AVENTURAS DE FELIPÓN, su chico de la Felipa (SEGUNDA PARTE) | Las Pedroñeras

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martes, 9 de marzo de 2021

AVENTURAS DE FELIPÓN, su chico de la Felipa (SEGUNDA PARTE)

 


por Vicente Sotos Parra

Ya dejamos claro el tipo de persona que era el tal Felipón, o Celipón, como le llamaban muchos. Austero, hermético, solitario, apocado y poco dado a las relaciones de la comunidad. Esto hacía que más de uno sintiese antipatía, inquina, envidia, hacia ese tipo de persona de tan difícil calificativo, difícil también de encuadrar dentro del lugar en donde la mayoría siempre andaba de cabeza las cuatro estaciones del año. Cuando el año era bueno y los ajos se vendían bien, la gente aprovechaba para comprarse un tractor más grande, un coche, una furgoneta, cambiarse de casa. Si por el contrario ese año los ajos no tenían valor, acumulaban deudas que arrastraban los años siguientes. Si por lo que fuese no valían, se percibía en el ambiente la tensión y el descontento de la mayoría de ellos. Esos años de frustración llevaba a la mayoría a las barras de los bares para allí ahogar sus penas, y hallar consuelo a su poca fortuna. No pensaban que las penas al igual que las deudas sabían nadar.

(Pensaba no ser un paga-deudas), dejando claro que ser, con tener, no se podía confundir. Su filosofía de vida no era de amasar fortuna que le condicionara su “libertá”. Si los demás eran felices… él lo era más.

Lejos de alegrarse contemplaba el panorama, y pensaba que a él no le quitaba el sueño las deudas, el tractor del vecino, ni el coche, ni la casa, dormía con la conciencia de saber que era autosuficiente dando unos jornales para comer al día siguiente.

Y hablando del comer, el tío de una “asentá” se comía dos panes sin parpaguear. Las sardinas salás salían a docena el medio pan, los chorizos, las morcillas, se escondían para no ser devoradas, los  jamones le tenían miedo, buscando por toda la casa como esconderse, como si hubiese llegado el diablo. 

Tomando como ejemplo sus ídolos, el capitán Trueno, el Jabato, el guerrero del Antifaz, el caballero andante Don Quijote. En definitiva, paladines de las causas perdidas. Nunca pedían para ellos, se dedicaban a la ayuda de los demás sin pedir casi nada. Cuando al pobre Sancho, oía del caballero andante la promesa de darle una isla,  país, o como se le quiera llamar que su amo se la  concedería por  los servicios. Solo con imaginarlo, Sancho Panza ya se sentía pagado. Don quijote solo pensaba en conseguir encontrar y salvar a su Dulcinea. Jamás pensaba en vienes para sí mismo. Y así el resto de sus héroes a los cuales intentaba emular.  

Desde la prehistoria. La humanidad de una manera consciente e inconsciente, ha buscado formas de mejorar su calidad de vida. Dentro de estas formas se encuentra el intercambio de productos, es decir lo que una persona tenia y no necesitaba se cambiaba por lo que otro poesía, y también necesitaba. Este tipo de actitud económica era el trueque, se remonta al neolítico, hace unos 10.000 años.

Lo más parecido a esto en la actualidad es el banco del tiempo, un sistema de cambio de servicios o habilidades, en el que la unidad de intercambio no es el dinero habitual sino una medida de tiempo por ejemplo, la hora.

Así fue como Felipón recordando lo que algunos de sus héroes hacían el trueque siendo esta la forma más primitiva de comercio. Este podía ser un ejemplo.

Cuentan que un día el hermano Cuarentas  ya viejo y falto de fuerzas le dijo de ir a hoyar una fanega de tierra, que si no estoy mal informado son novecientas cincuentas cepas. No solo hizo los hoyos, sino que enterró la planta dejándola amorterá.  Y a las cuatro de la tarde estaban en el lugar. Cuando llegó la hora de pagarle le dijo: Deme todos los días de la semana un pan por la mañana y otro por la noche. Si el pan costaba  2 pesetas le costó 28 pesetas de ahoyar la fanega de viña.

Joder…joder dijo el hermano, este es el vago y poco trabajador del pueblo, además te voy a dar unas vueltas  de chorizos y morcillas,”hermosón”. 

La tierra en cuestión era en las Canteras. Para el que no haya estado nunca allí, la tierra es pedregosa y dura, en la que cada azada dada no se sacaba más de un puñado de tierra.

Esto es vivido en primera persona por alguien que conozco bien. Una vez acabada la vendimia del pueblo, como todos los años el trabajo escaseaba. Conoció a unos primos de Las Mesas y lo convencieron para ir a vendimiar al El ciego de la Rioja Alavesa cuya bodega Marqués de Riscal le ha dado fama  internacional. La prosperidad económica proveniente del vino.  Un pueblo de no más de mil habitantes entonces. Ni cortos ni perezosos con el coche taxi de Hergueta allá que se fueron a la vendimia.

Nada más llegar se repartió el dormitorio que consistía en ocho metros cuadrados para cinco personas. Lo que en su día fue una cuadra de  caballerías, siendo el pesebre el armario de ropa. A  pesar de haber sido blanqueada con cal unos días antes de su llegada el olor a cuadra rezumaba hasta hacer que la estancia por corta que fuese desearas salir lo más rápido posible, daba lo mismo que la puerta estuviese abierta que cerrada el olor a cuadra no desaparecía. Por la noche si la puerta se cerraba a la mañana siguiente salían peor, que después de una borrachera. De colchón tenían una manta vieja, y para taparse otra de la mima época, lo que hacía que si te tapabas el cuerpo los pies se quedaban sin tapar, esto suponía que se tenían que arrimar los unos a los otros para apaliar el frio. Avía que ver a ese Felipón con casi dos metros de altura con una manta cubriéndole medio cuerpo y el otro medio, al aire con la temperatura de cinco grados durante la noche. A las seis de la mañana todo el mundo en pie y al tajo, navaja y espuerta.  Lo que viene a ser, de sol a sol.

El ajuste era por kilo vendimiado, los remolques se llenaban se vaciaban y, volvían al tajo. Así todo el día mientras que los compañeros hacían un banco el hacía dos.  La comida la mandaba el amo en unas ollas  que siempre se quedaron cortas de medida. Cuatro patatas y mucho caldo, el pan también era escaso por lo que si querían mojar en el caldo sobrante no podían,  por la noche más de lo mismo, para gente que trabajaba de sol a sol. Allí nadie sabía los kilos vendimiaos cada día.

¡Al tercer día dijo que no vendimiaba más! Llamó al amo y le dijo. ¡Deme lo que me debe, yo me voy!… ¡no…no… tú no te vas!  Cogiéndolo por la solapas y levantándolo como un muñeco. ¿Me da usted los  cuartos por las buenas o por las malas? Dejado en el suelo el dueño le pagó sus cuartos sin mirar los kilos vendimiados. Dando media vuelta dejo al dueño con la palabra en la boca. 

Más tarde los que se quedaron, dieron otra versión diferente.

Uno de ellos conto que Felipon  fue el más listo. (¿Volvieron como el gallo morón cacareando y sin cuartos?).

Es por esto que la gente siempre se pone de parte de los que son más, diciendo una mentira. ¡Que los pocos que dicen la verdad!

Ya lo decía Seneca: pobres son los que necesitan mucho.

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