por Vicente Sotos Parra
Bueno, quizás muchos hayáis pasado alguna vez por esto que cuento y yo esté cometiendo una indiscreción al recordarlo, o al traeros a la memoria una cosa ya suficientemente enterrada bajo otros escombros, bajo otras ilusiones, otras películas, otros hechos, mejores o peores, que se han ido borrando aquellos momentos, y que hoy se recuerdan hasta con una sonrisa.
Es ya otoño. Grandes nubes uniformes y espesas se deslizan por el firmamento; un viento, frío y recio, inclina los árboles y arranca de sus copas las hojas amarillas. ¡Adiós, estío! Un grupo de mozas alegres salían por la puerta de la Cope de los ajos. Eran tan frescas y guapetonas. Por allí por los años 1960.
Les iba bien el alegre bullicio que llenaban a su salida dejando el almacén descansar con las maquinas paradas.
Entonces era justo como si se pusiera la tapa en una cuba y se quitara de otra. El chirrido de las cintas trasportadoras y el estruendo de los rotores, el zumbido de los ventiladores y los crujidos de las máquinas de embalar enmudecían y en su lugar las agudas voces de las mozas empezaban a volar bajo un cielo otoñal como golondrinas mareadas en primavera.
Era casi el otoño y con los abrigos desabrochados y las bufandas agitándolas como gallardetes en torno a los cuellos salían en tropel del almacén que estaba junto a la Cope del vino.
Había prisa por alejarse del olor a ajo y de las cintas trasportadoras y las mozas raras veces se hacían tan viejas en el almacén como para quedarse allí cuando descubrían definitivamente que de una cinta trasportadora no puede uno alejarse sin más. La cinta va al mismo paso que uno hasta que se gana un premio de lotería o se tiene suerte de casarse con alguien rico.
En la puerta de la Cope se encontraba el camión de Antoniet para llevar su carga a Cartagena que era su destino para ser embarcados los ajos. Lo estaban cargando Felipón y su amigo Bartolo…, pelirrojo, con ojetes de ternero y las patillas largas, color zanahoria, dejando ver aquellos pechos atléticos y bíceps de gigantes como aquellos gladiadores de las películas.
"Hola", dijeron las chicas con desgana aparentando no tener el más mínimo interés por los dos mozos que parecían estar más preocupados de su trabajo que de su paso. Luisa, María, Carmen y Dorotea (todos le llamaban la Doro) todos sabían ya desde el martes que iban a salir juntas de paseo el domingo y hacerle una visita al bar nuevo de la carretera, El Boni. Luisa se encargó de hablar y las chicas se apretaron contra ella brillando a su sombra. Se sentían amigas a partir de aquel día que tomaron juntas la primera comunión, significaba, lisa y llanamente, que les unía un vínculo indestructible, y si alguna vez, por un imprevisto del azar se apartaban del grupo, de inmediato su ausencia se hacía notar.
Carmen se acordó de Rafa. Enrique. Lauren. Entonces Dorotea, rápida como un rayo para que nadie creyera que estaba siempre callada y aburrida, dijo.
-- ¿Vendrá Felipón, pues?
--¡Sí el que carga el solo el camión¬¬¬¬¬!
--¡Sí, con el de las patillas de! zanahoria! …, ojalá –dijo Luisa.
Se estaba refiriendo a Bartolo, amigo de Felipón.
Dijo Luisa: "Pues es que le faltaba completar la carga y vendrán mañana al paseo, y allí luego quedamos para ir al baile".
Entraron en el pueblo, pero del olor de ajo no se libraban. Cuando el viento bajaba el denso aire se paseaba por todo el pueblo y picaba en la nariz casi como un gas, era ajo lo que se respiraba. Luisa iba en el medio; ella era la mayor y una verdadera roca. Atraía a las otras y, a cambio, una de ellas tenía que llevarle el saquillo así como invitarla al cine cuando andaba mal de cuartos. Ellas lo tomaban como un don del cielo, porque Luisa sabía muchas cosas que ellas no sabían. Había tenido muchas experiencias y las contaba muy bien. Se atrevía a llevar faldas más cortas. Se atrevía a fumar por la calle, y ella era la que había organizado la reunión con los mozos en el bar y luego acudir al baile (Cinema Rex), cosa que para Carmen y para Dorotea era todo un acontecimiento, una aventura que no querían dejar de vivir. Habían salido de la escuela y empezaban a sentir la llamada de la vida y, era solo cuándo tal vez pensaban que justamente ellas aún no habían sacado de la vida nada más que el olor de los ajos en la Cope.
El domingo acudían por la mañana de punta en blanco muy emperifolladas y pizpiretas, endomingadas, sus cinturas cimbreaban como juncos, a misa de doce y luego hacerse el vermut. Sus vestidos y blusas de flores de lunares, de colores y de rayas, que brillaban como mariposas cuando salían de los grises paquetes de crisálidas, no teniendo nada que ver con las blusas y mandiles llenos de polvo.
Luisa descubrió en el bar entre la gente; siempre lo hacía. Y arrastró a las chicas con ella. Eran además conocidos comunes. Luisa pellizcó a Carmen y a Dorotea en los brazos, y la señal significaba que estaban en el bar la pandilla. Después de dar unas vueltas con sus su idas y bajadas de la cuesta los Hitos mientras era la hora de ir al baile. Se habían cruzado quien sabe cuántas veces, para, aquí, para allá mecánicamente.
Mientras se pasaban la tarde de domingo apostando quiénes las sacarían a bailar. Enrique, Lauren. Antonio, Bartolo o Felipón. Lauren y Luisa eran casi novios, mientras Bartolo y la Doro, bisoños en esto de quererse, estaban con ese punto de tonteo de una vez te miro con ojos de que se salen de su orbitas, y otras si te veo, no te veo. Carmen y Luis los dos querían, pero a su manera tú en el almacén de la Cope y yo a mi aire sin ninguna atadura.
Bajaban la escalera que desembocaba en la sala de baile, de donde ya desbordaba sin cesar la música alegre de la orquesta, como un suspiro de felicidad incontenible, allí estaban los IRIS el grupo del pueblo.
Los amigos, excitados por sus sueños de gloria, ante la cita con las mozas no paraban de hablar como lobos enjaulados. Hablando sin descanso, con un fervoroso entusiasmo. Se creía, oyéndolos, en vísperas de la conquista de la fama, la riqueza del mundo. Ninguno se paraba a pensar en que solo era el principio de una relación, en el que la vida sigue su curso, en que en la espera de lo que les depara la vida puede que no sea tal como ellos se lo imaginaban.
Dejamos aquí el capítulo de las mozas de la Cope para continuarlo un poco más tarde cuando haya pasado algún tiempo y ver lo que les pasó a los unos, y a las otras.
(Continuará)
(CHASCARRILLO)
Cuando se es joven
se vive con el futuro.
Cuando el futuro llega
ni te das cuenta… es ya pasado.
En tres tiempos se divide la vida;
en presente, pasado y futuro.
De estos, el presente es brevísimo;
el futuro, dudoso; el pasado cierto.
SENECA
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