Isidoro Pacheco Jiménez, quien abrió el comercio
Por Antonio Pacheco Arroyo
Haciendo un poco de historia y por lo que yo oía hablar a los hermanos Isidoro, Jacinto y Carmen Pacheco Ruiz y a mi abuela Carmen Ruiz, que era más reservada, en las largas horas que pasaban en la puerta de casa durante la época estival, y haciendo una recopilación de todo lo escuchado durante mis estancias en Pedroñeras, puedo hacer una pequeña historia de la familia, aunque para determinadas fechas habría que ir al registro civil para comprobar su exactitud. Os cuento.
El comercio de Isidoro Pacheco Jiménez
Para llegar a este punto hay que retroceder en el tiempo y pensar que Isidoro provenía de una familia que llevaba tiempo sirviendo en la familia Mendizabal, o sea, se dedicaban a ser los mayorales en alguna de las haciendas que esta familia tuvo desde que sus antepasados realizarán la segunda desamortizacion, allá por la mitad del siglo XIX.
Su padre, Jacinto, y su tío, Nemesio, ya durante la República formaron parte de la corporación municipal siendo el segundo alcalde durante la Guerra Civil (ver Todos los alcaldes de Pedroñeras desde el año 1900). En este punto quisiera alargarme un poco en la historia pues creo que Las Pedroñeras nunca ha tenido consciencia de lo que hicieron estas dos personas por el pueblo durante los tres años que duró la contienda. Bien es verdad, como Ángel Carrasco ha investigado (ver el artículo Muertos pedroñeros durante la Guerra Civil), hubo vecinos que murieron en el frente por alguno de los dos bandos, pero lo que yo siempre les he escuchado a mi padre y a mis tíos y de lo que se sentían muy orgullosos era que dentro del pueblo no hubo ninguna víctima por venganzas durante la guerra, a excepción del cura, Gabriel Iniesta, que una noche con nocturnidad y alevosía, gente de otros pueblos se lo llevaron y lo mataron en un montículo de la carretera, cercano a la Alberca. Lo podría indicar y fotografiar porque mi padre siempre que íbamos a Pedroñeras desde la Alberca me señalaba el punto exacto. Como decía, estas dos personas, que luego fueron encarceladas durante cuatro meses en el monasterio de Uclés (ver Presos de Pedroñeras en la cárcel de Uclés), fueron puestas en libertad, pero estaban señaladas por el régimen, con lo cual debían de andarse con mucho cuidado con lo que hacían y decían por el pueblo. Nunca se les reconoció la labor hecha desde el ayuntamiento durante esos tres años.
Isidoro Pacheco, hijo, con su madre Carmen Ruiz Hortelano (viuda de Isidoro Pacheco Jiménez).
Isidoro Pacheco Jiménez era hijo de Jacinto y sobrino de Nemesio y, había pasado su infancia y juventud ayudando a su padre en las labores agrícolas. Cuando se hizo mayor de edad, se le asignó una encomienda para ser él quien la dirigiera como mayoral. A los pocos años, pensó que su vida tenía que cambiar y a pesar de que ya estaba comprometido con Carmen Ruiz, que también provenía de una familia dedicada a la agricultura y en contra de lo que ella opinaba, pues tenía un buen salario, decidió, una vez casado y antes de tener hijos, independizarse, hacerse lo que hoy conocemos como autónomo, y en un solar de la calle Montejano, con los ahorros que tenía y la ayuda de ambas familias comenzó a construir allí la que iba a ser su casa familiar, con una parte dedicada al comercio.
Es una casa muy robusta, ya que tiene casi cien años y apenas ha tenido que ser restaurada. Solo con un pequeño mantenimiento, se ha conservado hasta el día de hoy, pero ahora sí que tenemos que actuar mejor porque en los últimos veinte años no ha tenido ninguna mejora.
Comenzando por bajo, tenemos un sótano muy grande o así me lo parecía a mí cuando era pequeño; el caso es que ocupa el espacio de las tres habitaciones que hay por encima y calculo que estará por encima de los 60 m2. Tenía dos entradas: una por el fondo para las personas, una escalera de piedra que daba a la galería adjunta al comercio y por donde se subía la mercancía; y otra escalera, esta de madera y que se podía retirar, que se ponía para bajar las mercancías desde la calle, que venían en grandes cantidades, y luego, en el día a día,se iban subiendo a la tienda. Aquí había dos grandes tinajas que contenían el vino tinto y el vino blanco. Otra tercera tinaja, casi la mitad que las anteriores, contenía el aceite. Nunca supe por dónde se bajaron estas tinajas grandes porque no cabían por ninguna de las dos entradas que tenía el sótano y ni mi padre ni mis tíos sabían contestar la pregunta, pues decían que siempre las habían visto así. Frente a estas tinajas había una gran estantería como las del comercio de arriba que recorría toda la pared de izquierda a derecha y de arriba abajo.
Aproximadamente en mitad de esta estantería, había (y hay) un hueco con una trampilla en el comercio desde la que se subían determinados productos a la tienda para evitar estar subiendo y bajando constantemente las escaleras. Todo el sótano llegaba a estar repleto de productos pues a lo largo del año había temporadas que se necesitaban para su venta. Para finalizar el recorrido por el sótano, quedan por mencionar dos pequeñas cosas: un hueco que hacía las funciones de frigorífico, pues entonces no existían estos aparatos y se escogía la zona más fresca de la casa; este hueco o alacena, aunque parece pequeño, tiene gran profundidad y, con sus tres estantes, daba cabida a productos como encurtidos, todo tipo de aceitunas, productos de orza... Lo cubrían dos ventanas sin cristales, Estas ventanas constaban de mallas antiinsectos voladores o terrestres que en algún momento te podían echar a perder algún producto.
Por último, existe una cueva frente a la escalera de bajada, que tenían cubierta con una cortina, y que cuando yo la apartaba, solo se veía oscuridad. Nunca he sabido la profundidad que tiene. Si algún valiente me acompaña algún día, podré descubrir este secreto que para mí guarda el sótano de esta casa.
Como he nombrado más arriba, este sótano tiene comunicación con la calle pues entre la entrada principal de la casa y la entrada al comercio existe una puerta ancha y baja que servía para dar entrada a los productos que luego se vendían en tienda.
En la planta baja, entrando a la casa, hay cuatro habitaciones. Un de ellas, hace las veces de portal, con una ancha escalera de subida al piso superior. Otra, en la que el hueco de la escalera se aprovecha para formar otra pequeña alacena. A mí me gustaba entrar allí porque mi abuela tenía el chocolate, y de pequeño se lo quitaba, hasta que empezó a esconderlo por dentro de las ollas y demás recipientes que había. Siempre lo encontraba y cuando se daba cuenta se enfadaba y me regañaba pues era una mujer poco habladora, pero con mucho genio. Lo que más me llama la atención de este espacio es el suelo, pues las baldosas están puestas como si fuera el sobrante de las demás estancias. En esta habitación estaba el teléfono de la casa y antiguamente se comunicaba con el comercio. No tiene ventanas, por lo que es la más oscura de toda la casa
La siguiente habitación era el comedor y aquí me llamaba la atención la gran fotografía que había de mi abuelo Isidoro con el hijo que murió, Antonio, ambos en manga de camisa, sentado mi abuelo y de pie mi tío cuando apenas contaría con diez años. A su lado, un reloj de cuco. Era el lugar donde se ponía una estufa de hierro y se le echaba madera como combustible. Adosado a este comedor había otra habitación que ha servido para todo: como dormitorio cuando funcionaba la tienda, como almacén cuando faltaba sitio y, más tarde, como trastero con un montón de baúles de todos los tamaños (llegue a contar 6 en un determinado momento). Allí estaba el bastón que debió utilizar mi abuelo los últimos meses de vida, así como la boina que en aquella época utilizaban los mayores.
El comedor se comunicaba con una cocina y una alacena que hoy ya no existen lo que hace que el patio ahora sea mayor que cuando yo realizaba alguna de las fotografías familiares que aún conservamos. Pasando ya a lo que es la tienda, en realidad es como hoy se puede apreciar aunque con otra distribución. Aún quedan estanterías originales que las Melgas han pintado. Hace cincuenta años, entre el escaparate y la puerta de entrada, comenzaba un mostrador que daba vuelta a casi toda la tienda.
Entrando desde la calle, a la izquierda, estaban lo que hoy conocemos como ultramarinos o comestibles (entonces la sal, azúcar, harina... ), que se vendían por peso, así como los aceites, vinos y demás, que se vendían con medidas de capacidad. Para el café tenían dos molinillos, uno de ellos pequeño, con la manivela girando por arriba y en sentido circular de izquierda a derecha. Para grandes cantidades se utilizaba el molinillo que más me gustaba a mí. Este tenía dos ruedas del tamaño de los volantes de los coches, situadas ambas a izquierda y derecha; en medio estaba el mecanismo de moler con la forma de un gran huevo de avestruz y en la parte baja estaba el cajoncito que contenía la molienda, y arriba la pequeña tolva donde se depositaba el grano. En esta parte del mostrador se situaban los bidones de aceite, camuflados detrás del mismo y por un agujero se introducía la bomba que extraía el líquido; lo medía y, cambiando el sentido de ese mecanismo, llenaba la o las botellas que el cliente traía para realizar la compra.
Frente a la entrada, la estantería estaba ocupada por todo tipo de telas. Se medía en el mostrador una vez que el cliente había elegido entre las varias que se le mostraban.
A la derecha, la estantería estaba en alto, no llegaba al suelo y se colocaba el calzado, también muy diverso, desde las alpargatas, abarcas... hasta los calzados de piel más lujosos. Por bajo de esta estantería y por el suelo, se colocaban los productos de temporada.
La trastienda estaba completamente llena de estantes y se colocaban los productos que no se querían tener a la vista, por precaución y por ser más delicados.
Se me olvidaba deciros que, cerca del escaparate, había una zona de la estantería con dos puertas acristaladas que aproximadamente ocuparían un metro de ancho por tres estantes de alto. Aquí se colocaban todo tipo de perfumes y colonias (los coloniales de la estampa).
El escaparate es muy pequeño y es el original. Hoy día, las Melgas lo abren todos los días y la única diferencia es que yo lo recuerdo con dos estantes.
Por el techo se colgaban los arreos que utilizaban los mulos para arar: cintos, correajes...y hay una trampilla que da al dormitorio del matrimonio por si alguien pretendía robar por la noche o bien vigilar cuando había mucha gente en la tienda.
La galería era una estancia de usos múltiples. Servía tanto para descansar como de almacén, e incluso, en el verano, se utilizaba como comedor. Un patio, una cocina, alacena y una zona de lavadero, pues antiguamente el lavado de la ropa lo hacían a mano, completaba, con unos pequeños aseos, la zona más próxima al comercio. Esta casa tenía también una zona dedicada a los animales: pocilga o gorrinera para dos o tres cerdos y también un gallinero por encima con capacidad para un montón de gallinas la cuales tenían salida a un pequeño corral. Este corral tiene bajo su superficie actual una gran piedra tallada que se usaba como pila de lavar y quedó enterrada cuando se saneó y se quitaron los animales. Sería digna de exhibirse en un museo etnológico.
Por último, estaba la parte agrícola con un pajar y un pasillo, y, por encima, una tiná llenarla de sarmientos y maderas procedentes de la poda de las viñas. Un pequeño porche comunicaba con la calle hoy denominada García Izquierdo, formando parte del rincón que hace la calle más ancha.
Como curiosidad, mi padre me ha contado que, antes de comenzar la guerra, mis abuelos tenían todas las dependencias de comercio a rebosar, incluso habían alquilado una casa enfrente entre la de los Pájaros y la de Basilio y Agustina, padres de Agustín, el hoy presidente de la cooperativa de ajos. Esta casa posteriormente yo la conocí como un bar. Pues lo dicho, esta casa estaba también llena de productos para vender.
Durante la contienda, se vendió todo, se aprovechó gran parte de las ganancias para invertir en los otros negocios que fue creando la familia, y aún les quedó gran cantidad de dinero, que al terminar la guerra se perdió, pues el dinero en metálico no se pudo cambiar ya que el nuevo régimen no lo admitía al acuñar las nuevas monedas y billetes. Significó el mayor revés en 25 años, pues tuvo que paralizar algunas nuevas inversiones que tenía en mente.
La guerra supuso también la movilizacion del hijo mayor Isidoro, por lo que la parte agrícola estuvo paralizada; su hermano Antonio había muerto al comienzo de la década de los años 30 con solo 17 años, mi padre Jacinto estaba estudiando en Albacete, así que solo quedaba el matrimonio (Isidoro y Carmen) y la hija, también Carmen, para atender los negocios. Tras la contienda, Isidoro se reincorporó y dio un nuevo impulso, pero la huida de mi padre a Rusia, formando parte de la División Azul, supuso un duro golpe para su padre, Isidoro, que creyó no volvería a ver a este hijo y entró en una grave enfermedad y murió. Mi padre se enteró de la muerte cuando regresó.
Los motivos que llevaron a Jacinto a emprender esa aventura fueron las pocas ganas de estudiar que provocó la guerra y la aventura que suponía embarcarse hacia lo desconocido. No supo dónde estaba hasta que empezó a ver a sus compañeros muertos o mutilados. Él y sus compañeros del colegio menor de Albacete donde había pasado 7 años interno estudiando en el instituto de Bachillerato, fueron a la llamada del SEU al acabar ese séptimo año y junto a otros dos amigos, solo con 18 años, se alistaron para participar en la guerra europea. Una vez alistados, se fueron a Madrid y de allí, vía Zaragoza e Irún, cruzaron la frontera. La familia, muy nerviosa cuando recibieron la noticia de que estaba en camino hacia Francia, se movilizó y envió mi abuelo a mi tío a Madrid para intentar que su jefe en la mili y ya general Borrero pudiera detenerlo antes de llegar a la frontera, pero la telefonía en aquella época no era como ahora y aunque mi tío intentó alcanzarlo, cuando llegó a Zaragoza le comunicaron que ya habían cruzado la frontera y no se podía hacer nada por detenerlo.
Pasó 24 meses en el frente, pero el general Borrero movió los hilos para sacarlo de la primera línea, y a los 6 meses de su llegada a Rusia, fue reclamado para quedarse en las oficinas. Allí permaneció llevando el registro de altas y bajas que se producían en el frente y antes de que el ejército ruso pasara por encima de toda su compañía, regresó a España, el solo, en tren, con un salvoconducto de la máxima autoridad española en Alemania, custodiando un gran baúl, que bajo ningún concepto debería ser abierto ni registrado por ningún miembro del ejército español o alemán. Supuso que eran obras de arte y algunas alhajas o joyas, pues ya se rumoreaba y le dieron instrucciones muy concisas de lo que tenía que hacer ante algún imprevisto. Mi padre se trajo un icono que una de las familias de algún pueblo por donde estuvieron le regalaron intentando así no sufrir ningún maltrato. Según mi padre, los rusos que le atendieron en sus casas eran muy buena gente, muy amables y serviciales que tenían buena empatía con los españoles, no así con los alemanes. Por el idioma y la forma de ser, se entendían mejor con los nuestros. El icono, como venía fuera del baúl, llego a España destrozado, en tres pedazos. Hace años encontré un restaurador de este tipo de cuadros, que además era de Cuenca y de nombre Usan, que hizo una restauración aceptable, aunque los entendidos que lo han visto ni siquiera lo han valorado.
Llegado nuevamente a España, mi padre, Jacinto Pacheco Ruiz, y presionado por su hermano mayor Isidoro, en memoria de lo que había pasado con mi abuelo, volvió a los estudios. Se presentó al examen de estado que por sus estudios le correspondía Murcia. Le aprobaron y marchó a Madrid. Se matriculó en la Facultad de Derecho, pero cuando le cogió gusto a la capital, dejó a un lado los estudios, y se dedicó a vivir la vida con los amigos que tenía. El segundo año, y repitiendo curso, pidió a su hermano que no siguiera enviando dinero pues para él los estudios hacía tiempo que se habían acabado. Así pues, volvió a Las Pedroñeras y se incorporó al negocio familiar, primero en la tienda, luego en la bodega y más tarde en los calderines y la fábrica de anís, pero eso ya son otras historias que ya contaremos (leer artículo sobre la etiqueta de este anís AQUÍ)
El comercio siguió funcionando hasta que mi padre Jacinto contrajo matrimonio y se trasladó a vivir a La Alberca dé Zancara. Entonces se repartieron la herencia los tres hermanos: el comercio, como además era la casa familiar, se lo quedaba Carmen, que cuidaría de su madre y además percibiría las viñas y demás tierras de labor con las cuales les permitiría seguir viviendo de manera razonable; los calderines o alambique se lo quedaba el hermano mayor Isidoro, que desde que había contraído matrimonio con Pascuala Moreno, de El Pedernoso, había ampliado su patrimonio con la construccion de una nueva bodega en las afueras del pueblo, para comprar uva, no solo de las viñas de su hermana, sino toda la producción que la bodega pudiera convertir en vino y el orujo resultante trasladarlo a los calderines para extraer alcohol y comercializarlo. El resto de propiedades, una pequeña bodega y la fábrica de anís, que dejó de producir bebida allá por mediados de los años 50, se lo quedó mi padre, Jacinto, que lo vendió todo para comprar el piso que usamos desde 1966 para que mis hermanos y yo nos preparáramos para el futuro, bien estudiando alguna carrera, bien trabajando en una mayor oferta de oficios que aquí había, pues nos quitaba la idea de volver a La Alberca en el futuro.
Colofón:
En el siguiente artículo os hablaré de cómo como funcionaban las bodegas, los calderines y la fábrica del anís. De los hechos históricos que he relatado solo destacar que mi padre nunca quiso hacer uso de su condición de divisionario y aunque le ofrecieron las alcaldías de Las Pedroñeras y luego de la Alberca de Zancara, no lo aceptó, no quiso hacer carrera con la política y esa condición de divisionario solo la hizo valer cuando la gente del régimen (en concreto, un falangista y sus amiguetes) tuvieron algún encontronazo con alguno de sus familiares. Él se dedicó a aprender y mejorar la agricultura, mecanizó el campo y logró ponerse en cabeza a la hora de lograr mejores rendimientos, sobre todo por un aumento espectacular a la hora de abonar y eliminar las malas hierbas. Esto hizo que pudiera mantenerse viviendo en Valencia durante más de quince años. Luego volvió a La Alberca, ayudó unos años a mi hermana con los hijos y se marchó a Benidornm para terminar allí su jubilación, cuya paga fue, escasa, pues antes los autónomos no pagaban y después las cantidades mínimas por lo que con esa paga raquítica, acabó votando a González y Zapatero, porque fueron los que más aumentaron su pensión. Así es la vida. El último año lo pasó con su hermana en San Clemente, ya sin conocerse ninguno de los dos. Él murió en 2015 (91 años) y ella en 2016 (94 años).
Isidoro murió con 84 años, no recuerdo el año y solo queda la mujer de este (Pascuala) con 97 años, madre de Isabel y Carmen, nuestras primas hermanas. Solo añadir que Isabel y/o M. Carmen podrían ampliar o modificar algún dato que a mí me falte pues deben de tener más información que yo, sobre todo lo que su padre les contara sobre el comercio.
Y dos cositas más: yo estuve en el colegio que ahora está en frente del Boni con don Jesús, además de maestro, practicante. Fue con el único maestro que yo escribí con pluma y tinta en los bancos que tenían los tinteros de porcelana blanca. Era amigo de mi padre, Jacinto, y me acogieron durante un trimestre varios cursos.
Es una casa muy robusta, ya que tiene casi cien años y apenas ha tenido que ser restaurada. Solo con un pequeño mantenimiento, se ha conservado hasta el día de hoy, pero ahora sí que tenemos que actuar mejor porque en los últimos veinte años no ha tenido ninguna mejora.
Comenzando por bajo, tenemos un sótano muy grande o así me lo parecía a mí cuando era pequeño; el caso es que ocupa el espacio de las tres habitaciones que hay por encima y calculo que estará por encima de los 60 m2. Tenía dos entradas: una por el fondo para las personas, una escalera de piedra que daba a la galería adjunta al comercio y por donde se subía la mercancía; y otra escalera, esta de madera y que se podía retirar, que se ponía para bajar las mercancías desde la calle, que venían en grandes cantidades, y luego, en el día a día,se iban subiendo a la tienda. Aquí había dos grandes tinajas que contenían el vino tinto y el vino blanco. Otra tercera tinaja, casi la mitad que las anteriores, contenía el aceite. Nunca supe por dónde se bajaron estas tinajas grandes porque no cabían por ninguna de las dos entradas que tenía el sótano y ni mi padre ni mis tíos sabían contestar la pregunta, pues decían que siempre las habían visto así. Frente a estas tinajas había una gran estantería como las del comercio de arriba que recorría toda la pared de izquierda a derecha y de arriba abajo.
Mari Carmen, hermana menor de Agustín Ortiz, presidente de la cooperativa de los ajos, en la puerta del comercio.
Al fondo, la casa del cura. Años 70.
En la planta baja, entrando a la casa, hay cuatro habitaciones. Un de ellas, hace las veces de portal, con una ancha escalera de subida al piso superior. Otra, en la que el hueco de la escalera se aprovecha para formar otra pequeña alacena. A mí me gustaba entrar allí porque mi abuela tenía el chocolate, y de pequeño se lo quitaba, hasta que empezó a esconderlo por dentro de las ollas y demás recipientes que había. Siempre lo encontraba y cuando se daba cuenta se enfadaba y me regañaba pues era una mujer poco habladora, pero con mucho genio. Lo que más me llama la atención de este espacio es el suelo, pues las baldosas están puestas como si fuera el sobrante de las demás estancias. En esta habitación estaba el teléfono de la casa y antiguamente se comunicaba con el comercio. No tiene ventanas, por lo que es la más oscura de toda la casa
Antonio Pacheco y Carmen Pacheco (primos) en el interior de la casa (años 70)
La siguiente habitación era el comedor y aquí me llamaba la atención la gran fotografía que había de mi abuelo Isidoro con el hijo que murió, Antonio, ambos en manga de camisa, sentado mi abuelo y de pie mi tío cuando apenas contaría con diez años. A su lado, un reloj de cuco. Era el lugar donde se ponía una estufa de hierro y se le echaba madera como combustible. Adosado a este comedor había otra habitación que ha servido para todo: como dormitorio cuando funcionaba la tienda, como almacén cuando faltaba sitio y, más tarde, como trastero con un montón de baúles de todos los tamaños (llegue a contar 6 en un determinado momento). Allí estaba el bastón que debió utilizar mi abuelo los últimos meses de vida, así como la boina que en aquella época utilizaban los mayores.
El comedor se comunicaba con una cocina y una alacena que hoy ya no existen lo que hace que el patio ahora sea mayor que cuando yo realizaba alguna de las fotografías familiares que aún conservamos. Pasando ya a lo que es la tienda, en realidad es como hoy se puede apreciar aunque con otra distribución. Aún quedan estanterías originales que las Melgas han pintado. Hace cincuenta años, entre el escaparate y la puerta de entrada, comenzaba un mostrador que daba vuelta a casi toda la tienda.
Carmen Ruiz en la galería que hay adosada al comercio. No podía estar sin hacer nada. Años 70.
Entrando desde la calle, a la izquierda, estaban lo que hoy conocemos como ultramarinos o comestibles (entonces la sal, azúcar, harina... ), que se vendían por peso, así como los aceites, vinos y demás, que se vendían con medidas de capacidad. Para el café tenían dos molinillos, uno de ellos pequeño, con la manivela girando por arriba y en sentido circular de izquierda a derecha. Para grandes cantidades se utilizaba el molinillo que más me gustaba a mí. Este tenía dos ruedas del tamaño de los volantes de los coches, situadas ambas a izquierda y derecha; en medio estaba el mecanismo de moler con la forma de un gran huevo de avestruz y en la parte baja estaba el cajoncito que contenía la molienda, y arriba la pequeña tolva donde se depositaba el grano. En esta parte del mostrador se situaban los bidones de aceite, camuflados detrás del mismo y por un agujero se introducía la bomba que extraía el líquido; lo medía y, cambiando el sentido de ese mecanismo, llenaba la o las botellas que el cliente traía para realizar la compra.
Carmen Pacheco Ruiz, hermana soltera de Isidoro y Jacinto
Frente a la entrada, la estantería estaba ocupada por todo tipo de telas. Se medía en el mostrador una vez que el cliente había elegido entre las varias que se le mostraban.
A la derecha, la estantería estaba en alto, no llegaba al suelo y se colocaba el calzado, también muy diverso, desde las alpargatas, abarcas... hasta los calzados de piel más lujosos. Por bajo de esta estantería y por el suelo, se colocaban los productos de temporada.
La trastienda estaba completamente llena de estantes y se colocaban los productos que no se querían tener a la vista, por precaución y por ser más delicados.
Se me olvidaba deciros que, cerca del escaparate, había una zona de la estantería con dos puertas acristaladas que aproximadamente ocuparían un metro de ancho por tres estantes de alto. Aquí se colocaban todo tipo de perfumes y colonias (los coloniales de la estampa).
El escaparate es muy pequeño y es el original. Hoy día, las Melgas lo abren todos los días y la única diferencia es que yo lo recuerdo con dos estantes.
Por el techo se colgaban los arreos que utilizaban los mulos para arar: cintos, correajes...y hay una trampilla que da al dormitorio del matrimonio por si alguien pretendía robar por la noche o bien vigilar cuando había mucha gente en la tienda.
La galería era una estancia de usos múltiples. Servía tanto para descansar como de almacén, e incluso, en el verano, se utilizaba como comedor. Un patio, una cocina, alacena y una zona de lavadero, pues antiguamente el lavado de la ropa lo hacían a mano, completaba, con unos pequeños aseos, la zona más próxima al comercio. Esta casa tenía también una zona dedicada a los animales: pocilga o gorrinera para dos o tres cerdos y también un gallinero por encima con capacidad para un montón de gallinas la cuales tenían salida a un pequeño corral. Este corral tiene bajo su superficie actual una gran piedra tallada que se usaba como pila de lavar y quedó enterrada cuando se saneó y se quitaron los animales. Sería digna de exhibirse en un museo etnológico.
Por último, estaba la parte agrícola con un pajar y un pasillo, y, por encima, una tiná llenarla de sarmientos y maderas procedentes de la poda de las viñas. Un pequeño porche comunicaba con la calle hoy denominada García Izquierdo, formando parte del rincón que hace la calle más ancha.
Tiempo para la guerra
Como curiosidad, mi padre me ha contado que, antes de comenzar la guerra, mis abuelos tenían todas las dependencias de comercio a rebosar, incluso habían alquilado una casa enfrente entre la de los Pájaros y la de Basilio y Agustina, padres de Agustín, el hoy presidente de la cooperativa de ajos. Esta casa posteriormente yo la conocí como un bar. Pues lo dicho, esta casa estaba también llena de productos para vender.
Durante la contienda, se vendió todo, se aprovechó gran parte de las ganancias para invertir en los otros negocios que fue creando la familia, y aún les quedó gran cantidad de dinero, que al terminar la guerra se perdió, pues el dinero en metálico no se pudo cambiar ya que el nuevo régimen no lo admitía al acuñar las nuevas monedas y billetes. Significó el mayor revés en 25 años, pues tuvo que paralizar algunas nuevas inversiones que tenía en mente.
La guerra supuso también la movilizacion del hijo mayor Isidoro, por lo que la parte agrícola estuvo paralizada; su hermano Antonio había muerto al comienzo de la década de los años 30 con solo 17 años, mi padre Jacinto estaba estudiando en Albacete, así que solo quedaba el matrimonio (Isidoro y Carmen) y la hija, también Carmen, para atender los negocios. Tras la contienda, Isidoro se reincorporó y dio un nuevo impulso, pero la huida de mi padre a Rusia, formando parte de la División Azul, supuso un duro golpe para su padre, Isidoro, que creyó no volvería a ver a este hijo y entró en una grave enfermedad y murió. Mi padre se enteró de la muerte cuando regresó.
Jacinto en el frente de Rusia con sus compañeros divisionarios (es el más alto)
Los motivos que llevaron a Jacinto a emprender esa aventura fueron las pocas ganas de estudiar que provocó la guerra y la aventura que suponía embarcarse hacia lo desconocido. No supo dónde estaba hasta que empezó a ver a sus compañeros muertos o mutilados. Él y sus compañeros del colegio menor de Albacete donde había pasado 7 años interno estudiando en el instituto de Bachillerato, fueron a la llamada del SEU al acabar ese séptimo año y junto a otros dos amigos, solo con 18 años, se alistaron para participar en la guerra europea. Una vez alistados, se fueron a Madrid y de allí, vía Zaragoza e Irún, cruzaron la frontera. La familia, muy nerviosa cuando recibieron la noticia de que estaba en camino hacia Francia, se movilizó y envió mi abuelo a mi tío a Madrid para intentar que su jefe en la mili y ya general Borrero pudiera detenerlo antes de llegar a la frontera, pero la telefonía en aquella época no era como ahora y aunque mi tío intentó alcanzarlo, cuando llegó a Zaragoza le comunicaron que ya habían cruzado la frontera y no se podía hacer nada por detenerlo.
Reverso de la foto anterior
Pasó 24 meses en el frente, pero el general Borrero movió los hilos para sacarlo de la primera línea, y a los 6 meses de su llegada a Rusia, fue reclamado para quedarse en las oficinas. Allí permaneció llevando el registro de altas y bajas que se producían en el frente y antes de que el ejército ruso pasara por encima de toda su compañía, regresó a España, el solo, en tren, con un salvoconducto de la máxima autoridad española en Alemania, custodiando un gran baúl, que bajo ningún concepto debería ser abierto ni registrado por ningún miembro del ejército español o alemán. Supuso que eran obras de arte y algunas alhajas o joyas, pues ya se rumoreaba y le dieron instrucciones muy concisas de lo que tenía que hacer ante algún imprevisto. Mi padre se trajo un icono que una de las familias de algún pueblo por donde estuvieron le regalaron intentando así no sufrir ningún maltrato. Según mi padre, los rusos que le atendieron en sus casas eran muy buena gente, muy amables y serviciales que tenían buena empatía con los españoles, no así con los alemanes. Por el idioma y la forma de ser, se entendían mejor con los nuestros. El icono, como venía fuera del baúl, llego a España destrozado, en tres pedazos. Hace años encontré un restaurador de este tipo de cuadros, que además era de Cuenca y de nombre Usan, que hizo una restauración aceptable, aunque los entendidos que lo han visto ni siquiera lo han valorado.
Icono de San Mitrofan, primer obispo de Nogorov
Jacinto en una de sus juergas por los Madriles
(es el del sombrero más claro)
El comercio siguió funcionando hasta que mi padre Jacinto contrajo matrimonio y se trasladó a vivir a La Alberca dé Zancara. Entonces se repartieron la herencia los tres hermanos: el comercio, como además era la casa familiar, se lo quedaba Carmen, que cuidaría de su madre y además percibiría las viñas y demás tierras de labor con las cuales les permitiría seguir viviendo de manera razonable; los calderines o alambique se lo quedaba el hermano mayor Isidoro, que desde que había contraído matrimonio con Pascuala Moreno, de El Pedernoso, había ampliado su patrimonio con la construccion de una nueva bodega en las afueras del pueblo, para comprar uva, no solo de las viñas de su hermana, sino toda la producción que la bodega pudiera convertir en vino y el orujo resultante trasladarlo a los calderines para extraer alcohol y comercializarlo. El resto de propiedades, una pequeña bodega y la fábrica de anís, que dejó de producir bebida allá por mediados de los años 50, se lo quedó mi padre, Jacinto, que lo vendió todo para comprar el piso que usamos desde 1966 para que mis hermanos y yo nos preparáramos para el futuro, bien estudiando alguna carrera, bien trabajando en una mayor oferta de oficios que aquí había, pues nos quitaba la idea de volver a La Alberca en el futuro.
Antonio Pacheco Arroyo, autor de este artículo e hijo de Jacinto Pacheco, haciendo las prácticas para el carné de moto en la zona de San Isidro.
Colofón:
En el siguiente artículo os hablaré de cómo como funcionaban las bodegas, los calderines y la fábrica del anís. De los hechos históricos que he relatado solo destacar que mi padre nunca quiso hacer uso de su condición de divisionario y aunque le ofrecieron las alcaldías de Las Pedroñeras y luego de la Alberca de Zancara, no lo aceptó, no quiso hacer carrera con la política y esa condición de divisionario solo la hizo valer cuando la gente del régimen (en concreto, un falangista y sus amiguetes) tuvieron algún encontronazo con alguno de sus familiares. Él se dedicó a aprender y mejorar la agricultura, mecanizó el campo y logró ponerse en cabeza a la hora de lograr mejores rendimientos, sobre todo por un aumento espectacular a la hora de abonar y eliminar las malas hierbas. Esto hizo que pudiera mantenerse viviendo en Valencia durante más de quince años. Luego volvió a La Alberca, ayudó unos años a mi hermana con los hijos y se marchó a Benidornm para terminar allí su jubilación, cuya paga fue, escasa, pues antes los autónomos no pagaban y después las cantidades mínimas por lo que con esa paga raquítica, acabó votando a González y Zapatero, porque fueron los que más aumentaron su pensión. Así es la vida. El último año lo pasó con su hermana en San Clemente, ya sin conocerse ninguno de los dos. Él murió en 2015 (91 años) y ella en 2016 (94 años).
Isidoro murió con 84 años, no recuerdo el año y solo queda la mujer de este (Pascuala) con 97 años, madre de Isabel y Carmen, nuestras primas hermanas. Solo añadir que Isabel y/o M. Carmen podrían ampliar o modificar algún dato que a mí me falte pues deben de tener más información que yo, sobre todo lo que su padre les contara sobre el comercio.
Y dos cositas más: yo estuve en el colegio que ahora está en frente del Boni con don Jesús, además de maestro, practicante. Fue con el único maestro que yo escribí con pluma y tinta en los bancos que tenían los tinteros de porcelana blanca. Era amigo de mi padre, Jacinto, y me acogieron durante un trimestre varios cursos.
Continuará...
Sin duda como indica Ángel, un trabajo singular e interesantísimo para la historia de nuestro pueblo que cada vez se va completando más con estos trabajos. Muchas gracias por publicarlo.
ResponderEliminarEstoy completamente de acuerdo contigo, Fabián. Creo, además, que quizá son estos los artículos que mejor dibujan la historia de nuestro pueblo, pues es historia viva, no solo datos, sino fruto de una vivencia personal y del recuerdo que de ella se tiene. Ojalá más gente se animase a escribir estos recuerdos (sobre todo ahora, cuando aún podemos rescatar algo de esa historia que los años van desdibujando y la van haciendo desaparecer). Os animo a ello. Ya son varios los artículos de memorias publicados en este blog, que poco a poco se va convirtiendo en un rico archivo de historia pedroñera. Gracias a Antonio por aquí por esta redacción a la que accedió animosamente.
EliminarMe ha encantado leer estas memorias de la familia de Antonio, que compartió con la mía materna una etapa muy penosa por la marcha de sus hijos, Jacinto y Carlos a la División Azul.
ResponderEliminarMalos tiempos, sin duda, Ofelia. Los dos regresaron de ese infierno, y bien que hicieron. Un saludo.
EliminarMalos tiempos fueron, Ofelia. Los dos regresaron de ese infierno, ¡y bien que hicieron! Un saludo.
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