Julián Escudero Picazo - Frente al Cerro Ratón | Las Pedroñeras

jueves, 27 de septiembre de 2012

Julián Escudero Picazo - Frente al Cerro Ratón


[La obra cumbre de nuestro escritor local Julián Escudero Picazo, la titulada Rusticidaes manchegas, fue reeditada (estudio más edición facsímil de la misma) en su día por Fabián Castillo y por mí mismo en edición de la que aún quedan ejemplares para el que quiera adquirirla. Por aquí tenéis la descripción de la obra en la cual empleamos mucho trabajo (ingente para poder conseguir su edición a través de la Diputación Provincial, a la que agradecemos, por descontado, el esfuerzo y deferencia para que se llevase finalmente a cabo. He aquí este viejo artículo del año 2010].

Ya hablé en números anteriores de ese escritor pedroñero olvidado llamado Julián Escudero Picazo. De la reedición de su obra más importante, Rusticidaes manchegas, ya nos estamos ocupando con trabajoso ahínco Fabián Castillo y yo mismo. Ese conjunto de poesías donde el habla nuestra quedó plenamente reflejada pronto la verán de nuevo en las librerías y podrán gustar de ella como nosotros ya hemos hecho. Y como desearía que la figura de Julián no se perdiera injustamente en las nieblas o sombras del olvido colectivo (más aún, creo que merece nuestro respeto y un reconocimiento pedroñero), traigo a estas páginas uno de sus numerosos artículos, que, por su temática cercana, entiendo que a muchos lectores les llegará. Se publicó en el número 562 del periódico conquense El Centro, en mayo de 1927. Se trata de una de sus “Chilindrinas”, titulada “Frente al Cerro Ratón”. Y dice así:


“La Tradición es, muchas veces, fragmento del “Cancionero popular” en prosa y de autor desconocido. De ahí que, frecuentemente, se recuerde con agrado y se comente con libertad acomodaticia.

Esta indudable verdad pudiera servir para aunando leyenda y imaginación, ofreceros hoy, benévolos lectores de El Centro, con el título de la actual Chilindrina un animado cuento infantil. ¡Se presta tanto lo de “Cerro Ratón” a que el Clavileño de la fantasía vuele por los aeródromos de la infancia! ¡Podría el roedorcillo, roto ya su encantamiento, moverse con tan simpática viveza por el interior del Cerro, convertido en palacio dieciochesco! ¡Urdiríamos con tanto entusiasmo los párrafos donde se cantara la felicidad de la princesita buena, a quien, por haberle desencantado, hizo el príncipe-ratón su esposa.

¡Quieto corcel imaginativo! ¡Invisible Pegaso, para! El Cerro Ratón no tiene, al menos que sepamos, tradicional leyenda. Es, sencillamente, el pintoresco promontorio en cuya falda se recuesta y duerme Pedroñeras, mi pueblo, escoltado a la derecha, por dos molinos sin techumbre ni aspas –cabeza y brazos– (¡oh, manos del caballero Don Quijote!) y a la izquierda, por el camposanto, arca silenciosa de yertos seres queridos...

Llegar al Cerro Ratón es estar en Pedroñeras. Diríase que, estirando desde él el brazo, se tocan sus primeras casas. ¡Y cómo acrece la sensibilidad del tacto y del espíritu al solo pensamiento de retornar a la vida del pueblo donde se ha nacido, donde nos acunó en su regazo nuestra santa madre y quisiéramos hacer última estación de la espinosa vía terrena!

¡Con qué sincero júbilo interior pasa ante nosotros –más penetrante la mirada, más exacto y vigoroso el recuerdo cuanto más fuertemente se cierran los ojos– la película de la infancia, poblada de seres y cosas a quienes conocimos y quisimos con tanta verdad y fuerza como luego a lo largo de la vida no hemos sabido ni podido repetir!

La iglesia, el Colegio, el Ayuntamiento, la Plaza, cualquier menudo detalle de nuestro pueblo será nimio, anticuado, inútil; pero se nos graba tan indeleble, tan hondamente, que no hay maravilla humana, avance científico, ni grandioso hecho que le reste espacio en nuestra memoria ni logre disminuir la sacrosanta unción con que nos fortifica.

Por algo se dice que la vida, cuando nos asomamos a ella sin todavía conocerla, la vemos como debiera ser para bien de todos: grande hermosa, limpia; cuando, escarmentados, la conocemos, hay que pasar por ella, no como se quiere, sino como se puede.

Y, faltos de espacio, aquí acaba la Chilindrina de hoy. Era nuestro propósito entrar en Pedroñeras, y estamos todavía frente al Cerro Ratón.

Quede para la próxima alguno de mis paseos por el pueblo.”


Nosotros, amigos, aunque ya nadie lo recuerde, tuvimos nuestro poeta, nuestro vate, escritor premiado y periodista reconocido. ¿Para cuándo una calle con su nombre en Pedroñeras? Desde aquí vaya mi voto si valiese de algo.

[Este artículo fue publicado en el periódico local Pedroñeras 30 días, nº 107, septiembre de 2010]

©Ángel Carrasco Sotos

1 comentario:

  1. Un excelente trabajo sin ánimo de lucro que se vio recompensado con la publicación y presentación y que con los años algunas personas lo agradecerán. Muchas gracias.

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