GENTE DE SANGRE Y HUESO
A Mary y Amparo
Plaza.profesoras.
A todas las
maestras y maestros.
A primeros del pasado mes de octubre dio fin la semana del socialismo conquense, “Orígenes del socialismo en
Cuenca,1915-1936”, llevada a cabo para
conmemorar el centenario de la asociación política de esta ciudad.
Fue especialmente emotiva (para los asistentes y para el propio orador) la intervención de Rodolfo Llopis
hijo, invitado con carácter especial por la organización del evento y
venido “ex profeso” desde Francia.
Pisaba por primera vez suelo conquense y así lo
refería, dentro de su semblanza del padre, al que describió como entregado en cuerpo y alma a su apostolado social, aun a costa de su alejamiento para con
el seno familiar, allí en su exilio francés de Albi tras la Guerra Civil.
Encomiando tal grado de
entrega , la refirió como característica
de ese tipo de “hombres de
sangre y hueso” (que fueron cantados -dijo- por Mª Dolores Pradera),
al haberse éste esforzado en continuar
su vida, en medio de grandes carencias
materiales en la citada ciudad francesa
y también en París, con la finalidad
de seguir preservando la base
estructural y el capital ideológico-político de su partido y por ende de su propio pensamiento pedagógico, que no se resignaba a admitir, pasaran al olvido
tras la devastación de todo el legado
político y cultural previo operada por la Dictadura española.
Me asalta la duda de que la
cita, traída a cuenta por un hombre de formación e idioma francófonos (y en lo laboral
profesor de lengua inglesa), no se haya visto ligeramente afectada de cambio terminologíco en relación con una referencia más ampliamente conocida cual es la de “los hombres de carne y hueso”, procedente del ensayo “El Sentimiento Trágico de la Vida”
de D. Miguel de Unamuno (1912).
[En cualquiera de las dos
posibilidades (y aún en el de ambas) la traigo a colación, sin cambio, por su
valor de impacto, pues constituye, para mí, una metáfora bien representativa
de la existencia de una potencia caudal y de la inquebrantable firmeza, generada sobre un soporte incluso quebradizo, cual son los propios huesos de
cada quien. Una firmeza de empeño,
emblemáticamente presente en esta clase de
personas de un genio hoy por hoy en extinción.]
En su discurso no eludió el
orador -en un toque personal y muy humano- recordar el momento en que vio llorar a su padre en el
avión que le traía en su ya posible y
permitida vuelta a España.
Tampoco ocultó su satisfacción de haber pasado estos días en
Cuenca y haber podido así saldar lo que
definió como una deuda de conocimiento
propio para con la memoria de su padre; conocedor de la importancia de
este entorno local en el decurso vital
de su progenitor, donde aquel forjó, sin
duda, su primer equipaje político, y
que mantuvo siempre presente en
su recuerdo.
Porque, en efecto, Rodolfo Llopis
Ferrándiz (Callosa de
Ensarriá, 1895--Albi, 1983) tiene que ver con Cuenca
porque militó en el primer socialismo conquense, gracias a que obtuvo plaza de profesor titular de Geografía
en la Escuela Normal de la ciudad. Aquí conoció las miserias de la
enseñanza local, la incultura, la
pobreza rural, el caciquismo… que
activaron, sin duda, su propia sangre y sus huesos.
Director General de Primera Enseñanza entre 1931-1933, ocupó dicho
lugar, siendo ministros de Instrucción Pública Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos.
Obviaremos sus otros muchos
méritos y de su obra escrita destacaremos tan solo dos títulos significativos:
“La revolución en la escuela: Dos años en la D.-G-.de Primera Enseñanza” (1933
). Edición SEDHE/ Biblioteca Nueva con
introducción de A.Molero Pintado (
2005).
“Hacia una escuela más humana”(1934), de la que existe una
edición facsímil bajo la dirección del
profesor conquense A. Luis Lopez Villanueva-( UCL-2007).
Como resumen
sucinto destacaremos la frase que en uno de sus textos ratificaría así
sus propósitos:
“De ahora en adelante, quien elija la profesión de maestro
(…) pudiendo seguir otros caminos, lo hará porque a ello le impulse la
vocación.”
Paralelamente, reorganizó a partir de su exilio
en 1919, que duraría 24 años, el Partido
Socialista Obrero Español, ocupando el cargo de Secretario General del mismo
durante 30 años ininterrumpidos (1944-1974).
La que llegó a ser luego su mujer, profesora del
Liceo Francés, se sintió atraída por las ideas pedagógicas que este hombre
propugnaba y le siguió en sus actividades.
Francesa de origen, después
le daría refugio en su casa familiar, al cruzar Llopis en huida ,la frontera
en el año 1937.
………………………….
Repasando la vida y entrega
de los hombres (junto a él tantos y tantas otras) que encarecieron la necesaria formación del individuo, en los valores de la sociabilidad, la
dignidad -con o sin poder-, y sobre todo el ensanchamiento de aquello que por tanto tiempo -y con tan diversos
sentidos- ha dado en llamarse lo “espiritual” de la persona; uno encuentra gran
dificultad para evitar ser tentado por la presencia de ciertas imágenes mentales paralelas o parásitas, aledañas a este
referente.
Así, y de inicio, el libro “Las maestras de
la República” (Ed. Catarata, 2012, en colaboración con la Fundación Pablo Iglesias y UGT-FETE) ofreciendo
el resultado de las Jornadas del mismo
nombre mantenidas en la Bibioteca Nacional de España bajo dirección de Elena
Sanchez de Madariaga.
Según Agulló Díaz (una de
las coautoras): “el régimen vería en ellas la incalculable traición de ´haber abandonado su condición femenina y haberse distanciado de su papel de esposas y madres´”
“Gran pecado que encima remataban al impartir una educación
laica, igualitaria, alejada de los valores que había de formar a la mujer para
ser ama de casa, amantísima madre y esposa,
buena cocinera y todas esas cosas de
sobra cacareadas”(Isabel Valdés, el país.com/2012/05/mujeres.).
Y, en paralelo, “Maestros
de la República:los otros santos, los otros mártires”. La Esfera de los
Libros.2010” de Mª Antonia Iglesias.
Entre una y otra cosa uno se
ve llevado a intuir los que pudieron ser los tiempos de comienzo en la cimentación inicial, desde un primer campo
baldío en lo educativo, y, en particular, en
aquel ámbito que tiene que ver con lo más elemental de la instrucción: la primera enseñanza.
Y, a un más exacto conocimiento empírico sobre
este aspecto, nos ha llevado también, con pluma hábil y ponderado análisis crítico, una docente
conquense, de nombre Clotilde Navarro
García (Diputación P.
de Cuenca. Serie:Historia nº 31 2001).
Su trabajo muestra cómo al iniciarse la
Segunda República se pudo llegar a conocimiento oficial de la existencia en el país de
35.716 escuelas, con un déficit de
27.151, lo que suponía la existencia de un millón de niños sin escolarizar.
La mencionada estudiosa e
investigadora, situada en lo que puede considerarse el periodo de génesis del sistema educativo liberal, en
la primera mitad del siglo XIX, nos
muestra también de manera palmaria cómo Cuenca -al margen de todos los procesos que
permitieron configurar un país industrial y progresista-, presentaba ya un
auténtico vacío pedagógico, diferenciado, con algunas notas peculiares. Y
todo ello, aunque esta era ya una etapa
“avanzada” en el desarrollo
histórico de nuestras instituciones educativas
a nivel de la totalidad del país.
En aquel entonces, D. Trifón Muñoz y Soliva
refería: “hasta 1847 la
instrucción pública estuvo confiada a
los sacristanes, que con las escasas dotaciones, los emolumentos de la sacristía y del fielato de fechos o
secretarías de ayuntamientos ya podían subsistir en los pueblos” (Navarro García,
pp.324).
Y en Memorial a la
Diputación de 29 de Enero de 1822 el Ayuntamiento de Cuenca afirmaba: “vergonzosa cosa es por cierto que hasta ahora se haya confiado la educación pública de la niñez a
unos hombres tenidos por el verbi gratia
de la indigencia y de la miseria y por consiguiente desacreditados entre
sus conciudadanos”(A. Municipal Cuenca leg.1249, op. cit. apud).
Pero por si las páginas
documentales resultasen frías como aval
testimonial de nuestra evocación histórica, en racimo y fugaces, me asaltan no menos de tres imágenes diferentes -referentes emocionales-
de este mismo ámbito:
La
primera al hilo de una lectura de las sosegadas páginas de “Historia
de una maestra”, la voz de Josefína R. Aldecoa, que también en 1952 vino a casarse con Ignacio
Aldecoa, otro narrador caudal de origen vasco.
Es la historia de ficción/vida de Gabriela Lopez Pardo (alter ego de la
autora) maestra de Escuela Normal, cuya hija vendrá al mundo justo el 14 de abril
de 1931 ,entre gritos en la calle de “¡Viva la República!, mientras su corazón
sentía:
“Todo va a cambiar y algún día cogeremos a esta niña y a
los niños de nuestras escuelas y nos iremos todos juntos en un autobús grande,
a ver el mar.
Un deseo de conocer lo no visto, que la Historia cruel se encargó
de cercenarles de manera definitiva.
Josefina y su obra citada, de
culto entre los lectores/as conquenses, recibió en 1999 el premio Glauka de la Asociación de
Amigas de la Lectura de Cuenca, que precisamente ahora cumple su cuarto de
siglo de existencia.
Y en compañía de
vascos, otra vez, con Bernardo Atxaga en su mágico relato titulado “Post
Tenebras spero lucem”, tercer relato de la sección Infancias de su obra
narrativa coral “Obabakoak”.
Nos vemos ahí, arañando la piel de esa clase de existencia, entregada, casi
invisible, como soterrada, hambrienta de reconocimientos y aun de goces
afectivos, de una maestra, sepultada en el entorno de su ascetismo laboral.
En Albania, el barrio más
alejado de Obaba que no tenía ni
carretera ni edificio propio para la escuela La Maestra, en una hermosa historia
de iniciación, afirma el hecho cierto de su sexualidad pujante, superando desde su corazón Confuso y Asustado, la repercusión social que en su entorno ha provocado el desliz de alojar en su
casa y a deshora a Manuel, el pequeño
criado de Mugats, su alumno preferido, de doce años que, sin embargo, parecía mayor
y que no había tenido infancia, al haber trabajado desde muy pequeño.
Este, que tampoco tuvo padres porque habían muerto cuando él
tenía tres años, acariciaba como mayor deseo el marcharse de Obaba, seguramente a
América, donde sus hermanos emigrados, y así
poder mostrar plenamente su fuerza física, su único don.
Ocurrió con motivo del veintitrés cumpleaños de La Maestra y no sin
aviso previo de su Confuso Corazón:
“Estaba cometiendo
una imprudencia, o mejor dicho, la había
cometido ya, alargando la fiesta, haciendo que el pequeño criado bebiera, y
bebiendo ella también, y fumando. No debía seguir mirando hacia aquel colchón…”
Aunque la luz pudo hacerse más tarde,
mediante la autoapropiación:
“En una ocasión leí que para ser feliz solo hacían falta dos cosas. La primera tenerse a uno mismo en gran
consideración; la segunda, no tomar en cuenta la opinión que los demás puedan tener de nosotros”.
Historia que fuera transmutada después a la imagen por el
sensitivo Montxo Armendariz en su
homónimo film“Obaba “(2005). Pero mejor, léanlo. No se arrepentirán.
En fin y para no excluir mi
propia contribución personal,citar el sentimiento, las reflexiones todas que me deparó el hecho accidental, enteramente fortuito, de unas
jornadas de descanso, en que buscaba soledad y
naturaleza en parajes de la Vega del Codorno, entorno del río Cuervo.
Recuerdo que era verano y. por tanto no había allí todavía Belén alguno en el entonces
denominado,distrito de La Cueva. Empezaban a asfaltar las calles, con los
primeros fondos recibidos de la
C. Europea y así lo denunciaban varios carteles locuaces.
Buscando por las direcciones de un folletito de Turismo Local -[que muy
bien pudo tener la gloria de apuntar la prehistoria de las casas rurales]-, desembarqué
en el lugar donde, tras ser copartícipe,
del yantar y mesa de mis anfitriones, finalmente, caseros, terminé alojado en una más que oscura habitación, que, aun sin ser
interior, sólo recibía la luz que permitía un menguado y profundo ventanuco.
Ni el más leve adorno
alteraba la añeja superficie de cal de las paredes. Y, en medio de todo, muy
negra, como quemada, construida en hierro de forja aparecía una entronizada y vieja cama.
Se hundía toda ella bajo el espeso cobertor
invernal, aunque fuera agosto, y dominaba solitaria y solemne, el monacal habitáculo: “La soledad en
mayúsculas” -dije para mis adentros- tomando posesión.
-“Pues ha tenido ud. suerte de venir ahora -me
dijeron a su vez, sonrientes, los paisanos-. En invierno no la tenemos
disponible: es la vivienda para la maestra de los niños. Quizá se le pegue a usted el conocimiento al dormir en su misma cama”.
Ha pasado el tiempo desde
entonces.
Recapacito ahora y en el
espacio brumoso de mi recuerdo atisbo, sin completa certeza, la presencia escondida de una puerta auxiliar, muy al fondo (y que en
otro momento, comprobé que daba de
pleno al frío campo abierto de la
Serranía).
Esta última imagen espolea
mi deseo de que, por su virtud, se permitiera obrar el milagro de un diario
reencuentro con los tímidos, hermosos, primeros rayos del astro rey en la
pedanía de la Vega, como caritativa limosna, dirigida a su maestra rural.
El mismo vivo deseo de
que, en los amaneceres, el mero abrir del postigo, valiera de cálido bálsamo curativo en su apagada vida, aportando, de buena mañana, savia
nueva, hecha de fluida sangre, con la que restaurar los quebradizos
huesos de esta venturosa mujer (que ha
sido, sin embargo, tan solo una de
tantas); aquella que, por mérito propio, sumé ya a mi
álbum particular de Santas Laicas del País.
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