La feria de Belmonte para los pedroñeros: ¡Quiero que me traiga cheches! | Las Pedroñeras

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sábado, 28 de mayo de 2016

La feria de Belmonte para los pedroñeros: ¡Quiero que me traiga cheches!

Belmonte (1958)

por Fabián Castillo Molina 

Presentación:

Mucho antes de que empezaran a celebrarse las llamadas Ferias y Fiestas de Las Pedro
ñeras a finales de los 60, ya sabemos que el día de Jesús y el de Jesusillo se celebraban separados por una quincena.  Entonces, la Feria de Belmonte era el acontecimiento festivo más importante que se producía en las proximidades de nuestro pueblo. Ir a la feria de Belmonte a finales de septiembre andando o en carro suponía una gran ilusión, sobre todo para los más pequeños. 

Luego a lo mejor no era para tanto. Pero así nació aquel dicho popular entre mayores que decía:

¿Ánde vas?

¡A la feria! (con euforia)

¿De ánde vienes?

de la feriaaa… (con desánimo)

Pero al margen de pasarlo más o menos bien, quien tenía la suerte y la oportunidad de ir, siempre descubría novedades y se contaban cosas que llamaban la atención, y más a los que todavía no habían ido nunca. El lenguaje que se usaba entonces y lo que sorprendían las cosas nuevas descubiertas allí eran temas de conversaciones que hoy traemos aquí, sin olvidarnos de lo que pasa por el mundo y en nuestra tierra.




¡Quiero que me traiga Cheches!

¿Qué quieres que te traiga de la feria, hermosón?

¡Cheches!, quiero que me traiga usté muuuuchos cheches.

Ir a la feria de Belmonte para las chiquetas y chiquetes de  Pedroñeras en aquel tiempo era hacer un viaje a lo desconocido, como a un mundo mágico porque decían que había circo, hasta con leones de la selva y una mujer forzuda que con los dientes y una soga sujetaba a dos pares de mulas. En el circo también salían  payasos que hacían que la gente se riera, aunque, fuera de allí, no estuvieran las cosas para muchas risas. Además por las calles había puestos y tenderetes donde vendían cosas que nunca se habían visto en el pueblo aparte de calderas, sartenes y ollas de porcelana.

Siempre recordó aquella chiqueta con curiosidad, sobre todo por no haber ido nunca a aquella feria,  la gran ilusión que supuso para su amiga Leo haber visto lo que nunca le había contado nadie y cómo ella se lo contaba a todas las amigas:

Queridas, eso ha sio lo que más me ha gustao de la feria,  un tubo de hierro y en la punta un grifo,  por el que, dando media güelta a una llavecilla aparecía a las de la luz, empieza a salir un chorrete de agua sin parar que va cayendo en una pileja, a manera de la que hay en la iglesia, la del agua bendita.

¡Eso no pue ser!, ¿y de ánde viene el agua?, respondió una de las amigas que escuchaba. A lo que añadió la Leo con más fuerza:

¿Que no? Otro año vais vusotras. Yo no sé de ánde vendrá u no vendrá, pero es que luego al dale una güelta más a la llave, crece el chorro y otra güelta y cai el agua como cuando vaciamos en la caldera una cantarilla de las que traemos del pozo. A chorro tieso.

Al final  terminaba convenciéndolas de la verdad de lo que les contaba haciendo la comparación con algo que ellas también habían conocido:

¿Los acordáis de cuando teniamos que subir a por algo a la cámara por la noche con un candil, porque no había luz? ¿Y el miedo que nos daba? Tantas sombras, que según llevaras el candil, así la sombra que veiamos era más grande y se ladeaba y cambiaba de forma, y el miedo iba a más hasta danos ideas de volvenos corriendo de vacío?

Sí, claro que nos acordamos, ¿cómo no nos vamos a acordar?, ¿y qué?

 ¿Y luego cuando pusieron la luz qué pasaba? Que dando a una llave se encendía una bombilla que alumbraba mucho más que el candil. Entonces ya no hacía falta candil. ¿Y por ánde venía la luz?

¡Aique, pos venía por el cordón!, que era paecío a la torcía del candil que llevaba el aceite pa que no se apagara; yo vi una vez ese cordón que dentro estaba lleno de arambrillos. Eso ya los sabemos-, dice otra.

Pos igual pasa con el agua, pero en ver de venir por un cordón viene por un tubejo de guierro, un poco más gordo que un dedo de mi padre.

Y añadía la tercera:

Pos yo creo que eso tie que tener alguna marrulla, alguna trampa como muchas que vemos en el cine; que yo he oído de quien lo sabe, que cuando vemos de correr a los caballos al galope, la verdá es que van mucho más despacio.

¿Pero por qué no te lo cres? ¿Cómo llegan las voces de los que hablan por el arradio, eeeh? Llegan tamién por el mismo cordón de la luz, que ya sabemos toas que no hay ningún arradio que funcione si no está enchufao con un cordón de esos.

Y añade la primera:

Fijaros que yo creía de más pequeña que cuando hablaban por aquella caja, que me paecía el arradio, había gente detrás.

Y ella:

Pos mi hermanico el grande que estuvo vendimiando en Socuéllamos, me dijo que había visto en una revista que en América,  la gente que habla en los arradios ya se  ve en una pantalleja pequeña que tienen, como la del cine pero mu pequeñica por encima los botones.

¡Hala, qué trolas! No he oído eso nunca en la vida. No sé cómo te inventas tantas cosas.

¡Que no son mentiras, que es verdá! Ya verís cuando lo veáis con vuestros ojos cómo me dais la razón como otras veces.

Pos a mí lo que me hizo gracia en mi casa es lo que le pidió mi hermanico el pequeño a mi padre que le trajiera de la feria. ¿Sabís lo que le pidió?

¡Cualquiera sabe!, con las cosas que dices que se le ocurren a tu hermanico.

Pos le pidió que le trajiera cheches. ¡Muuuuchos cheches! Es que se espelece por ellos. Es que los cheches son sus glorias.

¿Y le trajo, tu padre?

Hombre, ¿cómo no le iba a traer? Hasta una garrota de duz grande y un chupón trajo. Además  le trajo tamién una tartaneja de hojalata de colorines con dos caballetes uncíos en riata que daba gusto de velos. Pero a él le gustaron más los cheches.





Libros de Fabián Castillo Molina

Al pueblo (poesía) y La Culpa (novela)



 
                                                        A la venta

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