Foto: Luz del Monte
por Fabián Castillo Molina
Revolución
poema
Siempre
habrá nieve altanera
que vista
el monte de armiño
y agua
humilde que trabaje
en la presa del
molino.
Y siempre
habrá un sol también
—un sol verdugo y amigo—
que
trueque en llanto la nieve
y en nube
el agua del río.
León
Felipe (Versos y oraciones de caminante (1920-1929))
Cazadores
de pájaros en la nieve y pajarillos fritos
La nieve había vuelto a cubrir todo Pedroñeras de
blanco. Ya era el tercer día que nevaba sobre nevado y, los dos rodillos de la
era de Sebastián formaban dunas blancas perfectas. La cañada Vieja se divisaba
como un mar de sábanas impolutas, tendidas sobre la tierra y cubriendo las plantas. Se elevaban, haciendo
ondulaciones en los olivares y viñedos
junto al camino del cerro Ratón. Lo recuerdo bien, como si hubiera sido ayer.
Los dos amigos de mi hermanico
y yo acechábamos detrás de una tapia medio hundía junto
al Pocillo. Vimos cómo un gorrión se posó suavemente, justo en la zona donde
estaba el gato camuflado. Picoteó en las miguillas
de pan seco que Goyo había espolvoreado alrededor de la miga más tierna y
principal, la que sobresalía sobre las otras. Pronto picó en aquella miga que
fue su perdición. Saltó el gato y lo atrapó como si fuera uno de los que dicen
¡miau! Lo enganchó por el cuello la ballesta. Recuerdo verlo revolotear entre
la nieve cogido entre aquellos dos alambres malditos, intentando zafarse del
artefacto, pero antes de conseguirlo corrieron a cogerlo los tres amigos, no
fuera a ser que se les escapara. Yo iba detrás, era el más pequeño y el primer
día que me dejaban ir con ellos. Nunca había visto cazar pájaros así. Con
tiradores y chinas en los árboles era otra cosa. Ahora, al acecho, con ellos y
mis botejas katiuskas de goma, frías como el reguillo, aguanté como pude hasta el final. A las botas se les caía pronto el pañejo interior pegao
a la goma que traían de fábrica como forro, al que llamábamos borreguillo; se arrugaba y desaparecía a los pocos días de ponételas.
El inocente pajarillo
estaba tan contento porque había encontrao
algo que comer, estaba hambriento, y la
miga de pan allí estaba esperando sobre la nieve pura.
Foto: Luz del Monte
Mientras revoloteaba, Emilio abrió la trampa, los dos
arcos de alambre acerao forzando el muelle
central, Goyo le ayudó, cogió el pájaro, vimos la sangrecilla
que tenía en el cuello entre las plumejas;
una gota cayó, se hundió en la nieve, y los cuatro en silencio nos fijamos en
el detalle. Volvieron a colocar otra miga de pan en la punta del alambre recto,
más fuerte, que llegaba al centro y enganchándolo in
extremis en la diminuta argolla, lo dejaron de tal forma, que apenas
picaran en la miga saltara el cepo y cogiera su presa. Después, camuflaron los
alambres entre la nieve, dejando la llamativa miga fuera; espolvorearon algunas
miguillas más, de pan seco, alrededor, y
retrocedimos hasta el escondite que dije antes.
Manuel, el último que venía, iba borrando las pisadas extendiendo nieve sobre las huellas y disimulando nuestra
presencia. La cacería duró hasta que pudimos aguantar el frío de los pies, que
parecía que se nos estaban congelando. Repartieron el botín y a mi hermanico le
tocaron dos.
Luego nuestra
madre, en casa, se encargó de desplumalos y
nos los dio a comer ya fritos en una sarteneja.
¡Qué cabecilla más pequeña y negreta tenían! ¡Y qué patejas!. Los
güesecetes eran como alfileles. La
pechuguilla tampoco era mu
grande. Nos comimos uno cada uno y a mí, la verdá, aunque
me dio lástima, no me estuvo malo el pajarillo frito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario