por Fabián Castillo Molina
Había leído un tiempo atrás ese trabajo que consistía en hablar de algo importante sin citar el nombre principal, el nombre conocido por todos que se escondía tras las palabras. Solo nombrar aquel fenómeno de la naturaleza producía de inmediato una luz en la mente de la inmensa mayoría de las personas.
Pues ahora se
trataba de poner en práctica
con el “chiquete" esa prueba. Mostrarle la
realidad que nunca había
visto, pero omitir el nombre clave para comprobar cómo lo bautizaba él.
El escrito leído mencionado se titulaba “Algo blanco muy frío” y
decía así:
¿Qué es esto que cae del cielo?
Pues yo no sé lo que es.
Está tan frío como el hielo
¡Helados tengo los pies!
Su deslumbrante blancura
todo lo va moldeando:
Tejados... calles... ventanas...
árboles y extensos campos
De vez en cuando resbalo
al pisar esta blancura
!Jamás se vio
cosa igual!
Esto es cosa de locura.
Poco a poco va creciendo
su espesor
por estas calles.
El silencio es sepulcral;
a nadie se oye que hable.
Pinos siempre vistos verdes
ahora se visten de blanco.
Tejados de
oscuras tejas
como cal van relumbrando.
Y los barbechos y eriales,
de fuertes tonos rojizos,
ahora resplandecen más
que el blanco pan de los trigos.
Las calles
están vacías,
tan solo yo
me veo andando...
y algún chiquete que otro
a cristales
asomados.
Ya en las afueras del pueblo,
la blancura me deslumbra.
Solo distingo ya próximo
carro viejo y una mula.
Y sobre el carro de pie,
hombre
cubierto con manta,
recubriéndolo
un reborde
por
lo menos una cuarta.
Y a medida que se acerca,
ya
veo mejor a la mula,
que
le salpica eso blanco
en
la panza y la cintura
El hombre encima del carro
como si fuera de piedra,
pero
sin manchar de barro.
Cuanto
más y más se acerca,
temo
que ni vida tenga.
Esto blanco, centelleante,
lo
coges y se desarma,
y
se te mojan la manos
igual
que si fuera agua.
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