Lo que le pasó a FELIPÓN con dos SEÑORITOS en La Veguilla: capítulo 48 | Las Pedroñeras

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jueves, 23 de febrero de 2023

Lo que le pasó a FELIPÓN con dos SEÑORITOS en La Veguilla: capítulo 48

 


por Vicente Sotos Parra


No tengo que decir lo que suponía en los años de la posguerra ser madre soltera. Las salidas que le quedaban a Felipa eran el campo o ponerse a servir en las casas entonces pudientes del pueblo: Casa el Cristo, La Veguilla, Los Mendizábal... Y así lo hizo: se puso a servir, primero en La Veguilla y luego con don Zutano. Por allí por donde pasó dejo un listón difícil de superar en servicial, trabajadora y honrada a carta cabal. Aprendió que por muy duro que fuese lo de servir que suponía estar las veinticuatro horas del día al pie del cañón, los trescientos sesenta y cinco días del año sin descanso, comía, no pasaba frio ni calor del campo, siempre con delantal limpio y una pagueja para que su chico pudiese comer y de paso ayudar al abuelo con el que se estaba criando.

Y esto es lo que le sucedió a Felipón cuando su madre, la Felipa, estuvo sirviendo en la casa de un señor de los más ricos del lugar, dueño de muchas tierras y la casa que era un palacete en el centro del pueblo. Hombre serio, respetuoso, parco en palabras, de una gran rectitud, honorabilidad, y que solo salía del palacete en contadas ocasiones. Todo el mundo sabía que vivía allí por el servicio y de verlo salir en el coche Seat 1500 color betún conducido por su mayordomo. Don Modesto se pasaba las tardes jugando al póker y vaciando las botellas de los mejores caldos.

Felipa era la encargada de servirlos con todo su buen hacer y mejor voluntad.

Nunca le llamaba por su nombre, le llamaba “muchacha” y ella le llamaba  “señor”.

Cuando le dijo que si podía ver a su hijo por las tardes -como digo, el servicio era de veinticuatro horas- no se lo negó el buen “señor”.

--¿Señor puede venir a merendar mi chico?

--¡Claro que puede!---le contestó.

  Una vez que vio a Felipón, le dijo a Felipa.

-- ¡Buen mozo tienes, muchacha!

Esto sucedió en los primeros días del mes de julio y  ya no tenía escuela Felipón

Un sábado llegaron dos de los nietos del “señor” teniendo una edad similar los tres pero con pequeños rasgos físicos diferenciales. Pepito era delgaducho, flaco y en una de sus orejas tenía una mata de pelo que la tapaba, cosa esta que llamaba la atención por allí por donde pasase. Andresito tenía un ojo que le sobresalía sobre la cara y que lo dominaba a su antojo por lo que más parecía el ojo de un camaleón.  Listos sí, pero como esos pollos de granja que comen y cagan porque no saben que nada más tienen que hacer. Bien vestidos, haciendo honor a su clase social, mientras que Felipón parecía un pastorcillo con ropas raídas, y gastadas, pero su lustre en la piel denotaba ser fuerte y sano, apuntando maneras de ser lo que fue, un Jabato. A aquellos hermanos les encantó la compañía del hijo de Felipa por lo que le dijeron a su abuelo que querían que Felipón se quedase ese tiempo que ellos estarían en el pueblo. Así fue por lo que formaron un trío que no se separaban en todo el día. Aquel viejo huraño y gruñón les enseñaba a jugar al billar, al póker, a todo tipo de juegos de cartas. Y en las tardes noches del verano en el patio, donde estaban las galeras y los carros, se subían jugando a los indios y los vaqueros no haciéndoles falta salir a la calle, pues tenían espacios  sin salir del palacete.



No se sabe el motivo por el que no salían del palacete los hermanos, a no ser que fuese porque se burlasen de ellos los chiquetes con aquellas caras, uno con la oreja tapada por el pelo y el otro con un ojo de camaleón. Jamás Felipón dio motivo a los hermanos para que lo dejaran de tener en cuenta en los juegos, todo lo contrario, a él siempre le tocaba de perder en los juegos de mesa en el villar o en el jugo de vaqueros ya que le tocaba siempre de hacer de indio que se moría acribillado a tiros por los hermanos.

Así pasaron los años. El “señor” falleció, por lo que Felipa dejó la casa. Un día, siendo ya los tres mozos, en el camino de La Veguilla cuando en su BH acudía Felipón a una montería de ojeador, el encargado de buscar a los ojeadores era Emilio "Santano", vecino de Raimundo en el barrio del Pozo Nuevo. Le pasó rozando a su hombro un Land Rover que casi lo tira a la linde salpicándolo de barro. Eran los hermanos con los que tantas veces estuvo jugando. Estos, lejos de parar, le levantaron la mano diciéndole: "¡Palurdo, que no ves que tenemos preferencia!", le dijo el de la oreja tapada de pelo, y el otro hizo como los camaleones girando el ojo, y le espetó: "¡Además de indio, burro más que burro!"

Terminó la cacería y de vuelta en una curva se salió el Land  Rover del camino y atascó en un barbecho, quedándose los dos necios maldiciendo la hora de haber dejado Madrid.



Cuando llegó Felipón a ese punto, teniendo su ropa sucia del barro del cual fue salpicado por los ingratos, les faltó tiempo para ponerle la mano sobre el hombro y pedirle ayuda, recordándole los buenos ratos pasados y lo mucho que se acordaban de él, cuando apenas habían pasado unas horas, no lo quisieron reconocer, no teniendo la más  mínima de las decencias de parar para saludarlo la pareja de ingratos hermanicos.

Felipón los miró a los ojos sin acritud y les dijo:

-- ¡Este indio ir al pueblo, traer burro para ayudar a ojo de camaleón y oreja tapada de pelo!


(CHASCARRILLO)

Suele pasar que la gente

que presume de quererte

deja de hacerlo antes

de que tú te enteres.


Querido Sancho, con la Iglesia hemos topado

(Miguel de Cervantes)

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