CONFLICTOS PROVENCIANOS con DON ALONSO DE CALATAYUD y otras cuestiones (con Las Pedroñeras de fondo) | Las Pedroñeras

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sábado, 20 de febrero de 2021

CONFLICTOS PROVENCIANOS con DON ALONSO DE CALATAYUD y otras cuestiones (con Las Pedroñeras de fondo)

 

por Ignacio de la Rosa Ferrer




LOS CONFLICTOS JURISDICCIONALES ENTRE DON ALONSO DE CALATAYUD Y LA VILLA DE EL PROVENCIO

Era 1512, Don Alonso de Calatayud decidió acortar las sogas de las campanas de la iglesia parroquial. Su fin no era otro sino evitar que los regidores y alcaldes provencianos se reunieran en concejo al tañer de las campanas. Ese mismo año los provencianos habían acusado a su señor de entrometerse en las competencias judiciales de sus alcaldes.


El Provencio elegía para San Miguel sus alcaldes, regidores y alguacil. Pagaba de sus propios el salario de sus oficiales: doscientos maravedíes a cada uno de sus dos alcaldes, dos mil maravedíes a sus cuatro regidores y ciento cincuenta maravedíes al alguacil. Los propios de El Provencio estaban valorados en aquella época en diez o doce mil maravedíes, aunque algunos testimonios los elevaban a veinte mil. Los oficiales salientes solían nombrar a los oficiales entrantes. La jurisdicción de la justicia ordinaria de la villa convivía con un alcalde mayor y un alguacil mayor nombrados por don Alonso de Guzmán y su mujer doña Leonor de Guzmán.

Esa era la tradición, la realidad era una difícil convivencia entre ambas justicias. El equilibro fue roto por don Alonso de Calatayud que intentó hacerse con la competencia de la las penas de sangre, hasta entonces en manos de los alcaldes. Un concejo semiabierto de mayo de 1512 nombró a Fernando de Villamayor procurador de la villa para defender sus intereses ante el Consejo Real. Exponía Fernando Villamayor cómo de poco tiempo a esa parte don Alonso de Calatayud prohibía la celebración de concejos, amenazando con ahorcar a los oficiales que se reunieran en ayuntamiento y llevando penas de seiscientos maravedíes a los vecinos que reñían en peleas donde corría la sangre

e que agora de poco tienpo acá don Alonso de Calatayud cuya diz que es la dicha villa e doña Leonor su muger yendo e pasando ante el thenor e la forma de la dicha su ynmemorial costunbre diz que no solo quieren consentir ni dar lugar para que lo hagan antes los amenazan diziendo que si tañen la canpana para se juntar a conçejo hará ahorcar a la soga al que la taniere e que ansy mismo si en la dicha villa rriñe un veçino con otro y le saca sangre le lleva de pena seysçientos mrs. no podiendo llevar mas de sesenta mrs. conforme a las leyes e premáticas de mis Rreinos.

El Consejo real por provisión de 29 de octubre de 1511 decidió mandar al corregidor de Alcaraz como juez pesquisidor. El doce de mayo de 1512 un concejo abierto con presencia de don Alonso de Calatayud nombra a Fernando de Villamayor como procurador síndico de la villa para defender los intereses de la villa. Don Alonso de Calatayud presente en la iglesia, donde se celebra la reunión asiente. Ese mismo día doce, Francisco de Palma, alcalde mayor y juez pesquisidor para el caso, preside en las gradas de su audiencia judicial las diligencias que enfrentan a la villa a su señor.

Don Alonso hizo una segura defensa de sus derechos sobre la villa. Le pertenecían los diezmos, así como la jurisdicción civil y criminal de la villa y sus términos.

vra. md. hallará que la dicha villa e sus términos e jurediçión çevil e criminal alta e baja mero e misto ynperio en los diezmos de pan e vino e carne e lana e que son myos e me pertenesçen por justos títulos de merçed e confirmaçión que tengo los dichos títulos por su alteza de los rreyes de gloriosa memoria.

Alegaba que el concejo de la villa había llegado con su bisabuelo mosén Luis de Calatayud a una carta de conveniencia por la que pertenecían a su familia la jurisdicción de la villa, las penas de sangre y otras penas. La existencia de tal carta de conveniencia fue admitida por algún testigo, pero no se nos ha conservado

La villa aportó testigos para defender sus derechos. Entre ellos, varios de los provencianos que marcharon dos años antes a fundar un nuevo pueblo en los términos de San Clemente: Martín López, Lázaro Martínez de la Carrasca, Juan Sánchez Merchante y Gil López Merchante.

A decir de los testigos presentados por el concejo, los oficiales salientes nombraban entre personas suficientes e idóneas los oficios municipales entrantes. La elección anotada en un papel por memoria era presentada al señor de la villa. Por sus declaraciones, se reconocía que los Calatayud tenían poder para rechazar los candidatos de su no conveniencia. En estos casos los oficiales salientes elegían nueva persona para el cargo. La memoria definitiva de cargos elegidos era puesta en las puertas de la iglesia. Las diferencias entre el señor y el concejo ya se hicieron palpables en la elección de 1501. La memoria de nuevos cargos fue presentada a don Alonso de Calatayud en la iglesia, mientras escuchaba misa. Éste, rompiendo la tradición, tachó uno de los nombres y puso otro en su lugar. Las desavenencias fueron públicas, pero don Alonso se salió con la suya. Dos años después se arrogó el derecho de nombrar alcaldes ordinarios, obviando el derecho de los oficiales. Fue el año 1511, cuando los regidores y alguacil del año anterior hicieron valer sus derechos y tradición y eligieron oficiales sin presentarlos a don Alonso de Calatayud, que se estaba arrogando el derecho de nombramiento además de veto y entrega de varas de justicia. Era tal la tensión, que uno de los alcaldes, Juan Fernández Roldán, no aceptó recibir la vara de justicia, tras la recriminación de don Alonso de Calatayud. El otro, Diego Martínez de Espinar, apenas si ejerció el cargo un mes, pues en gesto airado doña Leonor de Guzmán le arrebató la vara de justicia y la tiró al suelo.

La crisis ya se había agravado desde 1510. Era tradición que el concejo se reuniera en la llamada casa del jurado, en referencia seguramente a un oficio caído en desuso desde fines del cuatrocientos. Los oficiales lo solían hacer sin la presencia de su señor, pero no faltaba ocasión que don Alonso se presentaba en las reuniones si se discutía tema de su interés. Es ese año de 1510, el mismo que varios vecinos huyen de la villa para formar un pueblo nuevo, cuando el concejo toma una decisión revolucionaria: convierte el pequeño concejo de seis oficiales en un concejo semiabierto con la incorporación de un procurador síndico de la universidad y veinte diputados del común. Su cometido: ordenar las cosas del pueblo y sus repartimientos. Era una respuesta a la decisión anterior de don Alonso de tomar las cuentas del concejo por su alcalde mayor y una treta para salvaguardar los regidores sus propias personas y bienes, pues respondían de la limpieza de las cuentas. Don Alonso de Calatayud no lo aceptó. Sus amenazas fueron contra los pregoneros que se prestaban a tañer la campana para hacer concejo, a los que amenazaba de colgarlos de la soga. Era tal el miedo, que el concejo se reunía sin tocar la campana previamente.

Don Alonso empezó a obviar el concejo y las justicias de sus alcaldes. Comenzó a entender en aquellos delitos de sangre menores, nacidos de riñas, imponiendo penas de seiscientos maravedíes. Pena que no iba más allá de las sentencias de su alcalde mayor, pues las penas de sangre iban acompañadas de penas en otros asuntos menores, que se traducían en una práctica de chantajes, donde los vecinos eludían las penas con pagos en especie al señor. No era extraño ver a los provencianos, camino de la fortaleza, con dos gallinas en la mano para don Alonso. Parece ser que especial inquina le tenía don Alonso de Calatayud a Juan de Medina por una riña que la mujer de éste había tenido en el horno con otras mujeres del pueblo. La pena fue arbitraria, once ducados. Las protestas de Juan Medina se saldaron con mil maravedíes más.

Los provencianos alegaban frente a los Calatayud, que sus derechos habían sido otorgados por doña Blanca, la nieta de don Juan Manuel, que dotó de jurisdicción propia a sus alcaldes, y negaban la validez de la carta de conveniencia con los Calatayud, cediéndoles la jurisdicción de la villa y sus términos. En cualquier caso, los viejos derechos discutidos fueron ahora acompañados de nuevos gestos, cargados de simbolismos. La práctica de tañer las campanas únicamente aparecía en el encabezamiento de los concejos. Lo normal era que el pregonero de viva voz, o personándose en las casas de los oficiales, convocará la reunión. Pero hacia 1509 o 1510, los regidores se enfrentaron directamente a don Alonso de Calatayud, y convocaron los concejos a campana tañida. La soga que colgaba del badajo era símbolo de libertad para los provencianos; para don Alonso, la soga de la horca que señalaba su jurisdicción sobre la villa.


LA PROPIEDAD DE LA TIERRA COMO SÍMBOLO DE INDEPENDENCIA JURISDICCIONAL


La imagen de la justicia provenciana con sus varas e insignias de justicia recorriendo los campos no era contrastada con la efectividad de sus actos, que según algún testigo se reducía a acabar con las travesuras de algunos mozos que se refugiaban en la mencionada ermita de Santa Catalina. Eso no significa que los provencianos no entendieran el valor del simbolismo de los actos judiciales. Llegada la década de los treinta se hizo muy común que la justicia acudiera a los actos de toma de posesión de las propiedades adquiridas. A falta de un término reconocido, adquiría pleno simbolismo el acto de posesión por el propietario ante la justicia local de la heredad recién comprada. Se recordaba como acto de infeudación (las palabras son nuestras) la toma de posesión de su viña hacia 1530 y ante los alcaldes provencianos de un sanclementino llamado Alonso López de Garcilópez (muy probablemente originario de El Provencio). La osadía de que un vecino de la villa enemiga comprara su viña a un cuarto de legua del casco poblado de El Provencio, hacía necesario que la justicia diera fe cómo se hacía sobre tierra provenciana. Sin embargo, estos actos de infeudación, por llamarlos de alguna manera, no eran nuevos, pues ya sabemos que los papeles más preciados de los provencianos, guardados en el arca de su archivo, eran los papeles conteniendo los títulos de propiedad particulares de sus vecinos sobre las viñas y heredades (ANEXO X). Los provencianos eran conscientes que una villa como la suya, nacida como puebla para colonizar el paisaje circundante, solo lo podía hacer suyo con la explotación y propiedad de la tierra más que con títulos reales que concedían términos enteros a señores como juros de heredad.

Las propiedades agrarias de los vecinos provencianos, tal como demuestran los pagos de alcabalas, se extendían desde la villa hasta tres leguas más allá, sin que ello supusiera estar enclavadas en el término de la villa, sino que, más bien, el empuje roturador de sus vecinos alcanzaba tierras incultas en términos jurisdiccionales mal definidos. A una familia de estos afortunados, Martín y Juan de Cuélliga, padre e hijo asentados luego en Socuéllamos, se les conocen ventas en puntos muy distantes: tierras de pan llevar en el paraje de los Rubielos, junto a La Alberca; en los Charquillos, en la parte de abajo de Majara Hollín; entre Pan y Cayado, cerca de Minaya, en la hoya de Mingo Blasco, a tres leguas de El Provencio. Quince años después el hijo ya vendía viñas en el Cerro Mojón, cerca del pueblo, y otros majuelos más alejados en el camino del Cuervo, junto al cerro de la Horcas.

Y sin embargo los títulos de propiedad marcaban un paisaje agrario heterogéneo que no se correspondía con la visión de los ojos. En el espacio agrario entre San Clemente y El Provencio, las propiedades de sus vecinos estaban, tal y como se decía, revueltas.


LA CREACIÓN FRUSTRADA DE UN NUEVO PUEBLO: VILLANUEVA DE LA REINA


La jurisdicción de San Clemente se ejercía hasta la misma ribera del río Záncara y hasta las mismas puertas del Provencio, que en acertada expresión de nuestro testigo Alonso Marín no tenía más juridiçión de las canales adentro. Las propiedades de los sanclementinos no conocían de mojones, sus viñedos llegaban al sitio de Marcelén y sus tierras de pan llevar, a los límites de la dehesa de Majara Hollín, en competencia con los provencianos por hacerse con el espacio agrario comprendido en los llanos que se extendían entre las riberas del río Rus y el río Záncara. El avasallamiento de San Clemente pretendía conocer de todas las compras de tierras en este espacio, cobrando las alcabalas de estas transacciones. Los arrendadores sanclementinos cobraban las alcabalas en la venta de tierras, por los testimonios que nos han llegado, en la dehesa de Majara Hollín, pero asimismo en otros lugares más alejados como el camino de Munera, y los caballeros de sierra prendaban a los que cortaban esparto en el mojón de las Huesas. Tal era el deseo de reivindicar para sí los términos arrebatados por Alarcón a Alcaraz en 1318. Los arrendadores de alcabalas solo respetaban las transacciones de muros adentro de la villa de El Provencio. Parecía como si en el primer cuarto del siglo XVI, los intentos pasados de los provencianos del cuatrocientos de crearse un espacio pronto adquiriendo tierras en torno a la villa y guardando las cartas de robra en su archivo municipal, cayera ahora, en el comienzo del quinientos, en el saco roto de la avaricia sanclementina por conquistar nuevos espacios agrarios. La situación solo empezó a inclinarse a favor de los provencianos en los años treinta. Por esas fechas se arrogaron la venta de las yerbas a los extranjeros en Majara Hollín, dehesa rodeada, por otra parte, por las tierras de pan llevar de sanclementinos como Antón de Ávalos.

La lucha por la tierra en la línea fronteriza entre ambos pueblos fue cruenta. Nadie se atrevía a fijar los mojones y se invitaba a los oidores de la Chancillería de Granada a que vinieran, en bella expresión de la época, a la pintura de los mojones. Los enfrentamientos entre provencianos y sanclementinos eran continuos en las numerosas festividades a las que conjuntamente acudían unos y otros. Hemos citada ya la festividad de Santa Catalina, pero sería con motivo de una corrida de toros para la festividad de San Roque cuando la tensión acabó en tragedia. Hecho sangriento que los sanclementinos obviaban detallar en sus declaraciones, a sabiendas que los rencores enconados, fruto la pelea provocada por la muerte de un toro, continuaban una generación después.

La consolidación de términos de El Provencio fue un difícil parto, fruto de la adquisición de tierras por compra de sus vecinos, que forjaron un término propio. ¿Qué sentido tiene, si no, que en el archivo de El Provencio y guardadas en un arca de tres llaves figuraran las escrituras de compra y venta de las tierras adquiridas por los provencianos a lo largo del siglo XV? Sabedor de estas carencias, el concejo de San Clemente intentaría crear a comienzos del quinientos una nueva puebla en un cerrillo, junto al río Rus (que va seco en verano, que no tyene agua syno quando llueve), a mano izquierda en el camino que desde San Clemente va a El Provencio. Es difícil determinar el lugar exacto, pues los sanclementinos decían que estaba más próxima a El Provencio y los vecinos de esta villa la situaban a media legua de San Clemente y a más de una legua de su pueblo, ubicación ésta que es la más segura. Con los nuevos vecinos, vendrían sus tierras al concejo de San Clemente. Aprovechaba la villa de San Clemente los odios que despertaban los Calatayud para romper la solidaridad provenciana y crear una aldea dependiente a las mismas puertas de El Provencio, pero obvió o no llegó a ver que la revolución agraria del quinientos y la expansión de viñedos era más fuerte que los intentos de crear nuevas realidades administrativas y límites fronterizos.

que podrá aver los dichos treynta e çinco años que çiertos veçinos de la dicha villa del Provençio porque estavan enojados con su señor que fueron a la dicha villa de San Clemeynte a que les diesen liçençia para fazer un lugar çerca de la dicha villa del Provençio entre la dicha villa del Provençio y la dicha villa de San Clemeynte e que la dicha villa les señaló un sytio en el dicho lugar para que fiziesen y edificasen el dicho lugar donde començaron a fazer un pozo y señalaron donde fazer una yglesia e que truxeron piedra para ello como en término propio de la dicha villa de San Clemeynte e que no sabe este testigo a qué cabsa lo dexaron de fazer.

Quien mejor conocía lo que pasó por aquella época era Francisco de Olivares, un vecino de Socuéllamos de 56 años, pero que había sido vecino de San Clemente hasta los 47 años y regidor de la villa cuando se produjeron los hechos. El relato de los mismos nos los presenta como una tácita rebelión antiseñorial contra don Alonso de Calatayud, potenciada por la villa de San Clemente, que prometió a los moradores de la aldea, a cambio de la sujeción a su jurisdicción, la exención de impuestos durante unos años. Los hechos ocurrieron exactamente hacía veintisiete o veintiocho años (la declaración de Francisco de Olivares es de agosto de 1538), es decir, hacia 1510. Esta fecha viene ratificada por el testimonio de un labrador de Villarrobledo, nacido en El Provencio, Juan Rubio, que con treinta años había conocido de primera mano los hechos. Juan Rubio aseveraba que Villanueva de la Reina había intentado levantarse poco después de la conquista de Oran, acaecida en mayo de 1509.

quando se ganó la çibdad de Orán e poco después que este testigo vido e conosçió començado a hazer y edeficar el pozo.

Lejos de contar con el beneplácito de don Alonso de Calatayud, éste les impidió la venta de las casas de El Provencio a los huidos. Al parecer, el abandono de El Provencio por estos vecinos fue motivado por çierto enojo y mal tratamiento que les avía fecho don Alonso de Calatayud. El conflicto acabó en la Corte y con la intervención de Fernando el Católico que, por provisión real, que autorizó a los provencianos rebeldes a destechar sus casas y llevarse las tejas, maderas y piedras al lugar donde se pretendía edificar el nuevo pueblo. Atemorizado don Alonso Calatayud accedió a autorizar a las ventas de las casas, ante el temor que el ejemplo cundiera y se destruyera su villa de El Provencio, aunque parece que en la decisión de dejar de edificar el nuevo lugar tuvieron gran parte de culpa el resto de convecinos que convencieron a sus paisanos para cejar en una acción que podría destruir su pueblo de origen. Aun así, un testigo de primera fila de los hechos había sido el caballero Antón García, que, poco después de malograda la nueva aldea, señalaba el lugar exacto de su ubicación a Miguel Martínez Gallego y recordaba a un pedigüeño don Alonso Calatayud acudir hasta San Clemente para rogar a su justicia que se acabase con la edificación de la nueva puebla, porque era fazello pobre, expresión referida  a sí mismo, temeroso de perder los rediezmos que le pagaban sus vasallos. La nueva Arcadia quedó traicionada por los mismos que la habían promovido. Sus moradores quedaron desamparados y muchos de los que querían fazer el dicho lugar se vinieron a vivir a la dicha villa de Sant Clemeynte donde falleçieron e otros se volvieron a la dicha villa del Provencio.

La edificación de un nuevo pueblo fue decisión premeditada y consciente del concejo de San Clemente. No se dejó nada a la improvisación. El futuro pueblo tenía planificadas las calles, plaza y espacios definidos para las casas e iglesia. Incluso se había decidido el nombre de la nueva aldea, dependiente de San Clemente, bajo realengo: Villanueva de la Reina. Así nos lo rememoraba Juan del Castillo el viejo, natural de La Alberca.

los dichos veçinos del Provençio trayan e truxeron çiertas carretadas de piedras para edificar allí casas e tenyan sus sytios señalados e donde avyan de fazer yglesia que se avía de nombrar Villanueva de la Rreyna e asy le tenían ya por su nonbre.

La pretendida confusión entre el pozo de las Saleguillas y el pozo de las Salegas, donde se había de fundar Villanueva de la Reina era intencionado, como veremos, pero también fruto de de dos intentos de repoblación seguidos y continuos. El pozo de las Saleguillas ya existía de antes, pero se intentó excavar de nuevo a comienzos de siglo por los mismos huidos que después intentarán fundar Villanueva de la Reina. El lugar, cercano al arroyo que bajaba de Majara Hollín, a un tiro de ballesta, doscientos pasos, y al río Rus, parecía propicio, pero este primer intento fracaso. De hecho, el arroyo de Majara Hollín, una ruta de ganados, salpicada de abrevaderos y charcos, estaba desecándose por el cultivo de viñas en su parte baja, antes de desembocar en el río Rus. La visión de un provenciano hacia 1525 que subiera al pequeño cerro en medio de Mahara Hollín, que pasaba por ser la Atalayuela para unos y la Puerta del Collado para otros, era, alrededor, una dehesa para pastos de ganados o de carneros para abasto de la villa de El Provencio, intentando adentrarse en los márgenes de la dehesa los campos de pan llevar de San Clemente; en lontananza, los pueblos de San Clemente, El Provencio y Santiago; al norte, una loma o pequeña elevación impedía ver los términos de La Alberca y el llamado pozo de la Señora; al sur, en un cerro inmediato, la ermita de Santa Catalina y a sus pies el arroyo de Majara Hollín, que ahora, desde su desembocadura en el río Rus, veía subir los majuelos a sus márgenes, perdiendo su función de tránsito veredero. Tan solo las casas blancas de los molinos de Juan Fernández y los molinos de Antón Ramos daban un toque diferenciador al paisaje. Sobre este cerro se subían los pastores para prevenirse de los guardas que venían a prendar sus ganados.

Y es que, hasta las Comunidades de 1521, la franja no cultivada entre las villas de San Clemente y El Provencio era tierra de pastores y sus ganados. En los nueve años inmediatos a esa fecha, el villarrobletano Juan del Charco había servido como pastor a numerosos amos de uno y otro pueblo. Estos amos eran hombres que fundaban en los ganados su riqueza, pero que no despreciaban en absoluto las posesiones agrarias. Alguno de ellos tan conocido como Miguel Sánchez de los Herreros, que, ya anciano, había mudado su residencia a Villar de Cantos. Otros dueños de ganados, citados por otros pastores, son los sanclementinos García de Ávalos o Sandoval o los provencianos Diego de Carrasco y un Montoya.

que de nueve años quatro o çinco dellos en la dicha villa del Provençio con Pascual Sánchez Merchante e con Pero Sánchez Carnicero e con Moranchel veçino de Belmonte que se vino allí huido con Garçía Grande veçino de la Alberca por çierto desconçierto e otros quatro años en la dicha villa de San Clemente con Alonso López e García López e con Miguel Sánchez de los Herreros el viejo e con Miguel López de Perona yerno de Sandoval.

La importancia de la ganadería de en aquella época da fe la red de cañadas y veredas que atravesaban el territorio en aquella época. La villa de El Provencio veía pasar por una de sus calles los rebaños trashumantes, siendo además lugar de celebración de audiencias de los alcaldes de mestas, los propios de la villa de El Provencio, dos veces al año. Para San Bernabé y San Pedro ad víncula, once de junio y uno de agosto, respectivamente, los dueños de ganados y sus pastores de todos los pueblos comarcanos se reunían en la villa de El Provencio, donde llevaban todas las reses extraviadas y ajenas a sus rebaños, que habían recogido; señalando los alcaldes ordinarios de esta villa a cada pastor las reses perdidas y declarando mostrencas aquellas otras sin dueño conocido. Las cabezas de ganado mostrencas quedaban en poder de los señores de la villa.

Del fracaso de ocupación de las Saleguillas, tomó nota el ayuntamiento de San Clemente, que ofreció un nuevo lugar, sin la presión de don Alonso de Calatayud y con las garantías y protección de realengo. La excavación de los dos pozos nos la cuenta un labrador de Las Mesas, llamado Andrés Fernández, natural de Santiago, y que, como tantos, abandonó su trabajo a soldada en San Clemente para buscar nueva fortuna, tal como hicieron otros contemporáneos suyos, pastores, recueros, jornaleros, que acabaron emigrando a Socuéllamos o Villarrobledo en busca de la ansiada propiedad de la tierra. Alguno, como el sanclementino Antón Gallego fue uno de los primeros pobladores de una villa nueva en el priorato de San Juan, de gran proyección en el futuro: Argamasilla de Alba.

que los dichos dos pozos los avyan fecho e edeficado vezinos de la villa del Provençio que querían venirse a poblar allí e que avyan començado a fazer el dicho primero pozo e que no les avya pareçido bien e lo avyan dexado a medio fazer e se avyan pasado cabo el dicho rrío Rrus e avyan començado a edeficar el dicho segundo pozo.

El lugar donde se había de levantar la nueva puebla aún no estaba ocupado por las viñas, como aún no habían llegado las viñas, por ese año de 1510, a invadir el pozo de las Saleguillas, situado junto al arroyo que bajaba de Majara Hollín y a un molino conocido como de Juan Fernández. Se decía que las viñas provencianas llegaban ese año a dos o tres tiros de ballesta de las Saleguillas, unos quinientos pasos. Todavía existía alrededor de tres cuartos de leguas incultas, que llegaban al sitio, y más allá, donde se había de edificar el nuevo pueblo, conocido como las Salegas; nombre este posterior y adoptado intencionadamente quizás por El Provencio para reclamar la ubicación de los mojones más allá de las antiguas Saleguillas, en las cercanías de San Clemente. Un lugar de escobares y campo raso, donde los ganados andaban tendidos a su placer. Según un labrador de Las Pedroñeras Mateo Sánchez Coronado, que con diecisiete años cuidaba los ganados de su padre, morador en Santiago de la Torre, en 1490, entre San Clemente y El Provencio, todo era pasto común hasta llegar a los términos de Minaya. Él. como otros pastores pasaba las noches al raso en estos desiertos demográficos y agrarios. Pero, por las narraciones de los testigos, la progresión de los majuelos fue muy rápido, sobre todo, desde la parte de El Provencio, y a partir de 1525.

e que agora de quinze años a esta parte ha visto este testigo que han plantado más viñas los dichos vecinos del Provençio nuevamente e que ya pasan del dicho pozo (de las Saleguillas) fazia la dicha villa de San Clemeynte buen pedaço.

El testimonio nos hace pensar que, tras un primer desarrollo del viñedo, que pasó los límites del arroyo del Charrión o Majara Hollín, hubo un nuevo empuje de las plantaciones de majuelos en torno a ese año de 1525, que casualmente coincide con la reanudación del pleito entre las dos villas. Seguramente lo que movió a los nuevos pobladores, quince años antes, fue la oportunidad que ofrecía la villa de San Clemente de franquicias y escapar de las cargas señoriales a la hora de colonizar un espacio entre ambas villas muy apto para la plantación de viñas. Conocemos el nombre de algunos de estos vecinos desafiantes a la autoridad señorial: Alonso Romero, Andrés de Periaga, Sancho López de los Herreros, Clemente Sánchez, Antón López, Martín López, y Lázaro Martínez de la Carrasca. ¿Qué les movía? De uno de ellos, Alonso Romero, se decía que era hombre enojado con su señor, que quería fazer allí una aldea para venirse a labrar sus tierras. Este Alonso Romero aparece una y otra vez en boca de los testigos, que vieron su intento de levantar la nueva aldea, desplazando hasta el lugar la piedra que habría de erigir el sueño de Villanueva de la Reina. Aunque el cabecilla de la revuelta contra don Alonso de Calatayud fue Pedro de Ortega, que se enfrentó directamente a su señor.

Sus actitudes desafiantes no les permitieron volver a El Provencio. Efectivamente, la mayoría se quedaron a vivir a San Clemente, pero una minoría intentó a pequeña escala la experiencia repobladora en las llamadas casas de Marcelén, que como hemos visto treinta años después eran lugar de acampada de gitanos nómadas. Contra lo que pudiera parecer el progreso roturador con la plantación de majuelos era más impetuoso desde El Provencio, que en palabras de los testigos ensanchaban sus viñas sobre las antiguas tierras calmas y sin heredades. Curiosamente la mayoría de los testigos favorables a San Clemente habían sido pastores en su mocedad; treinta años después habían trasladado sus hogares a villas como Villarrobledo o Socuéllamos para devenir en labradores. Incluso Majara Hollín, la vieja dehesa boyal de los ganados del suelo de Alarcón, donde los caballeros de sierra sanclementinos velaban por garantizar los viejos usos, era pretendida por El Provencio, que vendía sus yerbas a forasteros.

El proceso de huida de los vecinos bajo jurisdicción de señorío fue recogido por Diego Torrente en su estudio de los documentos del archivo histórico de San Clemente. Hubo un primer momento, de abandono de los pueblos de señorío al acabar la guerra del Marquesado, los señores impidieron la venta de los bienes muebles y raíces a los que abandonaban los pueblos de señorío. Este movimiento migratorio de huida a realengo se unió a ese otro motivado por las rencillas y ajustes derivados de la guerra. Son numerosas las cartas de seguro, emitidas por el Consejo Real para proteger las vidas y bienes de las personas.  Los Reyes Católicos mandaron en 1480 que no se impidiera la venta de los bienes de los huidos en sus pueblos de origen. Pero tal provisión no se respetó. En 1504, La Alberca y Santa María del Campo pleitean por este motivo. Los años siguientes a la muerte de Isabel la Católica fueron años de hambre y escasez, hubo movimientos de población, pero esta vez motivados por la huida del mal pestífero, que provocó la despoblación de núcleos habitados. Sin embargo, la reacción señorial de estos años tendió a fijar la población en sus lugares de señorío. Iniciada la segunda década del siglo, la diáspora de fines del siglo anterior se reanudó, junto a un hambre de tierras que llevó a un intenso proceso roturador. A partir de 1510, los vasallos abandonaron en masa los lugares de señorío. El año de 1513, la Reina Juana (de hecho, Fernando el Católico, que era quien llevaba el gobierno efectivo del Reino) reitera la provisión de 1480 para que nadie ponga obstáculos a los que quieran marcharse de los lugares de señorío y vender sus bienes. La carta real va directamente contra los señores de Alarcón, Santa María del Campo, El Provencio, Belmonte, Santiago, Minaya y Castillo de Garcimuñoz. El 19 de febrero se faculta al gobernador del Marquesado de Villena para que actúe judicialmente contra los señores que impiden a los vecinos salir de sus pueblos. La resistencia mayor se produce por don Alonso de Calatayud, señor de El Provencio, que veía, tal como hemos dicho anteriormente, como los prófugos desmontaban sus casas ante sus ojos. Una nueva provisión real, que posiblemente, a falta de datación, sea anterior a las otras, daba la razón a los huidos, obligando al señor de El Provencio a dar unas contrapartidas que desconocemos.

vos mando que dexéis e consintáys llevar los dichos sus bienes e teja e madera a la dicha villa de Sant Clemeynte, e vendellos a quyen ellos quysieren, e les dexéis ençerrar sus vinos e hazer sus panes en sus cuevas e bodegas e casas, e venderlos a quyen quysieren lybremente.

No lo podemos demostrar, pero algún acuerdo hubo entre don Alonso de Calatayud y el concejo de San Clemente, pues el urbanismo del nuevo pueblo con sus calles y plazas y el emplazamiento de la iglesia ya estaba muy avanzado cuando se interrumpieron las obras. De este modo, el nuevo Provencio a una legua y media del antiguo, se frustró definitivamente. Aunque lo más llamativo del nuevo emplazamiento era el ser un campo yermo rodeado de viñas, propiedad tanto de provencianos como sanclementinos. Las viñas inundaban ya en ese año 1513 el paisaje, alcanzando y pasando el arroyo que bajaba desde la dehesa de Majara Hollín, aunque todavía quedaba ese espacio inculto, mencionado antes, de tres cuartos de legua. ¿Fue ese el trato entre don Alonso de Calatayud y el concejo de San Clemente? Parar la plantación de viñedos en la zona, frenando la intromisión provenciana en el campo de San Clemente. Sobre el lugar que hubo de estar el pueblo, como un símbolo, se hallaba en la década de los treinta un majuelo de Pedro Garnica, regidor de San Clemente. Símbolo de ocupación del territorio, que había permanecido dos décadas en tierra de nadie, con las piedras abandonadas y desparramadas y la única ocupación de los ganados que hollaban aquellos campos. Símbolo que la villa mayor, San Clemente, había resistido el empuje arrollador de los viñedos provencianos, que llegaban a una legua del pueblo. Y símbolo de cómo las viñas se habían convertido en la riqueza primordial de la zona y un modelo productivo, que, nacido de labradores, la villa de San Clemente había hecho suyo.

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