SER UN VILLANO HARTO DE AJOS: El refranero del ajo | Las Pedroñeras

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lunes, 4 de enero de 2021

SER UN VILLANO HARTO DE AJOS: El refranero del ajo


Los que habéis leído mi libro Jardín de curiosidades sobre el ajo (o los que tengáis cierta cultura paremiológica) sabréis que tradicionalmente en España, decirle a alguien que era un "villano harto de ajos" no significaba otra cosa que motejarlo de rústico, maleducado, corto de entendederas o paleto. Es tópico en nuestra historia literaria distinguir la delicadeza o elegancia de la gente urbana de la tosquedad o zafiedad del villano o pueblerino. La nobleza y, por lo general, las familias con posibles solía vivir en las urbes, donde uno podía recibir estudios reglados y clases de urbanidad adecuada a la condición de su clase, mientras los pobres habitaban en los pueblos dedicados más a trabajar de sol a sol y menos a asimilar artificiales reglas de urbanidad y buenas maneras. Y era en la ciudad donde estas familias adineradas pulían su modales como signo de distinción y diferenciador: el caso era ser lo menos natural posible. En los pueblos, en cambio, se imponía la informalidad y la grosería (al entender de los que habían hecho de la fina civilidad impostada una manera de existir).



Ser un villano implicaba vileza y villanía (valga la redundancia), y era en los pueblos donde más se comía el ajo, pues debido al olor fétido que este producto provocaba en el aliento, era de mal gusto comerlo en mesas nobles. De modo que ser un villano harto de ajos era tachar a uno de pueblerino, con las connotaciones negativas que esto conllevaba.

Ya aclaraba el maestro Gonzalo de Correas en su Vocabulario de refranes 1627 que esta expresión es "baldón a un rústico". Baldón es 'insulto'. Ya en 1611, Sebastián de Covarrubias (que murió en Cuenca)  escribía en su Tesoro de la lengua castellana o española, diccionario fundamental de nuestra lengua, que era esta "phrase con se injuria a alguno, y se da a entender con ella que es rústico y mal criado" (en latín Rusticum esse, rurique educatum).

Esta frase o dicterio injurioso la podemos leer en el Quijote en varias ocasiones. En la primera de ellas, una dama a la que tacha de vieja Sancho Panza, no se corta en contestarle con estas palabras: "Hijo de puta, si soy vieja o no, a Dios daré la cuenta; que no a vos, bellaco, harto de ajos". También recibe más adelante el mismo apelativo Sancho, de boca de su compañero de viaje, Alonso Quijano. En fin, existe algún ejemplo más en nuestra universal obra.



Pero también en el Quijote de Avellaneda, la obra apócrifa que quiso de manera anónima convertirse en segunda parte de la obra de Cervantes, se puede leer la expresión, siempre dirigida por don Quijote a su escudero. En un caso, Sancho se defiende diciendo: "¿Villano? Villano sea yo delante de Dios, que para lo deste mundo importa poco serlo o dexarlo de ser. Pero es grandíssima mentira dezir esse otro, de que estoy harto de ajos, pues no comí esta mañana en la venta sino cinco cabeças dellos que el ladrón del ventero me dio por un quarto; ¡miren si me había de hartar con ellas!" Es ironía, claro.

De la expresión se aprovechará Galdós para emplearla en boca de sus personajes en diversas obras. El caso es que, mal criados o no, en Pedroñeras estamos muchos villanos hartos de ajos, más aún desde que somos precisamente eso, villanos, que, como sabéis, nuestra población ostenta el título de villa desde el año 1479. En fin, a mucha honra, aunque está claro que desde que se han ido probando las numerosas propiedades de este bulbo liliáceo a lo largo de la historia, comer muchos ajos ya no es indicio de villanía o rusticidad, sino propio de la persona inteligente que mira por su salud. Y en eso estamos.

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