familia o a algún anciano del Lugar. Este en concreto es de los antiguos. Fijaos que ya el maestro Correas (Gonzalo Correas), lo recoge en su Vokabulario de refranes (Salamanca, 1627), solo que, en vez de un castaño, el árbol del cuentecillo es un manzano, conteniendo, además, la variante de que el marido finge su muerte.
Correas registra la expresión "Apartalde del manzano, no sea lo de antaño", y, a continuación, la glosa o explica con el cuentecillo tradicional. ¿Dónde tendría sus raíces? ¿Cuáles serían sus fuentes? ¿Cuándo nacería? ¿Dónde? ¿Quién sería su creador? Son preguntas de difícil respuesta. La versión de Correas, la podéis leer en mi libro en nota a pie de pagina, en la cual también remito a las versiones recogidas por el folclorista Aurelio M. Espinosa (con el título "No lo arriméis al castaño") y por López y Ortiz en su Etno-escatologicón (con el título "El muerto que resucita", que finaliza con los versos: "¡No lo echéis por los castaños, / no nos pase lo que antaño"). Quizá por la Red puedan localizarse otras versiones del cuentecillo; estoy casi seguro de que así será.
La nuestra es la siguiente:
El muerto junto al castaño
El breve cuento nos relata la historia de una mujer que deseaba que su marido muriese, pues le daba muy mala vida.
Un día, creyéndolo todos muerto, lo metieron en un ataúd y lo colocaron junto a un castaño para velarlo. Mientras tanto, su mujer, sin sentir pena alguna, bailaba y cantaba. Cuando esto hacía, el marido inesperadamente se levantó del ataúd en el que yacía, pues, al parecer, no estaba muerto del todo, y apaleó a su esposa (como era costumbre, por otro lado).
Pasado el tiempo, el marido murió, y esta vez de verdad. Introdujeron su cuerpo en la caja, pero la mujer, aún desconfiada, pensando en lo ocurrido aquella vez de marras y en los palos recibidos decía con inssitencia:
No lo arrimís al castaño,
no pase lo que antaño.
Debajo de este, ni se os ocurra dejarlo.
Ángel Carrasco Sotos
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