por Vicente Sotos Parra
Este capítulo se lo pienso dedicar a Felipa la madre de nuestro paisano.
No tengo que repetir de quien fue el padre, y sí al tiempo que trascurría en aquel entonces. Son los años cuarenta en los cuales el ser madre soltera no era cosa ligera de digerir por la sociedad de los tiempos que corrían, recibiendo el rechazo ya no solo de la sociedad, sino de la propia familia, dándoles la espalda en la mayoría de ellos. Solo su abuelo fue condescendiente dentro de lo razonable, pues para él era su ojito derecho, a pesar de contar con más hijos e hijas.
Hasta que nació la criatura Felipa siguió trabajando en el campo hasta no poder dejar de ocultar lo que llevaba en su vientre. Señalada con el dedo y teniendo que acachar la cabeza por allí por donde pasase, sintiéndose señalada, juzgada, y declarada culpable de lo sucedido. Mientras que la otra parte, ni se le señalaba, ni juzgaba por lo tanto solo había una culpable de los hechos.
En ella no parecía que el tiempo pasase, su frescura y belleza siguió siendo igual si no más. Madre e hijo subsistían con el trabajo de ir a fregar al bar de Juan Julián y la hermana Marina le daba para comer, también les lavaba el equipaje al equipo de fútbol por el cual le pagaban cinco pesetas, dejándose en la losa manos y uñas, hasta que fue creciendo Felipón, que una vez que cumplió unos años más se quedaba con algunas de sus tías. El abuelo falleció y en herencia decidió dejarle su casa a Felipa no sin discrepancias con el resto de los hermanos y hermanas que no consideraban justo el que Felipa se quedase con toda la casa. El abuelo pensó que hermanas/os tenían todos sus parejas y a Felipa le faltaba lo que ellos tenían.
Resultó que Felipón fue considerado no nieto, sino hijo. Así hasta su fallecimiento. Las cosas empezaron a ir un poco mejor pues Felipa empezó a servir en las casas de los entonces pudientes. La Veguilla. La casa el Cristo, don José María Mendizábal. En todas las casas donde estuvo de sirvienta era querida como trabajadora honrada, y cocinaba como nadie. En este tiempo recibió propuestas de hombres de poder adquisitivo medio alto llevados estos más por la belleza y lozanía que por su honradez. Jamás dio que hablar ni una pizca en lo chocante a su vida que tuviese que ver con lio de pantalones.
Su madre le dijo: "Un día te lo cruzarás por la calle a tu padre, y cuando te cruces con ese señor cuidado con juzgarlo. ¡Ese hombre fue el que más quiso y amó a tu madre; dale un abrazo y las gracias porque, gracias al… tú… estas aquí! Yo te he dado dos cosas:, la vida y la libertá".
Y por lo que hasta lo que conocemos de Felipón, a fe que lo cumplió.
Con este sabio consejo entre otros, Felipón creció y cumplió siempre los sabios consejos de su madre.
Los chinos dicen:
"Cosa extraña es el hombre:
nacer no pide,
vivir no sabe,
morir no quiere".
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