Salvador Sostres contra el ajo | Las Pedroñeras

lunes, 11 de febrero de 2013

Salvador Sostres contra el ajo

 

El periodista catalán Salvador Sostres, que se gana las habichuelas en las columnas del periódico El Mundo desbarrando con el uso buscadamente sensacionalista y políticamente incorrecto de su estilo, ha arremetido contra el ajo en varias ocasiones, siguiendo el precepto marcado por Julio Camba (ver texto) de que el ajo devora con su intenso sabor cualquier plato al que se añada, en detrimento de apetitosos sabores que quedan anulados por él. En fin, esto por tierras manchegas de Las Pedroñeras no ha sentado nada bien, claro, pues, como sabéis, no han faltado vates en cantar las excelencias del ajo morado de esta zona. El gran problema de Sostres (sí, tiene un problema) es que pasa de la opinión (que siempre es subjetiva y respetable) al insulto sin parar en barras, y querer ganarse el éxito así me parece poco ético, la verdad. Y, oiga, ¿es que El Mundo no tiene un código deontológico que pare los pies a este señor? ¿O es que ya todo vale? (Ah, todo menos pegar: ya, ya). 

Dice Sostres que "comer ajo te retrata como un indocumentado o como un bárbaro". De risa, vamos. Sin embargo, escribir a cada momento con el insulto y la mala educación por bandera se ve que al señor Salvador Sostres le parece de lo más refinado. El impacto de su último artículo contra el ajo (noviembre de 2011, titulado "El ajo") no se hizo esperar y la prensa (sobre todo manchega) puso el grito en el cielo. Pero he de decir que este artículo es "suave" si se compara con otro impresentable publicado en 2010, un año antes (es de octubre): se ve que, como Vicent con la fiesta de los toros, intenta institucionalizar una entrada contra el ajo cada año por las mismas fechas, con leves variantes pues el mensaje siempre es el mismo. Pero como no quiero destripar el contenido de estos textos de SS contra el ajo, os los transcribo por aquí abajo para que les echéis un vistazo. Os dejo primero el último publicado, y después el de 2010, que tiene tela marinera.


Salvador Sostres, "El ajo" (nov. 2011)

AL PRINCIPIO fue la estafa, cuando con su efecto tan devastador el ajo podía hasta con el olor a podrido de los productos en mal estado, sobre todo de mariscos y pescados. Luego dejamos de pasar hambre, pero no de tener mal gusto, ni de ser unos bestias, y unos ignorantes. Y convertimos una estafa en tradición, algo tan tristemente típico en España. Así, pasamos a utilizar el ajo como condimento de cualquier producto, fuera cual fuera su calidad y su nobleza. No es sólo el mal gusto de preferir un olor y un sabor tan vulgares y agresivos, y que remiten a tan deprimentes imaginarios, sino la terrible ignorancia de no saber que el ajo destruye el sabor original y extraordinario que cada alimento posee. Carece de cualquier sentido pagar por un buen pescado, o por unos rovellons o unos ceps, ahora que es temporada, o por el marisco más soberbio del mercado si luego vas a renunciar a sus fantásticas virtudes anulándolas con el ajo. Tienes que saberlo: comer ajo te retrata como un indocumentado o como un bárbaro. El ajo es el atraso de cuando estábamos tan apurados que sólo ingeríamos para resistir. El primer día que dejes de comerlo te sentirás rico y luminoso, como una mansión cerca del mar y abierta al sol. Te ofenderá el degradante panorama de la gente que huele a ajo y te avergonzará pensar que alguna vez fuiste uno de ellos. En una mesa culta y civilizada nunca estará el ajo porque la nobleza de los productos será respetada y potenciada. A principios de siglo, cuando los ingleses querían insultar a los franceses les llamaban «comedores de ajo». Una mesa elegante jamás podrá permitirse el humillante hedor a ajo. Es impensable que una mujer atractiva pueda oler a ajo. Salimos de la cueva, bajamos del árbol, dejamos de comer ajo. Camba fue siempre un intenso detractor del ajo. Luego llegaron Armani y el iPhone. De nada sirve el progreso, ni la belleza, si hueles a ajo. Hay que desterrar el fanatismo del ajo y regresar al fantástico sabor de cada cosa, tal como cuando nos libramos de la dictadura y devolvimos a cada calle su nombre. Hay que vibrar en cada matiz, en cada rincón del paladar. Hay que abrirse camino hacia lo verdadero, hacia lo cristalino, hacia la pureza. El ajo es la memoria de la mancha y horizonte de tiniebla.

 Fuente


Salvador Sostres, "El ajo es de pobres" (oct. 2010)

El ajo es el ingrediente por excelencia de la cocina pobre. Al principio enmascaraba los productos que no estaban en buen estado y servía para que el cliente no notara el olor a podrido. Ahora ya nadie es tan bestia de querer disimular el olor a podrido de un pescado, pero la gente sigue aderezando muchos platos con ajo, el ajo que todo lo arrasa, que borra cualquier sabor, cualquier matiz, y todo sabe a ajo. En España han mejorado las normas sanitarias de modo que ya nadie se atrevería a servir algo podrido disimulándolo con ajo, Pero la cultura y el buen gusto han evolucionado menos, y los fanáticos del ajo todavía son legión. Ahora que es tiempo de setas, resulta muy triste ver como tanta gente las pide salteadas con ajo y perejil, perdiéndose de este modo el sabor tan excelso de los ceps o de las oronjas. El ajo es la fragancia de la pobreza junto con ese olor a sobaco que te queda en casa el día que ha venido la chacha. El ajo es pobreza económica y pobreza cultural. Las casas pobres siempre huelen a ajo. Todos hemos tenido la típica novia del extrarradio que cuando entrabas desde la calle al bloque de pisos ya todo olía a ajo, la escalera, el ascensor, la sala de estar, la madre que te preguntaba quién eras, la habitación de tu novia y hasta sus bragas. A veces, si le tenías una atención oral, te parecía estar sorbiendo una sopa de ajo. Hay que dimitir del ajo, mejorar en civilización, en cultura general y en buen gusto. Hay que ir subiendo peldaños, hay que desterrar el ajo. El ajo que todo lo arrasa y que es el paisaje olfativo de cuando este país pasaba hambre. El ajo que le roba a cada producto y a cada plato su identidad y todo es ajo. El ajo al que olían aquellas chicas de extrarradio que nunca pudimos presentar a nuestras madres, hay que superarlo. Ahora que nos hemos casado con mujeres luminosas y brillantes, nuestras familias encantadas, y nuestro amor ya no sabe a jugo de ajo desparramado.

Fuente

ÁCS

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