Imagen tomada de Mundo Cactus.
Con mayor motivo que en ningún otro lugar, la primera palabra que los niños pedroñeros pronuncian ha de ser (por narices) AJO. ¿Cómo podía ser de otro modo precisamente en la Capital ¡mundial! del Ajo? No obstante, tal vocablo, que no deja de ser una interjección, ese ¡ajo!, ya se registra desde antiguo como de uso infantil en los primeros balbuceos del bebé. "¡Ajo! ¡Ajo al nene!": de esta manera, y de forma reiterada, desde que hay memoria, se ha incitado al niño pedroñero a que comience a hablar, a que se ría, como un modo amable y cariñoso con que nos dirigimos a él.
Consulta uno el diccionario de la RAE y comprueba que -quizá por hacerlo distinguir de la palabra ajo- viene recogido como ajó (así, con tilde): "se usa para acariciar y estimular a los niños para que comiencen a hablar", dicen. ¿Para acariciar o más bien mientras se les acaricia? En fin, que no comulgo con lo de ajó ni harto de vino, aunque es también Joan Corominas en su monumental diccionario etimológico quien la registra así, también como ajó, diciendo de ella que es "voz de creación expresiva perteneciente al lenguaje infantil"; y la data en 1651. Remito al artículo íntegro recogido en esta obra fundamental.
Ya Sebastián de Covarrubias y Orozco, ese lexicógrafo toledano que en 1611 publicara su imprescindible Tesoro de la lengua castellana o española (que sirviera de base para el primer diccionario confeccionado por la RAE), recogía la voz axoniño [léase ajoniño], escribiendo sobre ella lo siguiente: "Quando las madres o las amas enseñan a hablar al niño de teta, lo primero que percibe es el gorgear [gorjear: 'dicho de un niño: empezar a habar y formar la voz en la garganta'] y formar la voz de la gorja, porque aquello se haze sin los demás instrumentos necessarios para formar la perfeta voz significativa, contentándose con solo el sonido gutural..."
En fin, todo esto ha venido a cuento por la coincidencia del tema en dos lecturas diferentes (ocurrió esta semana pasada). La primera es un libro de 1947 de Enrique Casas Gaspar titulado Costumbres españolas, que me sirvió en gran medida en el pasado de guía para recoger el material con el que estoy elaborando un nuevo (e imprescindible) libro sobre el pueblo, sobre todo para ese primer capítulo que lleva por título "El ciclo de la vida".
Y la otra lectura, la del conocido poema sobre el ajo de José Manuel González Buendía que leo mientras repaso las fotocopias recién llegadas de libro de las fiestas de 1963. Y empiezo por el primero. En una estrofa de ese singular poemita se dice:
Y la otra lectura, la del conocido poema sobre el ajo de José Manuel González Buendía que leo mientras repaso las fotocopias recién llegadas de libro de las fiestas de 1963. Y empiezo por el primero. En una estrofa de ese singular poemita se dice:
Mas di, con verdad por base
(y el mundo da de ello fe),
que ajo balbuce el bebé
antes que ninguna frase.
El mismo autor, en el libro de las fiestas del año siguiente, el de 1964, vuelve a publicar esta ristra de estrofas elogiando al ajo y modifica la que nos interesa y la amplía con una segunda (firma el poema añadiendo a su nombre el sobrenombre de "Paladín entusiasta del ajo"):
Mas di, con potente grito,
que, antes que ninguna frase,
dice ¡ajo! el niño, y le place
sonreír, como un bendito.
Porque ya intuye el infante,
antes de saber parlar,
que el ajo puede alargar
la vida, que es lo importante.
Casas Gaspar, en el libro aludido, escribe: "La primera palabra que aprende el rorro es ¡ajo!, de fonética sencilla, y la madre ayuda con el dedo a la colocación de los labios; más también es un amuleto contra el mal de ojo y repetida hasta la saciedad suelta la lengua, y la ampara contra los defectos de pronunciación, obra de aquel".
Lo que quiere decir que el ajo siempre acompañó al niño: el ajo como primera palabra y, además, como talismán protector. ¡Casi nada! Asegura Casas Gaspar que "La bolsita de los atavíos de los nenes gallegos contiene un pedazo de piedra de ara [altar], otro de la puerta santa de Santiago y un diente de ajo". ¿El ajo junto a los trocitos de una piedra de altar y de la puerta de Santiago de la catedral del apóstol!! ¡Pero esto ya es el arremate el baile! Y es que el ajo es la panacea, una maravilla, lo más de lo más, la repanocha, señores. Y si es de Pedroñeras, pues qué no vamos a contar.
Pero quisiera concluir con unas palabras aclaratorias sobre ese otro ajo que hace referencia a las primeros balbuceos de bebé y con esto concluyo esta exposición. Los copio por aclaratorios.
Dice Armando Bastida:
Cuando cumplen cuatro meses es cuando ya muchos niños se sueltan y son capaces de juntar las vocales aprendidas, las que ya han probado, con el gorjeo comentado (vocal+gorjeo+vocal= A+J+O), aunque a veces solo es una vocal con gorjeo ("Aggg, Aggg") que a los padres, normalmente, también les sirve como "ajo".
Y en la web Todo Papás, leo:
La etapa que sigue al arrullo es el balbuceo. Aparece aproximadamente a los 5 o 6 meses. A lo largo de esta fase el pequeño empieza a descubrir que puede emitir sonidos y no tarda en unir los fonemas que es capaz de producir. Así cuando junta vocal y consonante surge el característico “ajo” de los bebés. Suele ser su primera “palabra” identificable y sus orgullosos padres no dejarán de repetírsela. El bebé al ser consciente de su nueva habilidad intentará reproducir todo lo que oye, perfeccionando su vocalización y formando las primeras sílabas aisladas “aje”, “ago”, “agu”...
Y esto es lo que os quería contar. Mucho más en esta obra de aquí abajo.
ÁCS
No hay comentarios:
Publicar un comentario