El habla de Las Pedroñeras - El vocabulario del sol en Pedroñeras (apuntes) | Las Pedroñeras

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viernes, 23 de marzo de 2012

El habla de Las Pedroñeras - El vocabulario del sol en Pedroñeras (apuntes)



[El artículo, publicado en 2007, supuso un primer acercamiento o esbozo del uso de palabras y expresiones pedroñeras en las que el referente es el llamado astro rey].


Largo y tendido se podría hablar del vocabulario que en Las Pedroñeras se ha usado tradicionalmente para hacer referencia a determinados elementos naturales que rodean nuestra existencia como seres vivos (y efímeros) que somos. Me refiero al sol, la luna, las estrellas, los fenómenos meteorológicos (lluvia, granizo, nieve...), etc. Inundaban todos ellos nuestro refranero, nuestra fraseología y terminología, cuando de verdad se convivía con la naturaleza y el cosmos, unas veces sirviéndonos como buenos amigos, otras castigándonos como hostiles compañeros de viaje. 



Este pequeño artículo lo dedicaré a hablar del sol y de una miaja del vocabulario que se ha empleado en torno a él en Pedroñeras, parte del cual se está perdiendo a pasos agigantados; de modo que no es difícil que a las nuevas generaciones les sean impropios y desconocidos (de hecho, así es). No obstante, nuestros mayores, con una cultura en este sentido harto superior y rica a la de hoy en día, los empleaban con los matices que iremos refiriendo. 

Para que no se olviden del todo y para que procuremos su recuperación los traigo a estas páginas, y en verdad es una pena que tenga que usar reiteradamente los tiempos pretéritos de los verbos, cuando empleo “se usaban”, “se conocía”, “se decía”, etc. Nos sirve de consuelo que aún queden personas que se resistan a su abandono, gente de campo que los utiliza, ¡y es un gozo escucharla!, como herramientas de su hablar diario. 




¡Ay, Manolo! 

El sol era popularmente conocido con el nombre propio de Manolo. Y se usaba este apelativo para referirse a él de modo muchas veces gracioso. En una copla que tengo copiada también se le llama Lorenzo

El sol se llama Lorenzo 
y la luna, Catalina. 
Cuando se acuesta Lorenzo, 
se levanta Catalina. 

Asimismo, de modo jocoso, se le llamaba “el morago”; sobre todo, como en el caso anterior, cuando apretaba con ganas durante las labores del campo más pesadas. Hay ocasiones en que se omite el nombre, sobreentendiéndose, diciéndose, por ejemplo, “al ponese” (es decir, al ponerse el sol) cuando estos trabajos duros en el terruño terminaban al anochecer, esto es, al ocultarse Manolo. 

También podía ocurrir en ciertos casos que la jornada laboral continuase incluso después de ese momento, en antiguos tiempos de feroces servidumbres, como se recuerda en aquel pareado que reproduce la conversación siguiente entre el amo y el criado: “–Señor, que el sol se ha puesto. –Pero no en el huerto (respondía el “señor”)”. Parece ser que en el huerto aún quedaba por echar un ratillo más... Al mismo caso responde el refrán que también recogí aquí, que dice: Sol puesto, peón suelto (en la viña, que no en el güerto). 

Lo que quería, en cualquier caso, el obrero que trabajaba a jornal, eran soles puestos, que es como decir días y ollas, o lo que es lo mismo, jornales caídos. 

Al lugar y momento en el que el sol pega con fuerza se le llama chicharrera o en to’l soletón. Yo recuerdo tener que estar cortando ajos toda la mañana con to la chicharrera y en to’l soletón, y puedo garantizar que es cosa poco aconsejable. 

Cuando el astro se desplaza (es un decir) por el cielo totalmente limpio de nubes se dice que va el sol por raso. En cambio, cuando el cielo estaba cubierto y se dejaba ver durante un tiempo debido al claro que habían dejado las nubes, solían decir que el sol había dao la risotá




Puestas de sol 

El arrebol o color rojo que toma el lugar del horizonte donde se oculta el sol cuando el cielo está raso toma el nombre de reboleras. Es amplio el vocabulario matizado sobre este momento del sol cuando se esconde. A ese momento de la tarde era habitual llamarlo a solispones (“Nos vinimos del tajo a solispones”, podía oírse). Ponerse el sol a boca sapo, se decía cuando una pequeña nube aparecía delante de él en ese momento; pero también se hablaba de que el sol estaba empozao o que se ponía en candilazo. Cuando esta nube era alargada se decía que estaba el sol con cejo, lo cual era indicio de lluvia (de ahí el refrán lugareño de Cuando se pone el sol con cejo, antes del domingo llueve). Si tal nube partía la figura del sol en dos semicírculos se indicaba que había dos soles. Todo venía a ser más o menos lo mismo. 

El tiempo que aún le restaba al sol antes de ocultarse se solía saber extendiendo el brazo en su dirección con la palma de la mano hacia nuestra vista. Cada dedo entre el horizonte y el sol equivalen aproximadamente a un cuarto de hora. Antes existía, además, una medida imaginaria e hiperbólica que era el garrote. Cuando se levantaba uno demasiado tarde le podían espetar eso de “¡Venga, levántate, que hay ya más de tres garrotes de sol!”. 

Más extendidos son los refranes que aluden a la salida del arco iris que aseguran que Cuando llueve y hace sol sale el arco del Señor (mientras que Cuando llueve y hace frío sale el arco del judío). 




Con los últimos rayos 

Se podrían añadir más referencias. Por ejemplo, se les denominaba las tías del sol a las mujeres que salían a coser haciendo corro en la calle en el lugar donde daba el sol. O, en otro orden de cosas, seguro que muchos recordarán que el día 24 de junio, el día de San Juan, se les engañaba a los niños diciéndoles que tal día el sol salía dando vueltas, de modo que todos intentaban observar tan extraño fenómeno que sólo era resultado de mirar al sol, con los consabidos perjuicios que ello podía acarrear. 

No obstante, y para terminar, diré que a mí me hace especial gracia esa frase que todos hemos oído alguna vez: Se queda el sol parao. Se quiere decir con ello, metafóricamente, que alguien expone sus opiniones con poco fundamento y de manera poco razonada (esto es, tontás na más, que decimos aquí). Que el sol se quede parado es poco probable pues es la Tierra la que, con su giro, provoca las noches y los días, aunque puede producirnos, claro, esa falsa impresión de que sea el sol el que viaja por su elíptica desplazándose por el cielo (de hecho es lo que se había pensado durante siglos). 

Aún recuerdo cómo mi abuela Victoriana me contaba que cuando iba a pasar el primer coche por el pueblo la gente decía, refiriéndose a aquella máquina imposible que nunca habían visto, que “era una cosa que corría más que el sol”. No era difícil, pero el pueblo aún conservaba esa vieja idea que desterró definitivamente Foucault con un simple péndulo que daba cuenta del movimiento de rotación de nuestro planeta (ni más ni menos que a 1.670 km/h) y desterraba la maravillosa idea de ese sol viajero y madrugador.

[Este artículo se publicó por primera vez en la gacetilla local Pedroñeras 30 Días, nº 60, marzo de 2007].

©Ángel Carrasco Sotos.

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Ángel Carrasco Sotos

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