Antonio Jiménez Izquierdo y su milagroso bálsamo (II) | Las Pedroñeras

miércoles, 11 de abril de 2012

Antonio Jiménez Izquierdo y su milagroso bálsamo (II)

Segismundo Malats y Codina (el plagiario)


Donde se siguen ofreciendo noticias decimonónicas del afamado pedroñero Antonio Jiménez Izquierdo.


En el artículo anterior puse en conocimiento del lector la noticia que se recogía en un periódico madrileño sobre la figura o persona de este pedroñero que difundió un milagroso bálsamo cuya composición y elaboración había aprendido de su padre, de oficio albéitar o, lo que es lo mismo, veterinario. En tal noticia se daba cuenta de tal receta, que imagino ya muchos de vosotros habréis intentado preparar para la aplicación inmediata en caso de herida grave o leve, dados sus inmediatos y beneficiosos efectos.

Este primer texto lo recojo del mismo periódico del que extraje el del número anterior, es decir del intitulado Miscelánea de comercio, artes y literatura, en este caso con fecha de 8 de junio de 1820. Por él comprobaremos que el nombre del susodicho era realmente Juan Antonio y no Antonio a secas, conoceremos la cuantía justa de esta pensión vitalicia, del coste del bálsamo y de dónde podía adquirirse éste en aquella época. Reza así esta breve nota:

“Hace días que dijimos que por reales decretos expedidos en 1805 y 1807, confirmados por otros de 1817, se había concedido a D. Juan Antonio Jiménez Izquierdo, vecino de Las Pedroñeras, provincia de Cuenca, una pensión de 300 ducados, por haber inventado un bálsamo singular para curación de las heridas, que se ensayó en la escuela veterinaria de esta corte. Este bálsamo se vende a 12 reales la onza, en Madrid en la  sombrerería de la calle de Carretas, inmediata a la casa de la compañía de Filipinas, en la tienda abacería, número 17 de la corredera alta de San Pablo, y en la calle de Toledo, número 35, cuarto segundo. Los herederos del autor advierten que el que no se despache en estos sitios, no es el de la composición de Jiménez”.

Y no habían pasado nueve días cuando el 17 de ese mismo mes y año en otro periódico de la corte, el llamado El Universal observador español, se publicaban palabras de análogo contenido:

“Con fecha 9 de setiembre de 1805, y 19 de julio de 1807, tuvo a bien S. M. Carlos IV señalar una pensión de 300 ducados anuales sobre los fondos de la Escuela Veterinaria a D. Juan Antonio Jiménez Izquierdo, por haber sido el descubridor de un bálsamo o específico, el que el público llama Malast, siendo el de aquel el original del de éste.
            En 17 de enero de 1817 se dignó S. M. (que Dios guarde) concederle cobrase dicha pensión por la misma Escuela, por haber cesado a causa de la dominación enemiga, y facultad para vender dicho específico, como consta por oficio dado por el Excmo. Sr. Marqués de Campo-Sagrado.
            Se avisa al público para su inteligencia, y no carezca de un beneficio tan útil: se halla de venta en Madrid, calle de Carretas, en la sombrerería y despacho de hules inmediato a la Compañía de Filipinas, y en la corredera alta de San Pablo inmediato a la plazuela de San Ildefonso, número 17, tienda abacería; y en la calle de Toledo, número 26, cuarto 2º, casa de Miguel Castaños, al lado de la posada de San Antonio, y casa del autor de las Pedroñeras, provincia de la Mancha, a 12 reales el pomito de onza; advirtiendo que no siendo comprado en las casas indicadas, donde habrá un papel a la puerta que lo anuncie, y cada pomito una papeleta pegada con nombre y apellido del autor, no es el de Jiménez”.

El tercer texto es el que se publicó en el llamado Nuevo diario de Madrid al año siguiente, concretamente en el número del 2 de mayo de 1821 (en pleno Trienio Liberal). Distintamente a lo que hemos hecho en los anteriores, aquí no actualizaré las grafías ni la acentuación para que el lector vea cómo se escribían algunas palabras antes de la reforma ortográfica (así que no piense nadie que son faltas de ortografía). En él se lee tal que así:

“El bálsamo maravilloso por el verdadero autor don Juan Antonio Ximenez Izquierdo, que tantos prodigios ha hecho en este reino, como en los estrangeros, como está acreditado, se sigue vendiendo en esta Corte, en la calle de Carretas almacén de ules, frente a las rejas del la Fonda del Ángel, más á riba de la compañía de Filipinas, en la calle de Toledo, núm. 35 cuarto 2, casa de Miguel Castaños, y en la corredera de san Pablo, tienda abacería, núm. 17, junto á la plazuela de san Ildefonso, al equitativo precio de 12 rs. la onza, y cada pomito [frasco] llevará una papeletita pegada, con nombre y apellido de dicho autor, también se da una papeleta para el uso de dicho específico, y no siendo comprado en los parages indicados (donde habrá papeles á la puerta que lo anuncien), no es de este autor. También se vende en las Pedroñeras casa del autor, provincia de la Mancha”.


Desconozco hasta cuándo se siguió vendiendo este potingue de tan extraordinarias virtudes curativas. ¿Guardará aún alguien un frasquito de esta pócima con el nombre grabado de su autor, el pedroñero Juan Antonio Jiménez? ¿Dónde viviría este hombre en nuestro pueblo, que, al parecer, tenía una tintorería? ¿Se harían ricos sus herederos, su viuda, doña Catalina Moreno, e hijos (su hija Jesusa solicitó permiso para venderlo), con la venta de dicho fármaco más el disfrute de esa beneficiosa pensión vitalicia? ¿Cómo conseguirían los boticarios acreditados las uñas de gavilán, componente indispensable del mejunje? ¿Atraparían a algunas de estas aves, les cortarían las uñas para luego soltarlas? ¿O más bien tendrían a estas rapaces en casa, en ciertas jaulas especiales, debidamente alimentadas, en espera de que las uñas crecieran para volver a cortárselas? ¿Y las hierbas? ¿Irían al campo a conseguir esa hierba cotones que, sinceramente, no logro identificar? ¿Las criarían en un huerto junto a las habillas y balsaminas? ¡Qué sabe nadie!

[Más información en el prólogo de mi edición de El alcalde de Pedroñeras, de venta en estancos y papelerías locales. Ver AQUÍ].

Este artículo fue publicado por primera vez en Pedroñeras 30 Días, número 99, enero de 2010

©Ángel Carrasco Sotos.

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