Hojas de mi tierra (1) - Los labradores del Záncara (poesía en prosa) | Las Pedroñeras

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domingo, 16 de julio de 2017

Hojas de mi tierra (1) - Los labradores del Záncara (poesía en prosa)



por Saturio Ballesteros Ramos


A Angel Crespo, poeta manchego, 
autor de poemas en prosa.

“El rimero de libros empolvados de la biblioteca, 
la hoja que muere en silencio, amarilla ya. 
Si en todo hay un algo de belleza, seguid las austeras llanuras de mi Castilla; 
las del chopo y el gris…”


Los labradores del Záncara

El primer portalón se abre con crujido, viejo madero con ansias de criba;
Claveteados de labor en rosa. Piedras soñando siglos.
De dentro salen sonidos entrecortados, pisadas, trasegar de potes de barro…
El albor habla:

Levanta , levanta, 
Que ya es la del alba!

El silencio sigue, inundándolo todo; el cielo en oscuro, las grajas revolando, mañaneras. 
Y el labrador del Záncara sale, el yugo echado a la recia espalda. 
El labrador del Záncara es cenceño y soñador, un tanto curtido y sedicioso. 
Gusta de los silencios y de las soledades de la llanura. Es un espíritu amplio, 
de pecho anegado en el aire límpido, en el azul desleído y lechoso. 

Cada mañana renueva su quehacer de silencios y soledades. 

Es a las cinco cuando comienza a crujir el primer portalón. A las cinco, cuando los gallos se desgañitan, y aún no es el día. 
Entonces se sacan los yugos al aire terso de la mañana, se rasan los potes de buen tocino y el chorizo y el trigo blanco en las bodigas para el almuerzo; buen vino rezumando en las botas panzudas de pellejo, y agua dulce del Pilar en la pipota . 
Garbanzos muy blancos de tostadura y alguna que otra puñada de habas para en acabando. 

Así, así, de a pocos, va reviviendo el labrador en la mañana. 
Un forcejeo, un rezongo -apenas uno- al sacar las bestias del calor madre de la cuadra. Dentro, aún la duermevela. 
A las siete, al claror de la sangre, llega el carro al “pedazo” tembleteando los varales, rebotando los cubos, chirriante. 
Hay un arado -romana pervivencia- hundido en tierra ocre, allí donde quedara en la última arada de ayer… 
Ya, después, vendrá la sembradura de silencios, en la herida viva de cada surco. 
Espalda curvada, manos duras, agrias y dulces a la vez, manos campesinas que afanan la rentería, preparando el ahervorar del trigo en la era. 
Ahilar bestia-tierra-hombre sobre el horizonte: grita a la gigantesca soledad, la abofetea y la cubre de ataraxia. 
Son los labradores hermanos, humildad hecha carne y ensueño en el arañar de la ribera. 
Su Záncara avanza lento, sin prisa, desangrándose en la hematémesis de su savia verde-azul. 
Su chopo es quieto, helado, en su copo hilado de grises canoso/parduzcos. 
Y el mar luego, verde, sedente o ajetreado con la leve brisa por mil asomos de rojizas corolas. 

 # # #

Tiene el campesino un arrebol desde el aliento, que de la boca le sale, un brillo fugaz en las vertederas, un puñado de la tierra que ama apretado en la cuenca de la mano, su silencio de paz… 
Y también el agua, que discurre lenta, suavísima, con un temor casi, en el Záncara dormido… 
El tañir de la campana del Robledillo que le llega lejano, lejano, violeta en el color, aunque avellano en la dureza. Nostálgico. 
Y un saludo de ofrenda al pastor que sestea en el barbechal. 
Al cabo, una a modo de letanía se desgrana al paso del guarda -escopeta de dos cañones en bandolera- que da las buenas tardes y se pierde, silbando.: 

…Cuando caminan, cabalgan 
a lomos de mula vieja, 
y no conocen la prisa 
ni aun en los días de fiesta. 
Donde hay vino, beben vino; 
donde no hay vino, agua fresca. 
Son buenas gentes que viven, 
laboran, pasan y sueñan, 
y en un día como tantos, 
descansan bajo la tierra… 

La luz intensa va tendiendo el azul entre chasquidos de la yunta, un azul que deja ya de ser azul, que es añil. 
Mientras, el surco va descarnando la tierra, amontonando ocres y grises por igual en la recta inacabable: un punto de presión en la esteba y hacia delante, siempre hacia delante hacia el confín, hasta que el sol instaure, de nuevo, su borrachera de rojos y amarillos. 
Tierra horizonte, tierra inacabable; peinada y seca tierra de Castilla que se derrama así: grumo de uvas dulzonas, lacrimosas, majuelo amargo y oliva dulce. 
Caída de lomas y de eternidades; desierto de sensaciones y silencio sin límite. 
Rostro cenceño y primer portalón que se abre rompiendo la noche. 
Mientras una leve brisa hace temblar apenas telas blancas en las aspas de un molino oferente. 
Y se enciende de nuevo la mañana. 

Escrito en Las Pedroñeras en 1964.

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