¿Las Pedroñeras, una nueva Orbajosa?
[Es el texto con que se abre mi Jardín de curiosidades sobre el ajo, tras el agradecido prólogo que escribió para él mi compañero Antonio Garrido].
¿Cómo hablar de nuevo del ajo sin ser redundante? Ha sido tanto lo que se ha escrito de la liliácea desde tiempos antiguos que incluso se hace difícil esbozar un resumen de ello, hacer una sinopsis que no desdeñe aspectos mágicos, culinarios, geopónicos, médicos, literarios, lingüísticos, sociales, antropológicos, económicos... (tecléese, si no, “ajo” o “garlic” en cualquier buscador de Internet para comprender parte de lo que digo).
Pero, al mismo tiempo, ¿por qué no seguir hablando de él aunque a la fuerza no podamos ser muy originales? Este lugar manchego desde el que escribimos, Las Pedroñeras, “Capital del Ajo” con todas las letras, nos invita a ello, por no decir que nos obliga; y el olor pertinaz que entra por la ventana de cada hogar (si es que no se abre de vez en cuando para ver si sale algo del porche al exterior), tanto como la visión diaria que desde el balcón tenemos de remolques y camiones estacionados en las inmediaciones de la báscula municipal, ahora en verano, cargados de ajos hasta los trenques o bien subiendo a ella cuando una venta se efectúa, todo nos lleva a tomar el teclado bajo las manos y entonar una nueva sinfonía ajera.
Y es que Pedroñeras se ha convertido en los últimos tiempos en una nueva Orbajosa, el pueblo galdosiano en el que se desarrolla su novela Doña Perfecta, a la que se le llama en otra obra del escritor canario (en La incógnita concretamente), “metrópoli del ajo” (Orb-ajosa) . Hay quien cuenta que, en el foco del verano, el poderoso olor a ajo en estos pagos cobra tal magnitud que provoca que Las Pedroñeras flote en el aire elevándose al menos unos centímetros, como el Castroforte del Baralla de Torrente Ballester en su Saga/Fuga, sensación casi imperceptible para sus habitantes, acostumbrados por la fuerza de la sangre y de los años a tal circunstancia, como lo está el hombre en general a la rotación de la Tierra o a la ley gravitatoria. Dicen que este fenómeno milagroso solo puede percibirse desde la lejanía durante unos escasos segundos, quedando los ojos del atónito observador arrobados por el asombro de ver un pueblo en vilo confundido con la galbana inmisericorde del mes de agosto.
NOTA:
Creo que no es dislate –y rectifíquenlo ustedes si así lo estiman– si afirmo que Orbajosa es el reflejo casi real de nuestro pueblo, Pedroñeras; como si Benito Pérez Galdós hubiese pensado en él como modelo para crear el suyo de ficción (y no en Sigüenza, como ha creído tradicionalmente la crítica). No resisto a la tentación de traer aquí los párrafos en que me baso para asegurarlo de esta manera:
a) “Ya sabe usted –dice un personaje– que aquí se producen los primeros ajos de toda España”.
b) “las paneras no están vacías, y se han llevado al mercado muchos miles de ristras de ajos”.
c) “Pues, ¿y las cosecha de ajo? ¿A que no sabe ese señor que los ajos de Orbajosa dejaron bizcos a los señores del Jurado en la Exposición de Londres?”
d) “eruditos modernos, examinando ajosa, opinan que ese rabillo lo tiene por ser patria de los mejores ajos del mundo; no está muy lejos ni tampoco muy cerca de Madrid, no debiendo tampoco asegurarse que enclave sus gloriosos cimientos al Norte ni al Sur, ni al Este ni al Oeste, sino que es posible esté en todas partes y por doquiera que los españoles revuelvan sus ojos y sientan el picor de sus ajos”.
e) “Orbajosa, querida tía, casi no tiene más que ajos”.
f) “allí no piensan más que en trabajar el campo para la próxima cosecha de ajos, que promete ser magnífica”.
Espero que esto no nos lleve a sumirnos en ese “complejo de Orbajosa” sobre lo propio del que habla Francisco Gómez-Porro en su obra Avena loca (pp. 11-21), como tampoco en el que yo llamo proceso de ajización de las conciencias y las almas (o “mal de ajo”) que viene a hacer del ajo el centro del Universo y que, en consecuencia, tantos perjuicios nos acarrea, al no poder suprimirlo de la memoria o la conversación de modo alguno. Doña Perfecta se publicó en abril de 1873.
©Ángel Carrasco Sotos
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