©Ángel Carrasco Sotos
A la casa y al pozo del Peralejo les tiene uno mucho cariño. Es un cariño que roza lo entrañable o la devoción, que surge ante lo que se hace necesario amar. La casa ya desapareció, como sabréis, y el pozo sigue en pie gracias a quienes han sabido y querido conservarlo, que es lo que deberíamos hacer todos con esos elementos identitarios que pertenecen a un pasado que ya no volverá. Porque esos pozos y ese tipo de casa no se volverá a hacer jamás. Son parte de un contexto histórico, de un modo de vida, de una manera de construir que algunos aún conocen, y, dentro de poco, casi nadie conocerá porque casi nadie se interesará por ello y porque nadie existirá para contarlo. Es triste, pero es así. Somos nosotros quienes tenemos que inculcar a nuestros descendientes esa cultura, esa mirada al pasado que se está perdiendo en los más jóvenes, para que aprendan de dónde venimos, qué hubo antes, antes a ellos. Pero vayamos por partes.

