Llega a nuestros oídos la noticia de que las antiguas puertas del ayuntamiento han sido sustituidas por otras de nueva factura. Estupefacción (primero)... rabia e indignación (después)... desesperación (al final). Uno piensa, al principio, que puede tratarse de un bulo, pero no, no, que las han quitado, que las han cambiado por unas nuevas. No entiende uno nada. Cuando en las poblaciones, en general, se tiende a conservar lo antiguo, restaurar, arreglar y mantener lo que de histórico tienen (y con mayor razón en edificios históricos, públicos y de interés cultural), aquí se tira por el camino del medio (o siguiendo la linde, sin desviarse un ápice), sin vacilaciones, a lo loco, sin dar lugar al debate o la reflexión. Desesperante. Y lo es porque a nadie se le oculta que esas puertas tienen mucha historia, son recias, con herrajes, y, en definitiva, un elemento histórico digno de conservación. Uno quiere pensar, en cualquier caso, que servirán para seguir dándole vida a algún edificio público de nuestra villa, y da por descontado que no caerán en manos privadas o se tirarán o se las convertirá en madera con que alimentar la estufa de quien la cultura o la educación le importan un rábano. Y las preguntas le nacen a uno en la sesera: ¿Cómo se toman esas decisiones? ¿A partir de qué criterios o intereses? ¿Quién consensúa y perpetra estos actos? No es política (me refiero a esa dañina y de taberna), sino sentido común, que ha de imponerse, cree uno, antes que la irreflexión e impulsividad de quien, haciendo de su capa un sayo, actúa con impunidad e insensatez. Uno está cansado de realzar, defender y revalorizar lo propio ("poner en valor" dicen ahora), pero si desde "arriba", desde donde se tiene que dar ejemplo, se actúa en sentido contrario, en contra de la razón, que es como ir contra nosotros mismos, mal vamos. ¿No lo creen así? (Y perdonen esa rabia que fue vistiéndose, con el paso de las horas, en desesperación).
LAS NUEVAS
Quede constancia aquí que a nosotros las puertas nuevas no nos parecen ni bien ni mal, quiero decir que las puertas en sí son muy decentes y el carpintero no tiene culpa alguna de la tropelía. A él le encargan unas portadas, las hace, cobra... y aquí paz y después gloria.
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