Escantando en el Rubielo - Por Fabián Castillo | Las Pedroñeras

domingo, 30 de diciembre de 2012

Escantando en el Rubielo - Por Fabián Castillo

Escantando en el Rubielo




por Fabián Castillo Molina



Tierras rojas del Rubielo,
suelo cubierto de piedras.
Si quieres plantarlo viña
 sácalas con parigüelas;
si no, con espuertecillas 


Chiquetes con mula uncía,
de ocho y de catorce años
 Mañana de escarcha fría.

Carro de varas sin bolsas
madera vieja, cobriza.
 Con él sacarán las piedras
y cubrirán las rodás, y
 formarán la pedriza.

Es la mula Sevillana,
 la del culo redondete,
la que va sacando el carro
que le cargan los chiquetes.

Cuando está lleno de piedras,
 sus llantas rompen el suelo,
 tira la mula con nervio.
¡Músculos tiene de acero!

 Las herraduras se clavan
entre la tierra y las piedras,
una se encasquilla en casco;
le hace daño, le da guerra.

Para arreglar el camino
su padre les ha encargao,
a los hermanos Castillo,
que descarguen cantorrillo,
en las rodás, con cuidao.

 Al ser pequeñas las piedras, y
 por no descargar a mano,
 piensan que será  mejor
volar las lanzas p’arriba,
sin desenganchar el carro.

Desabrochan barriguera.
Suben las lanzas despacio.
 Al irse p´atras las piedras,
 hacia alante se va el carro.

 Con el ruido de los cantos
 la mula se sobresalta.
 Pone las orejas tiesas,
 roza su pata una llanta.

Al sentir el golpe seco,
quiere escapar como sea.
Pega un tirón hacia alante
 muy asustá la muleja.

Los tiros sacan el carro,
 que se descarga de piedras,
y con las lanzas de punta,
 ahora le da la otra rueda.

 Sus fuerzas se multiplican
por escapar de esos golpes;
 en cada nuevo tirón
vuelve a recibir mandobles.

En las patas dan las ruedas;
los zajaores, en la panza;
 en la cepa de la oreja
le da la puta la lanza.

Los jóvenes, asustaos,
ya han soltado los ramales.
 Ven su mula dando botes.

El carro por el rastrojo,
 y hacia el cielo los varales
 En uno de los tirones
las lanzas se van p´alante,
la azufra queda trasera,
 en su sitio va el horcate.

 La mula galopa a saltos
 con una fuerza salvaje
 Las llantas no tocan paja.
 Las lanzas, como oleaje
en su vaivén permanente,
la golpean por debajo.
¡Se desborda de coraje!

Los hermanos boquiabiertos,
pParalizaos de terror,
sSe han quedao junto al camino,
solos,
diciendo  “!Guooo  Soooo¡”

Ven alejarse mula y carro,
por en medio del rastrojo.
Entre una nube de polvo,
no creen lo que ven sus ojos.

 Cuando ya han llegao las cosas,
donde ya más, imposible.
Todo se para de pronto.
¡Esto sí que es increíble!
 El animal está quieto,
aunque respirando fuerte
 a cinco pasos del carro.
Así lo ven los chiquetes.

Los dos van muy silenciosos
 y se acercan con cuidado.
 Ven la mula sin heridas
 y no muy lejos del carro,
y no se espanta de ellos.

Y está desnuda de arreos
ni silleta, ni collerón, ni azufra ni zajaores
ni tiene el horcate al cuello.
ni temblores ni sudores
.
 Vuelven la vista hacia el carro ´
y lo ven manco de lanzas.
¿Cómo volverán al pueblo?
¿Dónde se han metío las varas?

 A medida que se acercan
ven el horcate en el suelo.
 Las lanzas hincás en tierra.
 Aun siguen sin entenderlo.

 Ya mirando más despacio,
 comprueban que una no está clavá,
el  herraje doblao hacia dentro
 y la madera tronchá.

 Con paciencia, preocupados,
 recuperan a su carro.
 Lo desclavan de la tierra.
Moceta y lanza doblás,
 con cuidao han desdoblado

 Con una soga y un palo
que tenían en el hato,
 entablillan a la lanza
igual que si fuera un brazo.

 Se llevan al animal.
Le ponen una pastura.
Ellos almuerzan sin gana
comentando la aventura.

Después evitan uncirla.
 Las piedras sacan a mano.
 Y a la caída de la tarde,
 tienen que volver al pueblo.
Hay que engancharla en el carro.

 Y le ponen la silleta.
Rollo, collerón y horcate.
La acarician suavemente,
como a onza de chocolate.

La uncen con mucho tiento.
 Le dicen “¡arre!" con miedo.
Ninguno se sube al carro
y no se les ve contentos.

Cuando llegan a su casa,
 al ver el padre el destrozo:
“¡Mecagüenlaputamadre!”,
 ¿qué os ha pasau muchachos?
 !No se los pué‚ dejar solos!

Y le cuentan lo ocurrido,
que es difícil de contar,
pero él no los entiende.
Él lo tié que comprobar!

Al cabo de cuatro días,
él se va con el pequeño
 y vuelven a sacar piedra,
Al mismo sitio: al Rubielo.

 Y con las lanzas de punta
y descargando los cantos,
se les repite la escena:
Los tirones y los saltos.

 Pero el padre al tener más fuerza
 no la suelta del hocico.
y pone en juego su vida.
 Lo ve desde atrás su chico.

 Y consigue sujetarla
sin que se caigan las varas.
Sin duda si se le caen,
en la espalda se le clavan.

Ya la Sevillana quieta,
todo al fin vuelve a su sitio.
Ahora ya sí que comprende
lo que les pasó a sus chicos.

©Fabián Castillo Molina
Escrito en Leganés en 1995

2 comentarios:

  1. Gracias hermano por recordar con detalle aquel acontecimiento tan dramatico y
    que al leerlo hoy me emociono y me parto de risa,que tiempos tan lejanos.

    ResponderEliminar
  2. Esa historia es para no olvidarla mientras vivamos. Han pasado al menos 62 años y continúa estando viva aquella mañana y las siguientes.

    ResponderEliminar