por Fabián Castillo Molina
MINISTERIO, MINISTERIO
¡Ministerio ministerio!
Ministerio de Cultura.
Na más te estoy
recordando
y entrándome calentura.
Esto que os voy a contar
le pasó a uno hace unos años
y aunque con ciertos matices
¿Dónde está el subsecretario?
¿Dónde está el bedel de
planta,
que de tantismo mentarlos
ya me duele la garganta?
Cola en ventanilla uno.
Cola en ventanilla dos.
-Póngase usté en la catorce,
y usté en la cuarenta y dos.
Cuando ya me toca el turno
me mandan a la entreplanta.
De la entreplanta, a la
quinta.
Desde la quinta, a la cuarta.
¡Me cagüen la mala madre
que engendró a los
ministerios!
y a quien de tan mala gana
dicen trabajan en ellos.
Que a lo que vengo yo aquí
no es a pediros limosna,
que con mil trabajos pago
los impuestos que me cobran.
Que cayó un pedrisco en julio
que estrozó tos los viñedos,
que arrasaos dejó los campos
tal cuando pasan borregos.
Y me dijeron que aquí
se podía pedir ayuda,
que para eso mismo estaba
el Ministerio de Cultura.
Ya me dijo una bedel
(que por cierto qué
hermosura)
-Se equivoca usted sin duda.
Ha de ir al de Agricultura.
Me mandó pa las Atochas
que es ande está el Ministerio
y me advirtió tiene estatuas
desde los mismos cimientos.
Con las cabezas sostienen
enormes bolas de piedra,
como queriendo decir:
¡Hay que aguantar la
tormenta!.
En el tejao tamién vi
caballos encabritaos
advirtiendo a to el que pasa:
Aquí ya vais apañaos.
Y ángeles con grandes alas,
que pa mí quiere decir:
¡Hay que aguantar toas las
plagas!
Y las altísimas puertas
que hay pa entrar al Ministerio
sin duda que están diciendo:
Por aquí... cuernos y
cuernos.
Bedeles uniformados.
Gente muy encorbatá.
A nadie observo que lleve...
cosas del agro... o una azá.
A uno de los muchos que hay
que parece un alguacil
le pregunto y él me dice
por dónde puedo subir
Ahora me envían a la cuarta,
desde la cuarta a la sétima,
de la sétima a la quinta
y allí por fin ya me dicen
que
podré ver a Paquita.
-Al final de este pasillo
encontrará uno a la
izquierda,
y al final del de la izquierda,
la tercera puerta a la
derecha.
Allí golpeo los nudillos
como si tuviera miedo.
Por si acaso despertara
a alguien que hubiera
durmiendo.
La segunda vez que llamo
oigo ya una vocecilla
que me dice: -Pase, pase,
pase, pase
y siéntese en esa silla.
Al cabo de media hora
de esperar allí sentao
ya le tengo que decir:
-Oiga, buena señorita...
que me estoy quedando helao.
-Dígame, ¿qué deseaba?
-Pues mire usted, yo quería,
si es que no es mucho pedir,
que me atendiera Francisca.
-Pues no señor. Doña
Paquita,
se fue ayer de vacaciones,
y en mes y medio no vuelve
por aquí... ni alrededores.
-Oígame, ¿y entre tanto
personal
no habrá aquí otro
funcionario
que me pudiera atender?
-Pues lo siento, ya le he dicho,
Doña Paquita se fue ayer.
“¡Me cagüen en la puñeta!
si yo lo llego a saber
que se iba ayer la
Francisca...
yo me había venío
anteayer.
-¡Oígame. ¿Y a quién recurro
pa que nos puedan
pagar
el daño que ha hecho el
pedrisco
a más de medio lugar?
-Perdone, yo no le puedo
ayudar,
aquí soy... una mandá;
a mí me pagan por meses
y de eso yo no se na.
-¡Oígame, por mis dolores!
¡deme usté una solución!
que si vuelvo de vacío...
me tiran a un socavón.
-Escúcheme, yo aquí estoy
por contrato de verano
y no por oposición.
¿Cómo quiere que resuelva
problemas a una nación?.
-Entonces...¿No hay ya
manera
de aquí poder hacer na?
-Pues ya le he dicho bien
claro,
yo aquí soy una mandá.
Ahora... si usted quiere
puede irse
y en octubre regresar
y se viene aquí derecho,
y entonces ya se verá.
¡Me cagüen los Ministerios
y en el que los inventó!
y en los que me convencieron
de que viniera aquí yo.
©Fabian Castillo Molina
Septiembre de 1988 para ser leído en la Fiesta del Pozo Nuevo
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