Si hemos de ser sinceros, es muy raro encontrarnos mencionado a nuestro pueblo en obras literarias de cualquier tiempo, de modo que cuando esto ocurre, como cosa extraña o excepcional, uno experimenta una satisfacción indescriptible (ha de ser necesariamente de este modo si uno siente, como es el caso, el corazón arraigado en su pueblo) o al menos una sacudida más o menos intensa. En esas búsquedas incesantes que llenan el siempre mi escaso o insuficiente tiempo libre, a veces uno se topa con el milagro de ver el nombre de Pedroñeras en versos incluso de autores consagrados o muy conocidos en su época.
Suele ocurrir esto, por lo comprobado (y con improbable frecuencia), en autores de sainetes, en los que se recoge el registro coloquial del vulgo. Ya tenemos que conocer todos el de Emilio Mozo de Rosales, en cuya recordada obra, El alcalde de Pedroñeras, el nombre de nuestra localidad parecía además en el título y cuya trama se desarrolla en nuestro pueblo (aún quedan algunos ejemplares de este libro en el que hago una introducción o estudio previo cuyo contenido a todos gustará).
Pero si escribo este artículo es, evidentemente, porque acabo de leerlo en dos textos de sendos dramaturgos: Manuel Bretón de los Herreros (riojano) y José López Silva (madrileño).
Pero si escribo este artículo es, evidentemente, porque acabo de leerlo en dos textos de sendos dramaturgos: Manuel Bretón de los Herreros (riojano) y José López Silva (madrileño).
El primero de estos autores es de sobra conocido, no solo por su vasta obra, puntera en el panorama teatral de su tiempo, sino, además, por haber sido Director de la Biblioteca Nacional (1847-1854) y secretario de la Real Academia Española, en la que ingresó en 1837. Escribió además de innumerables obras teatrales, artículos de crítica literaria, de costumbres y poemas de carácter satírico.
Uno de sus sainetes, o comedia en un acto, fue el titulado Por una hija..., editado (como tantas otras comedietas de la época) por la imprenta Rodríguez, en 1856. En esta obra, el capitán don Carlos se aloja en casa de la viuda doña Leonor, de la que se enamora. Sin embargo, al final terminará con su hija, Luisa, con la que tuvo un romance tiempo atrás y del cual no parece acordarse. Pues es el caso que, intentando conseguir al principio la mano de la primera, le expone sus credenciales, diciéndole lo siguiente:
“Soy capitán.
Y llevaré al matrimonio,
amén de mis charreteras,
mi hacienda de Pedroñeras,
que es decente patrimonio”.
Después de estos versos, citados en la escena V de la obra, no se volverá a hacer mención de esta hacienda que el capitán posee en nuestro pueblo, si bien, cuando doña Leonor queda sola, recuerda las palabras de don Carlos:
“no hay duda que es muy galán...
y con hacienda en la Mancha”,
dice la viuda adulada por las palabras lisonjeras recientemente oídas (aún desconoce ese antiguo amorío de su hija con el capitán). Que este don Carlos responda a un modelo vivo, quiero decir a una persona real de la época, quizá no sea más que una suposición de la que se hace difícil dilucidar una respuesta digna. Ya sabemos, no obstante, de la fama de Pedroñeras en este siglo en la corte (remito a la introducción de El alcalde de Pedroñeras (1865)): Pedroñeras, tierra de ajos y de ligas, pero también de renombrados militares y hacendados.
La segunda obra donde leo impreso el nombre de nuestro pueblo es en un poemario del también dramaturgo José López Silva, autor, asimismo, de habituales crónicas festivas en le prensa cómica de la época. Su principal quehacer literario, no obstante, marchó de la mano del género chico, en colaboración muchas veces de diversos autores del momento, como Ricardo de la Vega o Carlos Fernández Shaw, entre otros.
Este autor, López Silva, nacido en 1860, dio a la imprenta en 1890 un libro de poemas que titularía Migajas, una obra que ampliaría en una nueva publicación en 1898. El poemario importa sobre todo por ser reflejo en parte del habla coloquial del Madrid de la época, donde los personajes no topan en barras para dar rienda suelta y sin complejos al uso de la fraseología popular en donde tienen cabida numerosos dialectalismos y vulgarismos con los que los pedroñeros estamos muy familiarizados. Animo a su lectura.
Este autor, López Silva, nacido en 1860, dio a la imprenta en 1890 un libro de poemas que titularía Migajas, una obra que ampliaría en una nueva publicación en 1898. El poemario importa sobre todo por ser reflejo en parte del habla coloquial del Madrid de la época, donde los personajes no topan en barras para dar rienda suelta y sin complejos al uso de la fraseología popular en donde tienen cabida numerosos dialectalismos y vulgarismos con los que los pedroñeros estamos muy familiarizados. Animo a su lectura.
Yendo directamente a lo que nos interesa, en la edición citada de 1898, el autor incluye un poema nuevo que titula “Declaración”, que no me resisto a copiar íntegramente para el previsible solaz del que ante sus ojos tiene este artículo.
"Madriz, primero de Otubre.
Apreciable Cayetana:
Dende que tuve la suerte
de ir al baile que hubo en casa
de su tía de usté, el sábado
hará dos u tres semanas,
y bailemos la mazurka
de El año pasao por agua,
con aquellos movimientos
de chipén y aquella gracia,
tengo metida en el pecho
una cosa que me abrasa
y que me da ca latido
que me escachifolla el alma
de un modo atroz; es decir,
que me hace usté mucha falta,
porque estoy, lo que se dice,
loquito por esa cara
de virgen pura, y usté
dispense la comparanza.
¡Ay!... ¿Por qué es usté tan barbi,
morucha de mis entrañas
y de mi vida? ¿Y por qué
la dio a usté a luz su mama
con esos ojos gitanos
y esa boquita serrana
que están pidiendo cariño
siempre, con la mar de ganas?
¡Ay, Cayetana! Usté tiene
la culpa de que me se haiga
estropeao el estómago
completamente, palabra,
porque yo, que pa comer
era un lechón, verbo en gracia,
y no tenía ninguno
que me pusiese la pata
delante, hoy estoy, por mor
de este querer que me mata,
teniendo que mantenerme
con harina lazteada.
Dirá usté que estos asuntos
no se arreglan así, en carta,
tratándose de personas
que tien campanilla y hablan;
pero usté, que ve y alterna,
u mejor dicho, que taña,
comprenderá que no puedo
decirla ni una palabra
estando, como está siempre,
su marido de usté en casa.
Si usté fuese tan amable
como robusta y simpática
y quisiera ir esta noche
por el café de Numancia
con cualisquiera pretesto,
de esos que nunca les faltan
a las hembras que distinguen,
tendríamos una miaja
de conversación, y puede
que al fin hiciésemos changa,
másime más siendo usté,
decente y honrá y liviana,
como dicen en el barrio
toos los hombres que la tratan.
Espero, por consiguiente,
que no le dé usté la lata
a su afetísimo amigo
que la distingue y que la ama,
Ceferino Pedroñeras
(El Melocotón). Posdata.
No se mude usté de ropa
ni se lave usté la cara
pa ir a verme, que yo soy
de muchisma confianza".
La perversa declaración de ese Ceferino Pedroñeras “El Melocotón” quizá no sea moralmente muy correcta, pues busca el amor ilícito de una mujer casada, aunque, quizá, de ligero trato. El apellido Pedroñeras no existe en cualquier caso (que yo sepa), de modo que el autor lo adopta aquí con intención satírica, quizá por encontrarlo poco fino (acorde con el nombre y el apodo empleados) para oídos cortesanos, y conseguir así la sonrisa en el lector.
Yo, echando mano de mis ahorros, ya me he hecho con estos dos libros, evidentemente no por su alto valor literario (en fin, de alguno gozan), sino por lo inusitado de lo expuesto al principio: ver en letra impresa en obras literarias el nombre de nuestro tantas veces marginado pueblo.
[Este artículo fue publicado en la gaceta local Pedroñeras 30 días, nº 106, agosto de 2010].
[Este artículo fue publicado en la gaceta local Pedroñeras 30 días, nº 106, agosto de 2010].
©Ángel Carrasco Sotos.
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