CUENTOS AL FRESCO: Peces en la Puente Campos (historias de Felipón, capítulo 57) | Las Pedroñeras

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martes, 3 de octubre de 2023

CUENTOS AL FRESCO: Peces en la Puente Campos (historias de Felipón, capítulo 57)

 

Zona de la Puente Campos (desde la carretera de Las Mesas).

por Vicente Sotos Parra



En esas noches al fresco, Felipón siempre acudía a escuchar aquellos cuentos que tanto le gustaban (aprendiendo más que en la escuela con don Aurelio), a saber escuchar de aquellos sabios. ¡Qué lastima que esto se haya perdido, o esté en vías de extinción!  Así me los contó, y así, yo los cuento.

Sabemos de todo esto por la tradición oral que viene de nuestros remotos antepasados. Aquí nació, aquí creció este sabio cuentacuentos que fue el hermano Juanantes. El nombre se lo pusieron sus padres porque nació antes que su hermanico, que no sobrevivió al parto, por lo que sus padres decidieron ponerle este de nombre por nacer el primero, y antes de los siete meses. Cuando el lugar era un pinar, pinos y pinos. Ahora solo le queda el de su escudo, y no sabemos el tiempo que durará este.

No tomo mujer propia ni ajena; decía que la mujer cuando no sale buena es la peor de las luces malas.  Su padre que también era contador de cuentos,  heredando de él la gracia, y la magia para su envoltorio y darles, como los girasoles, el giro necesario que requerían los cuentos.

Antaño en la calle Montejano salías de un bache y te metías en un hoyo, como los caminos removidos por los carros. Pero esto no era impedimento para salir a tomar el fresco. Cada cual con su silleja a cascar y darle a la que no tiene hueso, no haciendo falta tener el WhatsApp ni ver la tele, entre otras muchas cosas porque no había. El hermano Juanantes era uno de los solteros más empedernidos y de más longeva vida, siendo su presencia casi, casi indispensable a la hora de tomar el fresco. Su aspecto era seco como un hueso, tenía la boca y los ojos llenos de arrugas, largos dedos huesudos y cejas grises erizadas. Sobre el ojo izquierdo le colgaba un gran mechón que le salía un lunar; no se puede decir que le embelleciese, pero al menos servía para identificarlo fácilmente.

El hermano Janantes era de pico fino para contar los cuentos, ese don de contarlos y la forma de hacerlo.

Allí se juntaban los sabios del barrio. El hermano Severiano, el hermano Miguel, el hermano Marcelino, y el hermano Marcial, rodeados de un montón de chiquetes que en silencio entre silla y silla hechos un cucunete escuchaban con atención los cuentos que se contaban. Las mujeres solían tener otro tipo de cháchara, aunque siempre tenían puesta la oreja en lo que se decía en el rodal de los hombres.

Cuando el hermano Juanantes empezaba en absoluto silencio todos, bobos, le escuchaban. No había pájaro en el monte, ni sonido en la guitarra que el hermano Juanantes no se  sacara del pecho. De vez en cuando se movía, se daba golpes en la pierna espantándose los bichos, pero seguía ahí con los ojos fijos en la cara de los del correte, mientras él se ayudaba con todo el cuerpo y refería con voz distinta a la suya cuando hablaban los otros personajes del cuento. Pero, eso sí, al hermano nunca se le pudo contradecir, porque cerraba los cuentos con una mirada de imposición. Todos sabedores de esto, el correte permanecía en silencio.

El hermano sacaba las palabras del saco de las palabras suyas y las ataba en el aire con un gesto y aquello cautivaba, adormecía. Por eso contaba cuentos como este con otras palabras suyas, y empezó con este cuento de la LOS PECES EN LA PUENTE CAMPOS. Estas fueron sus palabras.


La Puente Campos a vista de pájaro.


"Aquel año fue muy lluvioso y  La  Puente Campos parecía un río grande; reventaron las aguas antes de tiempo sobre San Juan y toda la zona se quedó bajo el agua. Primero pasaron unas nubes a ras de la loma y luego vino aquel mar negro con un viento frio que aplastó las cebás y los trigos,

Yo vendía ambulante entonces, y tenía una mula caminadora y firme. Así que en cuanto empezaron a encauzase las aguas y vino el oreo de las tierras, hice camino para Las Mesas. Iba tirando mis cálculos con el río—porque para pensar no hay como el paso de una mula bajo el cielo--. Un poco lleno, me decía: "¿Cómo cruzo el charco?". Yo había pasado aguas mayores que aquellas y conocía la zona como para andar con los ojos de la mula nada más. Así que partí a la marcha buscando el río y por la mañana estaba en él. Arrastraba todavía agua de chocolate revuelto, pero apenas si cubría medio metro. Conque meto la mula en el agua y empiezo a pasar. Todo iba bien. Abajo golpeaban los cascos sordamente sobre las piedras, pero en mitad del río el animalico resbaló corriéndose medio metro. Yo pensé en la carga, en el aceite  en la harina que el agua se iba a malograr. Entonces  clavé las espuelas a la mula en firme. El animalico sacó su sangre como siempre… Se estremeció, levantó las orejas asustada y pasó, buenamente llegándole el agua a las orejas. Pero ahí viene la cosa, que estando fuera ya, me siento que las espuelas me pesaban tirándome hacia abajo. "¡El copón bendito y adorao!" —dije—y  me vide que tenía dos peces de diez kilos en cada espuela… Bueno, miré al río de La Puente Campos y le dije: "¡La hostia, hoy tienes más peces que nunca!"

(Y el hermano movía los dedos largos de la mano como si apretara los peces en un palmo de agua). 

Le interpeló el hermano Marcelino: "¡Anda, no me jodas, que entavía no se han visto peces en La Puente Campos!" Y perdiendo Juanantes los estribos le contestó: "Pero, hermosón, que tú tienes veinte quintas menos, ¡joder!, te hablo de antaño, no de hogaño, ¡copón!"

Así se le puso fin al cuento esa noche el hermano Juanantes. 

Le dijo a Felipón: "Cógete la silleja, hermosón, que ando jodío de los remos".



(CHASCARRILLO)

Es este cuento de verdad o de mentira, 

así es como la vida.

Y dime si no te gustaría 

ver en la Puente Campos peces en vez de porquería.



Supongo que el final

todas la cosas son una ilusión.

Rene Descartes

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