Escantando en el Rubielo
por Fabián Castillo Molina
Tierras rojas
del Rubielo,
suelo cubierto
de piedras.
Si quieres
plantarlo viña
sácalas con parigüelas;
si no, con
espuertecillas
Chiquetes con mula uncía,
de ocho y de catorce
años
Mañana de escarcha fría.
Carro de varas sin
bolsas
madera vieja, cobriza.
Con él sacarán las piedras
y cubrirán las rodás, y
formarán la pedriza.
Es la mula Sevillana,
la del culo redondete,
la que va sacando el
carro
que le cargan los
chiquetes.
Cuando está lleno de
piedras,
sus llantas rompen el suelo,
tira
la mula con nervio.
¡Músculos tiene de
acero!
Las herraduras se clavan
entre la tierra y las
piedras,
una se encasquilla en
casco;
le hace daño, le da guerra.
Para arreglar el
camino
su padre les ha encargao,
a los hermanos
Castillo,
que descarguen
cantorrillo,
en las rodás, con cuidao.
Al ser pequeñas las piedras, y
por no descargar a mano,
piensan que será mejor
volar las lanzas p’arriba,
sin desenganchar el
carro.
Desabrochan
barriguera.
Suben las lanzas
despacio.
Al irse p´atras
las piedras,
hacia alante
se va el carro.
Con el ruido de los cantos
la mula se sobresalta.
Pone las orejas tiesas,
roza su pata una llanta.
Al sentir el golpe seco,
quiere escapar como
sea.
Pega un tirón hacia alante
muy asustá
la muleja.
Los tiros sacan el
carro,
que se descarga de piedras,
y con las lanzas de
punta,
ahora le da la otra rueda.
Sus fuerzas se multiplican
por escapar de esos
golpes;
en cada nuevo tirón
vuelve a recibir
mandobles.
En las patas dan las
ruedas;
los zajaores, en la panza;
en la cepa de la oreja
le da la puta la
lanza.
Los jóvenes, asustaos,
ya han soltado los
ramales.
Ven su mula dando botes.
El carro por el
rastrojo,
y hacia el cielo los varales
En uno de los tirones
las lanzas se van p´alante,
la azufra queda
trasera,
en su sitio va el horcate.
La mula galopa a saltos
con una fuerza salvaje
Las llantas no tocan paja.
Las lanzas, como oleaje
en su vaivén permanente,
la golpean por
debajo.
¡Se desborda de
coraje!
Los hermanos
boquiabiertos,
pParalizaos de terror,
sSe han quedao junto al camino,
solos,
diciendo “!Guooo
Soooo¡”
Ven alejarse mula y
carro,
por en medio del
rastrojo.
Entre una nube de
polvo,
no creen lo que ven
sus ojos.
Cuando ya han
llegao las cosas,
donde ya más,
imposible.
Todo se para de
pronto.
¡Esto sí que es
increíble!
El animal está quieto,
aunque respirando
fuerte
a cinco pasos del carro.
Así lo ven los
chiquetes.
Los dos van muy
silenciosos
y se acercan con cuidado.
Ven la mula sin heridas
y no muy lejos del carro,
y no se espanta de
ellos.
Y está desnuda de
arreos
ni silleta, ni
collerón, ni azufra ni zajaores
ni tiene el horcate al
cuello.
ni temblores ni sudores
.
Vuelven la vista hacia el carro ´
y lo ven manco de
lanzas.
¿Cómo volverán al
pueblo?
¿Dónde se han metío las varas?
A medida que se acercan
ven el horcate en el
suelo.
Las lanzas hincás
en tierra.
Aun siguen sin entenderlo.
Ya mirando más despacio,
comprueban que una no está clavá,
el herraje doblao
hacia dentro
y la madera tronchá.
Con paciencia, preocupados,
recuperan a su carro.
Lo desclavan de la tierra.
Moceta y lanza doblás,
con cuidao
han desdoblado
Con una soga y un palo
que tenían en el hato,
entablillan a la lanza
igual que si fuera un
brazo.
Se llevan al animal.
Le ponen una pastura.
Ellos almuerzan sin
gana
comentando la
aventura.
Después evitan
uncirla.
Las piedras sacan a mano.
Y a la caída de la tarde,
tienen que volver al pueblo.
Hay que engancharla en
el carro.
Y le ponen la silleta.
Rollo, collerón y
horcate.
La acarician
suavemente,
como a onza de
chocolate.
La uncen con mucho tiento.
Le dicen “¡arre!" con miedo.
Ninguno se sube al carro
y no se les ve
contentos.
Cuando llegan a su
casa,
al ver el padre el destrozo:
“¡Mecagüenlaputamadre!”,
¿qué os ha pasau muchachos?
!No se los pué‚ dejar solos!
Y le cuentan lo
ocurrido,
que es difícil de
contar,
pero él no los
entiende.
Él lo tié que comprobar!
Al cabo de cuatro días,
él se va con el
pequeño
y vuelven a sacar piedra,
Al mismo sitio: al
Rubielo.
Y con las lanzas de punta
y descargando los
cantos,
se les repite la
escena:
Los tirones y los
saltos.
Pero el padre al tener más fuerza
no la suelta del hocico.
y pone en juego su
vida.
Lo ve desde atrás su chico.
Y consigue sujetarla
sin que se caigan las
varas.
Sin duda si se le
caen,
en la espalda se le
clavan.
Ya la Sevillana
quieta,
todo al fin vuelve a su
sitio.
Ahora ya sí que
comprende
lo que les pasó a sus
chicos.
©Fabián Castillo Molina
Escrito en Leganés en 1995
Gracias hermano por recordar con detalle aquel acontecimiento tan dramatico y
ResponderEliminarque al leerlo hoy me emociono y me parto de risa,que tiempos tan lejanos.
Esa historia es para no olvidarla mientras vivamos. Han pasado al menos 62 años y continúa estando viva aquella mañana y las siguientes.
ResponderEliminar