Tierra de ajos, sí; tierra de Jauja, no: otro capítulo (el 74º) de las historias de Felipón | Las Pedroñeras

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sábado, 25 de enero de 2025

Tierra de ajos, sí; tierra de Jauja, no: otro capítulo (el 74º) de las historias de Felipón

  

por Vicente Sotos Parra



A raíz de los robos de ajos de aquel año, el Señor Alcalde hizo un bando en el cual se hacía saber que al que diera con los ladrones se le gratificaría con 1000 pesetas. Mirad lo que pasó con los ladrones.

El día era soleado y en la calle del cuartel parecía todo tranquilo… hasta que apareció uno de los ladrones, tirando de un borriquillo más desaliñado que una vieja alfombra. Lo llevaba del ramal, atado de una manera tan curiosa que casi parecía que el animal llevaba al ladrón, en lugar de al revés. El hombre, con cara de no haber roto un plato (aunque tenía vajillas enteras en su conciencia), se plantó frente al cuartel.

--¡Alto ahí!-- gritó el guardia de la entrada. Pero antes de que pudiera decir algo más, el jefe del puesto asomó la cabeza por la ventana del despacho. Al ver al recién llegado, frunció el ceño y murmuro:

--¡Vaya! Si es el famoso “Culebras”…, otra vez…--soltó un suspiro resignado--.Que pase, que pase. Este siempre trae algunas historias de las suyas…

El ladrón, que ya tenía fama en el pueblo por “coger prestado” lo que no era suyo, entró al cuartel con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuera un cliente habitual en su bar de confianza. El jefe lo miró de arriba abajo y, antes de decir nada, echó un vistazo la borriquillo:

--¿Y esa fiera? No me digas que te la has traído  para cobrar la recompensa… --le espetó el jefe del cuartel, cruzando los brazos--.

--¡No, mi sargento!-- respondió el ladrón con su característico acento y tono burlón--. Este es mi “socio”. Pa que vean que vengo en serio. ¿No decía el bando que traigan lo robado? Pues aquí está el trasporte… Lo que recogimos del campo… sin tener que sembrar.

El jefe de la Guardia Civil negó con la cabeza, medio riendo a pesar de todo. Sabía perfectamente que el “Culebras” no era nuevo en estos líos, pero que tuviera la cara dura de presentarse con el borriquillo, como si fuera lo más normal del mundo, ya era harina de otro costal.

El “Culebras” seguía ahí, plantado con su borriquillo, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera a punto de cerrar el trato del siglo. El jefe del puesto lo miraba con los brazos cruzados, intentando no perder la paciencia.

--A ver, “Culebras”—dijo el jefe, frunciendo el ceño--. ¿Qué leches haces aquí?

—Pues eso, mi sargento. ¡vengo a cobrar la recompensa! –respondió el “Culebras” con la cara más seria del mundo, como si fuera la cosa normal.

El jefe alzó una ceja, incrédulo.

--¿Recompensa? ¿Tú? —preguntó mientras se ajustaba el cinturón--. ¿Tú sabes dónde están los ajos robados?

El “Culebras” se rascó la barbilla, fingiendo que la pregunta le costaba, pero con los ojos chispeantes de picardía. 

--Venga suelta lo que tengas que soltar… igual hasta hoy te toca dormir en cama nueva —le dijo el jefe, mientras los guardias se reían disimuladamente desde el fondo.

--Pos claro que lo sé, ¡eminencia! –dijo alzando las manos como si acabara de descubrir América.-- Si hasta les hice una visita esta mañana – ¡Están más frescos que una lechuga!

El jefe de la Guardia Civil, con una mezcla  de asombro y risa contenida, lo miró fijamente.

--¿Y vienes aquí, con toda la cara del mundo, a pedirme que te de las 1000 pesetas… por la información de los ajos que tú mismo has robado?

El “Culebras” se encogió de hombros y respondió con descaro.

--Hombre, mi sargento, ¡el que tiene información tiene un tesoro! Y yo, ya ves, solo soy un humilde servidor del pueblo…--dijo, poniendo cara de santo--.Y usted bien sabe que uno no puede rechazar una oferta tan buena. ¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amo de toíto el mundo…--arrodillándose!

El jefe no pudo contenerse de la risa esta vez y se dio media vuelta, riéndose para sus  adentros.

--Tú lo que eres es un artista, “Culebras”. Levante; déjate de zalamerías –exclamó mientras los guardias, que hasta ahora se habían mantenido en segundo plano, no podían dejar de reír.

--Pero ya veremos si te vas con las 1000 pesetas en los bolsillos  o te vas con una buena somanta de palos. 

El “Culebras”, más confiado que nunca dio un paso adelante y, señalando  con el dedo al jefe como si estuviera firmando un contrato, dijo:

--Eso es, mi sargento, Y ya le digo a su eminencia que en cuanto tenga las perras en mi bolsillo… --se acercó un poco más, bajando la voz para darle dramatismo – nos subimos en el borriquillo los dos, y nos vamos los tres a Belmonte, ¡al corral donde están los ajos!  Yo se lo juro por mi honor, y que Dios me castigue si lo que digo no es la pura verdad.



El jefe del cuartel, que ya había oído promesas extrañas, nunca había escuchado algo tan absurdo. Se llevó la mano a la cabeza, como si estuviese procesando la situación.

--¿A Belmonte? ¿En tu borriquillo? –pregunto el jefe, aguantando la risa.

--¡Exactamente, mi sargento!  -- replico el “Culebras” hinchando el pecho --. Nos subimos los tres: usted, el borriquillo y yo… Y en un abrir y cerrar los ojos estamos en el corral con los ajos, ¡más rápido que un relámpago!

El jefe, mirándolo de arriba abajo, soltó una carcajada.-- ¡Solo tú me has hecho reír: y si no fuera por esas lágrimas como naranjas que te corren por las patillas!

--¡Qué, ¡mi general, si son de alegría!.. ¡Por mi honor se lo juro!

--¡Qué honor ni que nada, “Culebras”! ¡Lo que tú tienes es más cara que espalda – dijo entre risas!—Pero, bueno, ¿qué haríamos sin artistas como tú en este pueblo?

--Que Dios me castigue si no lo llevo, mi sargento –repitió el “Culebras” levantando las manos como si estuviera haciendo un juramento solemne --¡Eso sí, las perras primero! Que como uno tiene que asegurar su pan.... ¿no?

El “Culebras” ya estaba a un paso de lograr su cometido, y no iba a dejar escapar la oportunidad. Se inclinó un poco hacia el jefe del cuartel, poniendo cara de sufrimiento y, con voz lastimera, pero con la misma chispa en los ojos, lanzó su siguiente golpe.

--¡Mi sargento! Que le digo yo que lo hago por mis 12 churumbeles… --dijo, llevándose  una mano al pecho con dramatismo--. Los tengo, pobrecitos, que no tienen fuerza ni pà sonarse los mocos. Se me caen a cachos del hambre, mi general.

El jefe del cuartel lo miraba ahora boquiabierto, sin saber si reír o echarlo de una patada, mientras el “Culebras seguía con su discurso.

--¡Ande! Deme las 1000 pesetas y ya verá cómo nos subimos los tres, usted, yo y el borriquillo, y nos vamos pal corral de Belmonte, donde están los ajos robados. ¡Lo juro por mis churumbeles y por mi honor, que Dios me castigue si no es la pura verdad!

El jefe, intentando mantener la compostura, pero ya a punto de soltar la carcajada, se rascó la cabeza.

--- ¿Tus churumbeles, eh? –preguntp con una ceja levantada- ¿No eran ocho la última vez que viniste con una historia de estas tuyas?

El “Culebras”, sin perder la compostura, se irguió y dijo con solemnidad:

--Sí, mi general, pero en tiempos de necesidad…,¡las familias crecen!—respondió, como si fuera una verdad universal. –A sí que ahora son doce, ¡Y más hambre tienen que antes!

--Anda, “Culebras”, tú lo que eres es cuentista de campeonato, --dijo el jefe entre risas.



Mientras tanto, en la esquina de la calle podían verse las dos figuras de Felipón y su tío Raimundo. dos de los damnificados por los robos de los ajos. Felipón, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, no podían contenerse más.

---¡Sargento! –exclamó el Jabato pedroñero, interrumpiendo al “Culebras”–, si ese granuja sabe dónde están los ajos de mi tío, quiero acompañarlo.

El sargento, viendo el enfado y la terminación en los ojos de Felipón y de su tío, asintió lentamente.

Está bien ---dijo, dirigiéndose al “Culebras”--. Te creeré por ahora, “Culebras. Llévanos  a ese corral de Belmonte. Si encontramos los ajos te llevas tus 1000 pesetas. Pero si no…-- El “Culebras” levantó la mano en señal de juramento..

--Mi general, se lo juro por mi burro. Esos ajos casi los huelo.

Los guardias civiles los llevaban esposados, con la mirada baja, pero uno de los ladrones sin perder su descaro, levantó la cabeza y dijo en voz alta para que todos lo escucharan:

--¡Esta es la tierra de los ajos, sí! ¡Una tierra de Jauja para nosotros! Los payos se desloman criándolos, y nosotros, sin sudar, recolectamos sin sembrar –se rio con una carcajada burlona, mientras los otros ladrones asentían con complicidad.

Felipón, que observaba la escena junto a su tío Raimundo, no pudo contenerse una sonrisa ante la ironía. Con el ceño fruncido replicó en voz baja:

---Ya veremos quien ríe el último, zagal… En este pueblo, el que siembra siempre acaba recogiendo y de… JAUJA… NA… DE... NAA.

Así fue cómo en santa compañía se fueron a Belmonte y allí encontraron en un corral todos los ajos sustraídos en el Lugar. Al Culebras se le perdonaron todos los cargos pendientes por el servicio prestado y, además, el sargento tuvo que darle las 1000 pesetas a la semana siguiente. pues era el trato y la autoridad no puede ni debe infringir la ley.


(CHASCARRILLO)

Culebras ha habido y habrá

mientras  haya ajos que sembrar.

Las Pedroñeras sigue con sus ajos;

por eso de los ajos es la capital.


Una buena conciencia

no teme a ningún enemigo.

SENECA

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