En el nº 6 (de 2010) de la revista Ocnos, y gracias a la bondad del profesor Pedro Cerrillo, que había presentado mi libro Cancionero popular de la Mancha conquense, y me sugirió su redacción después de escuchar mi texto leído en esa presentación casi en familia (este fue su discurso); la revista universitaria Ocnos, decía, publicó este artículo mío titulado "Más sobre la valoración y recuperación de la lírica popular moderna. Una antología de coplas y seguidillas de la Mancha conquense". Os dejo el texto, que también podéis leer, os lo sugiero, tal y como apareció en la revista pinchando AQUÍ.
MÁS SOBRE LA VALORACIÓN Y RECUPERACIÓN
DE LA LÍRICA POPULAR MODERNA.
UNA ANTOLOGÍA DE COPLAS Y SEGUIDILLAS DE
LA MANCHA CONQUENSE.
Ángel Carrasco Sotos.
Resumen
En el artículo se intentan poner
sobre la mesa los condicionantes culturales e históricos que han influido en el
descrédito y marginalidad de la poesía popular oral moderna, por parte, sobre
todo, de la crítica literaria. Tales reservas han influido para que la mención
de este tipo de lírica, cuya calidad literaria se defiende aquí (incluso mediante
una antología), haya desaparecido de manuales de literatura y libros de texto
al uso. La reivindicación de la consideración, estudio y recolección de esta
literatura del pueblo ha venido siendo un tópico desoído desde el siglo XIX, pues
el canon literario que se fue fraguando a raíz de los estudios filológicos de
principios del siglo XX apartó a los investigadores de su estudio, recopilación
y difusión. En el artículo se consideran todos los prejuicios y causas que han
incidido para que esto mismo haya terminado por aceptarse.
Abstract
The
article tries state, historical and cultural constraints that have influenced
the discredit and isolation of modern oral folk poetry, by, above all, literary
criticism. These reserves have influenced the mention of this type of lyric,
whose literary quality is defended here (including through an anthology), has
disappeared from literature, manuals and textbooks to use. The claim of
consideration, study and gathering this folk literature has become an ignored
topic since the nineteenth century, as the literary canon that was brewing in
the wake of the philological studies of early twentieth century researchers
moved his study, collection and dissemination away. The paper considers all the
prejudices and causes that causes that have affected so that it has come to
accept it.
Palabras clave:
“literatura popular”, “lírica popular”, “poesía popular”, “folclore”.
Keywords: “popular
literature”, “popular opera”, “folk poetry”, “folklore”.
La
recuperación de nuestro folclore literario, de nuestra poesía popular y tradicional, con la pretensión de rescatar
de un naufragio ya consumado sus últimos restos, quizá sea más que nunca labor
de urgencia. En esto se ha insistido en tantas ocasiones y con tanto énfasis
que, a fuer de retórica, la cuestión se ha ido dejando para que la resuelvan
otros, como si el prestigio del crítico fuese a flaquear si se acogía al
estudio de esta literatura considerada de segunda (o de tercera), no avalada
por, digamos, la alta crítica, la que ha ido marcando el canon de nuestra historia
de la literatura desde principios del siglo XX.
Ciertamente,
el rescate de ese pecio de la lírica popular se viene defendiendo casi desde
que se comenzó a hacer acopio de sus productos, y mejores o peores plumas, con
mayor o menor rigor filológico, se han volcado en estos trabajos de búsquedas y
encuentros, aunque, todo hay que decirlo, en mayor medida de lo requerido desde
posturas localistas o regionalistas, y, por lo tanto, políticas (no
“culturales”, que es como suelen venderse abstractamente este tipo de obras).
Casi siempre, además, ha partido de personas no especializadas[1], más
aún de interesados en-que-estas-tradiciones-no-se-pierdan. Ya me entienden: han
sido puntales de ese nacionalismo encubierto del que luego se aprovechan
ayuntamientos y autonomías para “revivir” e intentar consolidar una tradición
abandonada (abandonada, claro –y es cuenta en la que no se cae–, por causas que
aún persisten y persistirán, de todos conocidas por tantas veces mencionadas),
de tal modo que pueden llegar a convertirla, sin reparo ni miedo al ridículo,
en un grotesco, caricaturesco y anacrónico artificio.
Como
digo, la insistencia en la recuperación de esta lírica ha llegado a convertirse
en un tópico, y, si no se ha hecho, o no, al menos, con el rigor o precisión filológica
que demandaba, responde a causas que muchos no ignoran, pero que conviene
recordar y así lo haremos. Tópico, repetido, es el recuerdo de la importancia
de este rescate de lo popular y en ello volvemos a incidir, pues el lobo, ¡por
fin!, parece que viene de verdad y es real[2]. Y
aunque puedan resultar de sentido común las causas (clínicas) por las que hay
que llevarlo a cabo, habremos también de hacerlas visibles sobre el tapete.
La
tarea de la recolección de la lírica popular fue quehacer que cobró cierto
crédito sobre todo cuando, nacida aquella entonces incipiente “ciencia” del Folk-Lore, en la segunda mitad del siglo
XIX[3] (fuera
de nuestras fronteras, como último bastión del ya casi apagado Romanticismo, en
su vena nacionalista y costumbrista), escritores y críticos españoles de
prestigio la acreditaron con sus investigaciones, miméticamente a como se
estaba haciendo en Europa: el trabajo, por tanto, estaba respaldado por la
investigación foránea, no cabe desdeñarlo[4]. Fue
entonces cuando Antonio Machado y Álvarez “Demófilo”[5],
Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber y Larrea)[6] o
Francisco Rodríguez Marín[7], por
citar nombres reconocidos, hicieron copiosas compilaciones y se escribieron
artículos hoy desconocidos, de riqueza y profundidad meritoria (léase, por
ejemplo, ese fluido Post-scriptum de
“Demófilo” que sirve de epílogo al tomo V de los Cantos de Rodríguez Marín), en la línea de otros que, como he
indicado, en Europa se estaban también publicando. Sin duda, hubo investigadores
que invirtieron su esfuerzo, literatura y conocimientos en el estudio de la
poesía nacida del pueblo, y este trabajo tuvo continuidad, más o menos fluida,
más o menos sufrida, en todo el territorio nacional.
Los
precedentes eran escasos, no obstante, pues, como había ocurrido paralelamente a
la Arqueología y a otras disciplinas análogas, hasta este momento no se había
observado la importancia del pasado en cuanto objeto de museización y análisis[8]. Se
trataba de una ciencia novedosa, la del folk-lore,
nacida de la visión romántica y su ensalzamiento de las ruinas, de las
tradiciones, de lo que era definitorio de cada pueblo. De aquellos primeros llantos,
estas pasiones de última hora, cabría decir. Tales obras precursoras en estas faenas
de recolección son citadas por Rodríguez Marín en el Prólogo a su magnánima (y
poco citada) obra Cantos populares
españoles (1882): me refiero a los trabajos de Emilio Lafuente Alcántara[9], de
D. Preciso (Nicolás Zamácola)[10] o
Tomás Segarra[11]; no eran muchos, en
verdad. De este modo, las nuevas recopilaciones y artículos certeros fueron
abriendo caminos y tocando lugares no hollados antes por la investigación
literaria. De hecho, en cierta medida, estos trabajos iniciaban la crítica y
estudio literario en España, pese a que aún cargaban con un carácter
impresionista que, todo hay que decirlo, en ciertos casos se echó de menos en
un tipo de crítica aséptica que terminó por consolidarse.
La
Escuela de Filología Española, con don
Ramón Menéndez Pidal a la cabeza, que era la que iba a marcar la pauta a partir
de la época novecentista, sin embargo, si bien consideró el Romancero (aún
sigue trabajando en su documentación, clasificación y estudio el Seminario
Menéndez Pidal, como es sabido), desdeñó casi por completo la poesía popular menor
última, su estudio y su acopio, las dos cosas, e hizo que esos trabajos aún
recientes no tuvieran la continuidad que merecían. Esto supuso un lastre o,
mejor, una rémora de la que aún se vive, y apenas un puñado (o almorzada) de artículos
publicados en la Revista de Dialectología
y Tradiciones Populares, junto con publicaciones de importancia suma como
las realizadas por García Matos en la provincia de Madrid[12], o,
antes, en la manchega, de Eusebio Vasco[13] o
Pedro Echevarría Bravo[14], en la
andaluza de José Mª Gutiérrez Ballesteros[15], o
en la extinta Castilla la Vieja, Gabriel García Vergara[16], han
logrado hasta la fecha maquillar (cuando se recuerdan) su condición marginal.
Se podrían citar otras muchas recopilaciones y florilegios si rastreásemos
región por región, provincia por provincia, lo publicado en ellas si bien, en
fin, poco conocidas por poco citadas.
Con
la poesía popular menor –podríamos decir–, cuyos ejemplos más representativos desde
el siglo XVIII han sido las cuartetas asonantadas y las seguidillas que por
millares (a modo de plaga de langosta) invadían los aires campesinos, el canon
dijo “¡no!” y la crítica literaria desdeñó de un plumazo estos cantares del
pueblo. Esto supuso su ausencia absoluta en manuales, en historias de la
literatura o en historias críticas de la literatura, y baste con echarle un
vistazo a cualquiera de las que a mano tenga el lector. A este respecto escribe
Pedro C. Cerrillo (2005:18):
Habría que decir que las
historias de las literaturas, habitualmente, se han realizado de acuerdo a criterios cultos, sin profundizar,
salvo contadas excepciones, en las manifestaciones
literarias populares, y, en general, en la tradición literaria oral[17].
Si
había alguna lírica popular o tradicional que valía la pena estudiar,
compendiar, era sólo la medieval o la que enraizaba en esta época. Cuando
Samuel Stern descubre las jarchas mozárabes y da noticia del hallazgo en 1948, y
la investigación que de éstas hicieran Dámaso Alonso (1949) y, más aún, Emilio
García Gómez (1950) las confirmó como primeras manifestaciones líricas romances
en Europa; cuando se comprobó que una misma línea conceptual y formal comunicaba
éstas con las cantigas de amigo y con ciertos villancicos castellanos, la
investigación se concentró en esta época, en la medieval y posteriormente en la
de los Siglos de Oro, tan deudora su lírica popular con la del período anterior.
Se espigaron con minuciosidad todos aquellos textos cultos que habían dado amparo
a cualquier verso de apariencia popular, se rastrearon cancioneros, romanceros,
pliegos de cordel, obras de teatro, refraneros, etcétera, etc., todo, y los
artículos y especialistas (gran parte de ellos hispanistas extranjeros: Daniel
Devoto, Margit Frenk, Leo Spitzer y otros muchos) brotaron por doquier,
resultando que el producto de sus investigaciones hoy en día constituye obra
fundamental sobre esa nuestra lírica tradicional. Desde luego este trabajo
puntilloso y prolijo dio lugar a estudios y recopilaciones anotadas de un valor
incalculable (para los que calculamos con el rigor y el amor que ello merece).
Si ese cometido se hubiese ejercido del mismo modo sobre la lírica posterior,
no cabe duda de que hoy en día existirían trabajos memorables. Pero no se hizo.
El
estudio de la lírica que venía del medievo, aunque sólo hubiese sido por
mímesis, podría haber resultado beneficioso para el estudio de esa misma lírica
posterior a la Edad de Oro, pero no fue así, ya digo. La comparativa, al
parecer, no favoreció a las posteriores derivaciones que aquélla tuvo. Se
entendió, quizá, que si la literatura escrita en aquellos siglos era dorada,
también lo era su lírica tradicional. Lo que se salía de esa horquilla (por
usar un término estadístico o electoral), de esos márgenes, nada valía, formaba
parte de una edad de bronce, de una mediocridad que no resistía el parangón con
la gracia y calidad de la anterior. Esto creaba unos principios (o prejuicios)
culturales que, una vez asentados sus cimientos y pilares, serían de
dificultoso derrumbe. Y así ha sido, y es asunto que nadie podrá poner en duda.
Con la lírica popular creada y difundida a partir del siglo XVIII la crítica ha
actuado con una vileza desmedida, a mi entender. Se ha estimado sobre todo,
como en otros ámbitos, lo antiguo, en muchas ocasiones sólo por ser tal,
mientras que lo viejo se ha destinado al fuego del olvido, la desmemoria y el
descrédito. Sólo ha valido lo añejo o lo criado en barrica. De las numerosas
recopilaciones de la lírica popular moderna, ¿no cabía ni una antología que
salvase de la quema tanta producción? Al parecer la respuesta se entendió,
asumió y consensuó negativa, pues no hubo crítico de prestigio que la
elaborase: ni siquiera hubo una antología, como tampoco una producción crítica
al uso de la época. Acaso el bosque no dejó ver los árboles; ¿quién sabe?
Margit
Frenk (1987), la gran estudiosa de este tipo de literatura en los últimos
tiempos, recopiladora señera y sagaz, elabora su Corpus –imprescindible, por otro lado– y tan sólo llega hasta el
siglo XVII[18]. El olvido, y, por lo
tanto, la desconsideración, se cierne sobre lo que tiene lugar, por lo que
respecta a este tipo de lírica, desde este siglo, el XVII, hasta nuestros días.
Esto, claro es, puede acarrear un peligro inherente –avanzo–, porque de lo que
no se escribe, de lo que no se deja memoria, puede llegar a no haber existido.
Como dije, en el último cuarto del siglo XIX, siguiendo la estela romántica,
comenzaron los folcloristas a interesarse por esta poesía del pueblo y se
recopiló tanto material que a los críticos de esta posterioridad inmediata les
pareció quizá labor de mandarines meter la mano en él, más aún cuando ciertos
prejuicios culturalistas habían arrinconado a la poesía popular de este período
(tan anodina, tan superficial) en la periferia de la Literatura, alistándola,
por así decirlo, en el pelotón de los torpes, en la subliteratura, junto al
folletín y el romancero moderno, por ejemplo.
Los
manuales, las historias y enciclopedias de la literatura, los libros de texto,
con mejor o peor criterio, asumieron su condición de catalizadores de la
crítica literaria y ampararon en sus páginas tan sólo a las obras a las que la
crítica otorgaba el crédito y notoriedad suficientes: las jarchas, las cantigas
de amigo, los villancicos castellanos encontraron allí un hueco, un espacio ganado
gracias a la alabanza sin fin de críticos de primera línea. Ya digo, de lo que
no se hablaba, aquella parte de la literatura popular que no se estudiaba,
perdía su condición existencial.
Por
lo que se refiere a los libros de texto, en fin, la imagen que queda en los
escolares (más aún cuando esta lírica ha caído prácticamente en desuso) es que
la poesía popular no es sino un tipo de literatura que tuvo lugar en aquel
tiempo remoto en que los castellanos convivían con los árabes o España conquistaba
América. Como si el pueblo hubiese enmudecido, las últimas producciones que
salieron de su boca fueron los villancicos medievales. A lo sumo, se puede ver
indicado que la lírica popular siguió dándose entre el pueblo, pero ni se habla
de sus características ni de sus formas de difusión (como sí se hace con el
romancero), y, por supuesto, ni se reproducen ejemplos de este tipo de lírica
ni se redactan ejercicios que tengan como fin su estudio o recopilación[19].
Esto se deja en manos de unos cuantos abnegados profesores que, nadando a
contracorriente, añadimos unos apuntes al alumnado para completar el tema y
pedimos unos trabajos de campo complementarios para subir nota. Los hay,
incluso –docentes, digo– que se preocupan por publicar el resultado de estas
indagaciones escolares (¡cuidado, cada vez menos fiables!) en revistas locales
o pagadas por el propio centro, o, incluso, en publicaciones que cobran el
formato de libro cuando la buena fe de algún concejal o diputado de cultura
estima que se trata de un trabajo importante y digno.[20]
Creo
que es de justicia la reivindicación al menos del estudio de esta lírica, pues
si partimos de la idea de reintegrarla o recuperarla (porque sí) para la voz
del pueblo, que es quien, al fin y al cabo decide (siguiendo el albur de las
modas, y no la voz de un crítico o de un consistorio), nos encontraremos frente
a una causa perdida, por no decir en manos de una quimera o una entelequia.
Agotados sus contextos de expresión, esta poesía lírica breve se ahoga en la
memoria anciana de los mayores. Tal vez cuando ya nos sea imposible recuperarla
y aceche la sombra de su extinción o ésta se verifique positivamente –y es algo
que ocurre con demasiada frecuencia por lo que respecta a cuestiones de
intrahistoria, etnología o dialectología, sin ir más lejos– se magnifique y
surjan (quiero desear, en todo caso) los grandes estudios y las “búsquedas
preciosas” pero imposibles. Quizá cuando se apaguen definitivamente las voces
que la amparan, iremos a desenterrarla de esas publicaciones locales no
legitimadas por la Filología, pero depositarias de un material fundamental. Todo sigue siendo menos, y ahora que
tenemos al menos casi todo (deambulando con desconcierto, eso sí, por la
memoria de los abuelos) lo desestimamos, entre otras razones porque a cambio de
todo nadie da nada. Lo que se ha podido recopilar a manos llenas, como producto
que se vendía a granel, ha sido despojado de todo valor literario. Todo parece
que podría reducirse a términos mercantiles: el excedente de coplas y seguidillas hacía bajar su precio en el
mercado de la crítica literaria.
Quiero
insistir en ese aspecto de lo subliterario como marbete incuestionable con que
la crítica ha marcado a la lírica popular de los últimos siglos, al considerar
tales productos fáciles y ripiosos con un generalización que excede al deber de
lo que se espera al menos del historiador de la literatura y el crítico si es
que siguen una metodología científica, o positivista sin más. A nadie escapa
que obras de otros tiempos tenidas por subliterarias son hoy joyas que se
recogen con esmero en paños de oro. Ocurrió con el Romancero, como hemos
señalado, gracias a la labor, sobre todo, de Menéndez Pidal y sus acólitos, y a
la mirada elogiosa de la crítica extranjera. Seguimos buscando en aquellos
productos populares del antaño renacentista sus virtudes, la fluida rima
asonante, su brevedad y recogimiento llenos de valores de encanto. Cabe
apuntar, no obstante, que la mayoría de los poetas áulicos coetáneos de la
poseía de cancionero sólo pensaban que no eran sino frutos de una literatura
ínfima, menor, un contrapunto festivo o chusco, a lo sumo, a la que ellos
creaban, de alto copete, siguiendo los principios de la galla ciencia. Pero,
aun suponiendo que la poesía popular de raíces medievales sea un dechado de
virtudes, ¿acaso puede pensar alguien que estos poemillas populares de los
siglos XIX y XX no tienen también esa gracia virtuosa? ¿O es que se entiende
como una gracia inculta, labradora y mellada, de un pueblo llano que todavía
hoy conocemos y que perdió ese don no sabemos cuándo? ¿A quién ha de caberle en
el magín que el pueblo medieval o renacentista, tan analfabeto como el de los
siglos posteriores, tuvo una capacidad lírica superior al de épocas recientes?
A estos cantarcillos, coplas, seguidillas, etc. posteriores, el tiempo –y de
nuevo la crítica literaria– les añadirá más que quitarles (si es que se puede
quitar algo más a casos tan diezmados), como a los castillos medio en ruinas o
como a los sillares gastados y negruzcos del románico, pero también como ocurrió
con nuestra lírica primitiva.
Sin
embargo, creo que es de justicia reconocer el ripio y, por lo tanto, descartar
la hipérbole generalizadora en la descripción que de estas coplas hay que
hacer; porque la hipérbole siempre será sospechosa: de la mentira o del cobro
de comisiones[21]. La vida misma también es
a veces, o casi siempre, ripiosa, y no sublime sin interrupción, como quería
Baudelaire. Y si alguna poesía es precisamente espejo de esta vida rural, de lo
humano y de lo divino de ella, del sentimiento y de un cierto modo de razón, es
ésta. Prescindir de su estudio significa suprimir sin miramientos una parte no
sólo de la historia literaria en lengua castellana, sino de la intrahistoria
cultural y humana de mucha gente a la que hemos dado en llamar pueblo. A mi
modo de ver un poco de la historia y del pensamiento del pueblo se recoge en
estos cantarcillos, palomas mensajeras o heraldos de otro tiempo y de otro modo
de vida. No podremos, nos guste o no, hacer una historia cabal de España, o,
más cercanamente, de la Mancha toda, sin beber en los pensamientos y sentires
que habitan en estas coplillas, del mismo modo que una historia total del siglo
XIX ha de contar con los Episodios
Nacionales de Galdós, con la novela realista y con la de folletín; y la
historia imperial de la España del XVI, con El
Lazarillo de Tormes o, a nuestro interés, con los cantarcillos líricos de
aquel tiempo. Para la Antropología o la Etnología será importante, por lo
tanto, la totalidad de estos cantarcillos; para la Literatura, quizá, parte del
conjunto, pasados todos por el tamiz o cedazo adecuado.
Hablando
de los agrupamientos de material hecha por Rodríguez Marín, escribía Demófilo
en el aludido “Post-scriptum”:
Cada uno de los grupos
aludidos es de un gran interés para los que buscan en las coplas populares, más que modelos de
inigualable belleza, un medio seguro de conocer
las costumbres, el carácter y el modo
de ser del pueblo que les da vida[22].
Y
más adelante:
Estas canciones, que son, por así decirlo,
las verdaderas gacetillas de cada población, son mucho más interesantes, en mi sentir, para conocer la
historia del pueblo, que ésas otras llamadas
históricas, en que se conservan los recuerdos y reminiscencias de hechos memorables, como la guerra de la
Independencia, la civil, la de África, etcétera[23].
Desde
la alta crítica –y se trata de otro prejuicio tácito– a los que nos dedicamos a
estos asuntos “bajos” de la recopilación folclórica, del rescate de lo que yo
llamo “trastos viejos”, se nos mira un poco con la conmiseración y benevolencia
de sacristía del que viene de vuelta, y no deja de parecer cosa de tristones
algo huraños, amigos de la España (negra) de charanga y pandereta. Y casi nunca
es así, aunque algo de ello habrá, pero yo reniego de una crítica literaria que
desacredita para luego alabar y no parte de criterios semiológicos, porque actuando
así pierde su crédito ella misma al terminar por convertirse –y no es retórica–
en puro ejercicio de esnobismo, aureolado de conveniente impostura.
Dice
el académico Francisco Rico que “la literatura es la historia de la
literatura”. Hacer que esa historia de la literatura acoja de una vez y para
siempre este predio de los humildes pasa por crear en torno a ella un horizonte
de perspectivas que, haciendo prescribir ciertos escrúpulos culturalistas,
arroje sobre estos cantarcillos la mirada de nuestros olvidados folcloristas, o
de ese puñado de críticos cuya pluma se anima por la sensibilidad y el buen
gusto, o por criterios estrictamente historicistas sin más. Urge, por ello,
abrir las puertas de nuestros libros de texto y nuestros manuales a la frescura
de estas voces, porque, querámoslo o no, forman parte de nuestra historia
literaria.
La
pregunta de si es lícito o conveniente hoy en día seguir recogiendo coplas
populares y romances, o material etnográfico, dialectal o tradicional en todos
sus modos, especialmente literarios, en definitiva, cobra el sentido que ha de
otorgarle su reconocimiento obligado. Ha de imponerse como exigencia
ineludible, aunque suponga laboriosa tarea, la recuperación de estos productos,
más aún hoy en día, cuando la desaparición de cada anciano, sobre todo del
ámbito rural, significa el final de una cadena, de un proceso o un ciclo. Sin
duda, el sentido de su recuperación parece de lógica importancia histórica, por
lo que a nuestra cultura general (y no sólo literaria) toca.
Hace
ya más de un siglo que los folcloristas de esa “ciencia” se propusieron esta ocupación
como labor fundamental al ver que muchos de estos productos se iban perdiendo y
no había pluma que las recogiese por escrito. Nunca hubieran podido pensar
ellos que aún perdurarían en gran medida durante un largo siglo, más aún en
ámbitos rurales, en labores concretas y en fiestas o épocas señaladas. Es sólo
hoy cuando podemos hablar ya no de moribundia,
sino de muerte súbita. Así las cosas, es indudable que cualquier trabajo de
campo que acarree esas últimas producciones del pueblo ha de valorarse
positivamente.[24]
Una antología
Una de las causas culpables del
rechazo que ha soportado este tipo de poesía popular hay que identificarla en
gran medida con su modo de publicación, que en muchas ocasiones ha prescindido
de una clasificación o agrupamiento adecuado del material allegado[25].
Quiero decir con ello que se ha editado en masa sin seguir criterio alguno en
la mayoría de los casos, cuando más éste lo requería, lo que no ha facilitado
la labor crítica, abrumada por la abundancia de un material sin cribar y no
sistematizado. A veces, la criba, todo hay que decirlo, ha sido excesiva, y no
atenta a valoraciones de calidad sino morales, de modo que un porcentaje muy
elevado de estas coplas (quizá casi la mitad) ha quedado en la oscuridad,
inéditas[26]. Es otra de las tantas
contradicciones que han coadyuvado a su olvido: se mira con buenos ojos (con
aquiescencia monacal, podríamos decir) el material de contenido escatológico,
sexual (aun el velado o picaresco) o hiriente que llega de épocas pretéritas,
mientras que se estima de mal gusto el creado con posterioridad. Demasiados
prejuicios contra lo que habría de ser entendido como inocente si es que la
crítica debe actuar con la asepsia con la que opera un entomólogo, pongamos.
Desde
mi punto de vista, la clasificación del material tendría que atender a dos parámetros
o razones: la de su función en el canto y la de su temática. Primero una y
luego la otra, pues es conocido que, por ejemplo, el empleo de la cuarteta
asonantada sigue unas melodías distintas a las de la seguidilla y otros metros,
que actúan a modo de estribillos entre las estrofas anteriores (al menos en lo
que yo conozco en la Mancha). A continuación, como digo, se hace necesaria la
clasificación temática; indudablemente por lo que atañe a las coplas, dado su
número, y quizá se pueda excusar hacerla con las seguidillas (y otros metros) por
tratarse de una cantidad harto menor. Éste ha de ser el camino si no queremos
ver malogrado el resultado; así lo he hecho yo, al menos, en mi Cancionero.
En
primer lugar, las cuartetas las he separado en cuatro grandes grupos temáticos que
he titulado: del triste amor, del amor alegre, religiosos y morales y, por último, festivas. Y por otro lado he considerado lo que he llamado estribillos, agrupándolos, a su vez, según
su estructura métrica: de un verso, seguidillas de tres versos, seguidillas propiamente dichas y otras estrofas de cuatro versos: cuartetas de pentasílabos, cuartetas de hexasílabos, cuartetas de heptasílabos, cuartetas de decasílabos y composiciones varias a base de cuartetas
de pentasílabos y hexasílabos. Un último apartado, menos numeroso, reúne las
composiciones con distintas medidas. Estamos hablando siempre de lírica menor,
pues el romancero y otros textos pararromancísticos requieren de
consideraciones independientes que exceden las pretensiones de este artículo.
Dentro
de las cuartetas que yo he llamado genéricamente “del triste amor” he podido
distinguir (aunque no se me escapa que podrían añadirse otros subtemas y que
hay casos en los que los que enumeraré pueden actuar como vasos comunicantes)
los siguientes: las canciones del amante,
los suspiros del que ama, las lágrimas del enamorado, el amor es causa de la pena del amante, el amor no correspondido, quejas por la falsedad del amante, desengaño amoroso, altivez del amante, alguien
impide el amor de los amantes, dolor
por la tardanza del otro, dolor
porque el amado no está presente, dolor
porque el ser querido se aleja o queda atrás, el enamorado no puede olvidar a su compañero, el despertar sin el amado, los
amantes apenas están juntos, deseo de
casarse, dolor por celos, dolor por la muerte del amante y otros pesares.
Y
son temas que se desgajan del grupo denominado “del amor alegre” los que
enumero a continuación: consideraciones
sobre el amor, solicitud de amores,
el amante hará lo indecible por el otro,
el amante nunca dejará a su amada, regalos de los amantes, declaración exaltada del amor, el amante canta a la dama, alabanza general del amado, alabanza de la mujer niña, alabanza de la mujer que espera, la gracia de la mujer pequeña, alabanza del novio, autoalabanza, el primer amor,
el nombre precioso del amante, el cuerpo y talle de la amada, mi niña es como el sol, el moreno de tu cara y pelo, tu color coloradito, los cabellos de la dama, tu cara hermosa, tus dientes, los ojos, amor de labrador, la mujer de cada pueblo y, por último, otros poemas con el amor de fondo.
Por
lo que se refiere a los “religiosos y morales”, podríamos diferenciar: poemas ético-morales, caída en el pecado, la muerte, España, el luto, días festivos, Navidad, los pastores y Cristo, a los que habría que añadir el largo elenco de vírgenes y santos a los que se venera y canta en cada comarca o localidad.
Por
último, las “festivas”, que son quizá el grupo más numeroso, podrían clasificarse
ateniéndonos a los siguientes temas: la
fiesta, jotas y cantes, despedidas, localidades y comarcas, de
circunstancias, los molineros, santos, curas y otros cantarcillos con la
religión de fondo, la fealdad, insultos, deficiencias y defectos físicos, los novios, casamientos, calabazas, descrédito de la mujer, crítica
de la mujer libidinosa, contra los
hombres, cuernos, la suegra, las viejas, dinero, escatológicas, picarescas y procaces y situaciones
y meditaciones graciosas.
Ya
digo que quizá podrían sumarse otros muchos temas si realizamos una
clasificación más detallada, y, de otro modo, tal vez también podrían sintetizarse
algunos de los temas enumerados para no hacer una categorización excesivamente
puntillosa. Supongo que sería cuestión de gustos, pero cuestión necesaria de
verdad es la de ofrecer el material ordenado según los criterios esbozados.
Sabido
es que muchas de estas composiciones responden a patrones estructurales muy
repetidos, lo que viene a significar que podría partirse de ellos para elaborar
otro tipo de clasificaciones en orden a los tales[27]. En
cualquier caso creo que es un trabajo de estudio aún por elaborar que requiere
de grandes dotes de paciencia e interés.
La
consideración definitiva del cancionero moderno depende fundamentalmente de
determinar si cantarcillos populares como éstos de los que a continuación
ofrezco una antología muy personal, todos extraídos del reciente Cancionero popular de la Mancha conquense
(apunto el número específico entre paréntesis), están exentos de calidad o
gracia. Si la tienen es que requieren de un estudio, propagación y realce
ineludibles. Así canta el pueblo; oigámoslo intentando convertir en música
estas letrillas, y juzguemos sin prejuicios (o con los positivos y provechosos que
se aplicaron en el estudio de nuestra lírica primitiva):
COPLAS
No
canto porque bien canto
ni
porque sienta mi voz.
Canto
porque no se junte
la
pena con el dolor.
(4)
Suspiritos
menuditos
salen
de tu cuerpo triste,
y
se meten en el mío
como
granitos de alpiste.
(5)
Un
corazón de madera
tengo
que mandar hacer,
que
ni sienta ni padezca
ni
sepa lo que es querer.
(32)
Tu
nombre se está borrando
de
la proa de mi barca.
¡Ojalá
que el mar pudiera
tomármelo
a mí del alma!
(35)
¿Por
qué no viniste, amor,
la
otra noche y la pasada,
estando
la noche clara,
el
caminito andador y
sabiendo
que te esperaba?
(36)
Quédate
con Dios, ventana,
y
dile a la que te cierra
que
si se acuerda de mí
como
me acuerdo yo de ella.
(45)
Consejillos
que me dieron
y
yo ninguno tomé.
Pa uno que a ti te dieron
olvidaste
mi querer.
Dime
lo que te dijeron.
(82)
Como
el que muere de sed
y
busca una fuente clara,
yo
así busqué tu querer,
y
me negastes el agua.
(122)
En
medio del mar salado
han
hecho una cárcel nueva,
para
los enamorados
que
dan palabra y la niegan.
(132)
Un
amor tenía yo
que
me decía llorando
que
nunca me olvidaría,
y
ya me estaba olvidando.
(144)
Mi
corazón tú lo tienes;
dámelo
si no te sirve.
Se
lo daré a otra paloma
que
con su calor se abrigue.
(188)
Anoche
tuve por cena
dos
aceitunillas verdes,
y
se volvieron amargas
en
pensar que no me quieres.
(189)
Cuando
me dice mi madre
“chiquilla,
cierra la puerta”,
le
doy vueltas a la llave
y
siempre la dejo abierta.
(224)
Cuando
me decía mi madre
“chiquilla,
venga pa dentro”,
no
se acordaba mi madre
cuando
era de mi tiempo.
(228)
Mi
madre me da de palos
porque
quiero al de la gorra.
Al
son de los palos digo
“¡ojalá
viniera ahora!”
(230)
Dijiste
que te esperara;
hasta
las dos te esperé,
y,
viendo que no venías,
hice
cama y me acosté,
porque
el sueño me vencía.
(252)
Si
oyes doblar las campanas,
no
preguntes quién murió.
En
estando de ti ausente,
¿quién
sería, sino yo?
(261)
Ahora
sí que estamos bien,
tú
presa, yo prisionero:
tú,
con cadenas de amor;
yo,
con cadenas de hierro.
(269)
El
dolor que siente un burro
cuando
le tiran del rabo,
ése
es el que siento yo
cuando
no estás a mi lado.
(284)
Un
labradorcito, madre,
me
tiene robada el alma.
Si
no me caso con él,
morir
quiero y llevar palma
si
me la quieren poner.
(342)
Dicen
que la luna tiene
amores
con un galán,
y
los amores que tiene
es
que se quiere casar.
(363)
Yo
subí a la cruz del cerro
y
me senté en la peana,
y
allí me puse a llorar
la
muerte de mi serrana.
(387)
Si
mi corazón tuviera
ventanillas
de cristal,
te
asomarías y verías
lo
dolorido que está.
(390)
Tengo
una pena, una pena,
que
si esta pena me dura,
ya
pueden tocar a muerto
y
hacerme la sepultura.
(391)
Tengo
un padre que me riñe
y
una madre que me mata,
y
un hermanito que dice
“sigue
tu rumbo, muchacha”.
(418)
Tengo
ganas de llorar,
pero
yo me las aguanto;
que
un hombre, cuando es cabal,
nunca
derrama su llanto.
(441)
Lo
que te encargo, mi vida,
cuando
vayas de camino:
no
vayas a tomar agua
de
los pozos del olvido.
(446)
No
sé qué cantar echar
para
no ofender a Dios.
Todos
los cantares tienen
dos
palabritas de amor.
(465)
El
amor es un niñito
que
exige mucho cuidado.
Si
le da un poco de viento
ya
la hemos fastidiado.
(467)
Cuando
dos se quieren bien
y
se encuentran en la calle,
se
hacen el disimulillo
y
se miran al desaire.
(469)
A
la escuela de amor fui;
entré
tarde y salí presto.
En
poco tiempo aprendí
a
darle lección al maestro.
(471)
El
amor de forastero
es
como las golondrinas,
que,
en cuanto acaba el verano,
a
su tierra se encaminan.
(484)
Si
me quieres, dímelo,
y,
si no, di que me vaya.
No
me tengas al sereno,
que
no soy cántaro de agua.
(515)
En
Sevilla hay una casa,
y
en la casa, una ventana,
y
en la ventana, una niña
que
a los marineros llama.
(apéndice,
pág. 119)
Carta
tengo en el correo
y
me cuesta medio duro.
Por
saber de mi morena,
como
si costara uno.
(559)
Primero que yo te olvide
ha
de echar el olmo peras,
y
la carrasca, tomates,
bellotas
la tomatera.
(570)
Me
despido de tu puerta
como
el sol de las paredes,
que
por las tardes se va
y
por las mañanas vuelve.
(apéndice,
pág. 124)
Para
una triste peineta
que
me diste para el pelo,
me
quieres tener sujeta
como
el anillo en el dedo.
(578)
Después
de cien años muerto
y
de gusanos comido,
has
de encontrar en mis huesos
restos
de haberte querido.
(585)
Quisiera
volverme hiedra
y
subir por las paredes,
y
entrar en tu habitación
y
ver el dormir que tienes.
(617)
La
guitarra va que rabia;
el
tocador bien quisiera
dormir
contigo una noche,
serrana,
si tú quisieras.
(619)
Correo,
corre corriendo,
lleva
la carta a mi novia,
y
dile que, con el tiempo,
lo
que se quiere se logra.
(622)
En
tu puerta sembré un guindo
y
en tu ventana, un cerezo.
Por
cada guinda, un abrazo;
por
cada cereza, un beso.
(626)
Las
dos hermanitas duermen
en
una cama de alambre.
Mucho
quiero a la pequeña,
pero
más quiero a la grande.
(651)
De
aquellos cuatro gañanes
que
suben por la besana,
el
de la mulilla torda
me
tiene robada el alma.
(654)
Cuando
dos se quieren bien,
con
mirarse se saludan;
que
también los ojos hablan
cuando
la lengua está muda.
(675)
Los
chopos de la alameda,
unidos
de siete en siete,
no
tienen tanta firmeza
como
yo tengo en quererte.
(676)
El
querer que puse en ti
tan
fino y tan verdadero,
si
lo hubiera puesto en Dios,
ya
hubiese ganado el cielo.
(685)
Si
los besos que te di
en
un callejón oscuro
no
te los quita tu madre,
¡ni
el Santo Cristo de Burgos!
(693)
Subí
al cielo, hablé con Dios;
le
dije que te quería;
me
dijo que te olvidara:
le
dije que no podía.
(716)
Estoy
ronca, que si no
¡dónde
llegaría mi eco...!
donde
está mi amor labrando
la
tierra para barbecho.
(723)
En
casa tengo un canario
que
canta cuando te nombro.
Mira
si te nombro veces,
que
mi canario está ronco.
(724)
De
garza tienes el cuello,
garzos
tus ojitos son.
Así
tienes engarzado
tu
amor en mi corazón.
(731)
Si
la mar fuera de tinta
y
los peces escribanos,
no
podrían escribir
lo
mucho que yo te amo.
(734)
Es
tanto lo que te quiero
que
te quisiera llevar
de
día en el pensamiento
y
a la noche en el soñar.
(747)
Una
mora me enamora
y
no es mora de nación,
que
es mora porque ella mora
dentro
de mi corazón.
(749)
Bien
sé que estás acostada,
bien
sé que durmiendo, no;
bien
sé que estarás diciendo
“ése
que canta es mi amor”.
(764)
A
la pobrecita novia,
cantares
y más cantares,
que
ya se va despidiendo
de
todas sus mocedades.
(766)
Debajo
de tu ventana
me
dio el sueño y me dormí.
Me
despertaron los gallos
cantando
el quiquiriquí.
(793)
Todas
las aguas del mundo
eran
dulces, como el mar,
y
se lavó mi morena
y
se volvieron salás.
(824)
¡Qué
bonita está la parra
con
sus racimos colgando!
Más
bonitas son las niñas
de
catorce y quince años.
(844)
Me
dijiste “chiquitica”
y
se me olvidó decirte
que
la mujer chiquitica
con
menos ropa se viste.
(856)
La
niña que tiene novio
y
lo tiene en una aldea,
¡qué
contentilla se pone
cuando
el sabadillo llega!
(859)
Los
de la gorrilla al lado
nunca
me han gustado a mí.
Ahora
la lleva mi amante
y
parece un serafín.
(865)
Me
gusta el nombre de Pepe
porque
se pega en los labios.
El
de Antonio no me gusta
porque
no se pega tanto.
(901)
Cuando
venga de la siega,
asómate
a la ventana,
que
al segador no le importa
que
le dé el sol en la cara.
(918)
“Morenita
resalada”
me
llaman los marineros.
Otra
vez que me lo digan,
madre,
yo me voy con ellos.
(921)
Morena
tiene que ser
la
tierra para ser buena,
y
la mujer para el hombre,
blanca
como la azucena.
(935)
El
moreno de tu cara
no
es moreno natural:
es
que llevas ya dos años
con
la cara sin lavar.
(937)
Tienes
la cara de rosa;
el
pelo, acaracolado;
y
en cada caracolillo
llevas
un amor pintado.
(947)
Dame
de tu pelo rubio
cuerdas
para mi vihuela,
que
se me ha roto la prima,
la
segunda y la tercera.
(953)
Asómate
a la ventana,
ésa
que cae a la vega,
y
dirán los labradores
“ya
tenemos luna nueva”.
(957)
No
te asomes tanto al pozo,
que
se refleja tu cara,
y
vas a dejar al verla
hasta
al agua enamorada.
(961)
-¿Con
qué te lavas la cara,
que
tan colorada estás?
-Me
lavo con agua clara,
y
Dios pone lo demás.
(961)
Labradorcillo
lo quiero,
aunque
tenga que vender
las
horquillas de mi moño
para
darle de comer.
(1042)
Labradores
que labráis,
echad
los surcos derechos,
que
también las buenas mozas
se
fijan en los barbechos.
(1045)
Me
gustan los labradores,
sobre
todo en el verano,
por
la sal que ellos derraman
cuando
voltean el grano.
(1060)
Míralas
y remíralas,
que
de Pedroñeras son:
delgaditas
de cintura
y
alegres de corazón.
(1062)
La
mujer que se enamora
de
la ropa y no del hombre
es
una loca perdida,
porque
la ropa se rompe.
(1094)
La
naranja nació verde
y
el tiempo le dio color.
Mi
corazón nació libre
y
el tuyo lo aprisionó.
(1103)
¿Te
acuerdas cuando me dabas
azuquíllar
de tus labios,
y
yo, como criatura,
la
tomaba sin reparo?
(1107)
Cuando
mi niña se pone
por
la mañana a bordar,
ella
borda pajaritos
y
yo los echo a volar.
(1131)
¡Qué
lunita que hace hoy
para
ir a la alameda!
Tápame
con tu capote,
que
mi mantilla blanquea.
(1167)
Cariño,
cariño mío,
no
hagas caso de la gente,
que
es más chiquitito el río
que
el rumor de la corriente.
(1180)
No
es más rico el que más tiene,
que
el oro no lava penas.
Más
feliz es quien con menos
en
el mundo se contenta.
(1213)
Le
dijo el sol a la luna:
“¡Apártate,
traicionera,
que
la que anda de noche,
de
ciento sale una buena!”
(1235)
Buscar
buenos sentimientos
en
el que nunca los tuvo
es,
como en cama de galgos,
ponerse
a buscar mendrugos.
(1242)
Un
amigo verdadero
ha
de ser como la carne,
que
acude siempre a la herida
sin
esperar que la llamen.
(1255)
El
lucerillo está malo
y
la luna llora, llora;
y
las estrellas del cielo
de
luto se ponen todas.
(1276)
Quítate
ese luto negro,
que
tú no tienes perdón;
que
el luto, cuando es sentido,
se
lleva en el corazón,
no
en el color del vestido.
(1277)
“Ya
viene la Nochebuena
-a
su mujer dijo un sastre-,
prepara
bien la cocina
y
la bota que no falte”.
(1285)
Los
pastores que supieron
que
el Niño comía migas,
hubo
alguno que llevó
arroba
y media de harina.
(1290)
La
zambomba que yo toco
siente
como una persona:
unas
veces canta y ríe,
otras
veces gime y llora.
(1390)
Cuando
me pongo a cantar,
se
me olvidan los cantares,
y
cuando voy en mi burro,
señores,
los saco a pares.
(1396)
Yo
tengo una cantarilla
de
coplillas y cantares.
Cuando
quiero divertirme
tiro
de la cuerda y salen.
(1399)
Una
jota en una sala,
tocándola
con vihuela
y
sabiéndola bailar,
es
la flor de la canela.
(1420)
La
zambomba pide pan
y
el que la toca, tocino,
y
el que le ayuda a cantar
pide
un vasito de vino.
(1425)
La
guitarra pide vino
y
las cuerdas, aguardiente;
y
el músico que las toca,
muchachas
de quince a veinte.
(1427)
Zambombilla,
zambombilla,
yo
te tengo que romper,
que
en la puerta de mi novia
no
quisiste tocar bien.
(1430)
Los
pastores en el campo
cantan
y bailan a solas.
Le
dicen a la retama:
“haga
usté el favor, señora”.
(1437)
Subí
la cuesta corriendo
por
bailar, y no bailé.
Perdí
la cinta del pelo;
mira
qué jornal gané.
(1447)
El
cuquillo y la zambomba
no
saben mudar su canto:
el
cuquillo, “cu, cu, cu”;
la
zambomba, “trapo, trapo”.
(1455)
Dale
que dale, que dale,
dale
que dale al pandero ;
mi
madre es una gitana
y
mi padre, un caballero.
(1461)
Allá
va la despedida,
la
que echan los de Alconchel,
que
echaron el Cristo al río
porque
no quiso llover.
(1489)
Allá
va la despedida,
la
que echó Jesús al rastro:
la
que no tenga marido
que
se venga a mi camastro.
(1494)
Allá
va la despedida,
más
redonda que una nuez,
que
anoche parió una moza
y
ya está preñá otra vez.
(1495)
Nosotros
somos de Cuenca,
no
nos metemos con nadie.
Si
se meten con nosotros,
nos
cagamos en su padre.
(1540)
Los
pastores en el campo
comen
migas a puñados,
se
acuestan en los corrales
y
duermen con el ganado.
(1653)
A
la puerta de la cárcel
no
me venga usted con llantos;
véngame
con pesetillas
y
cajitas de tabaco.
(1674)
Ningún
pescador de caña
ni
molinero de viento
podrán
discutir sus hijos
al
hacer el testamento.
(1740)
Las
reliquias de un gran santo
un
borriquillo llevaba,
y
al venerar las reliquias
creyó
que a él adoraban.
(1749)
Allá
arriba no sé dónde,
habita
no sé qué santo,
se
reza yo no sé qué,
se
gana yo no sé cuánto.
(1750)
San
Antón guisó unas gachas
y
las guisó con picante.
Y
San Pedro le decía:
“¡que
se joda quien las cate!”
(1751)
Los
curas y taberneros
son
de la misma opinión:
cuantos
más bautizos hagan,
más
pesetas al cajón.
(1782)
Fea
soy, no lo niego,
porque
lo llevo en la cara.
Si
lo llevara en el pie,
la
media me lo tapara.
(1793)
¡Qué
bien que le cae la cresta
a
la gallina y al gallo,
a
las mujeres, el moño,
y
a los hombres, el cigarro!
(1797)
Cuando
una chata va un baile
y
la sacan a bailar,
se
le ponen las narices
como
puchero de a rial.
(1859)
-¿Tienes
novia? -Novia tengo
y
vive en el arrabal.
Me
la compras, te la vendo.
-¿Cuánto
quieres? -Dame un rial.
-Toma
dos perras que tengo.
(1882)
Mi
novia no tiene pelo;
con
el tiempo le saldrá.
Y,
si acaso no le sale,
a mí
me gusta pelá.
(1886)
Una
seca, seca, seca,
una
seca se casó.
Se
casó con otro seco;
secos
estaban los dos.
(1918)
Dicen
que casar, casar;
yo
también me casaría,
si
la vida del casado
fuera
como el primer día.
(1932)
Me
casé con una tonta
por
culpa de unos parientes.
Los
parientes en su casa
y
yo con la tonta siempre.
(1952)
El
que se casa y enviuda
y
a la iglesia va otra vez,
o
es tonto de nacimiento
o
es que se ha vuelto después.
(1973)
Tu
madre te pone majo;
tú
pretendes a las ricas;
las
ricas te dan a ti
calabazas
sin pepitas.
(1977)
Me
diste las calabazas,
me
las comí con vinagre.
Los
besos y los abrazos,
que
te los quite tu madre.
(1991)
Catorce
gallinas tengo
y
no riñen casi nunca.
Si
se volvieran mujeres,
no
podrían estar juntas.
(2028)
Cuando
yo era mozo curro,
no
me dominaba el hierro,
y
ahora viene a dominarme
una
mujer como un huevo.
(2049)
“El
hombre es un demonio”,
eso
dicen las mujeres,
y
luego están deseando
que
el demonio se las lleve.
(2087)
Para
los curas y frailes
se
crían las buenas mozas,
y
para los labradores,
los
cuernos en las alforjas.
(2088)
La
mujer que a su marido
no
le dice dónde va,
no
se extrañe que le ponga
caracoles
pa cenar.
(2097)
Más
valdría ser vidriero
y
llevar el vidrio a cuestas,
que
no mantener mujer
y
que otro le haga las fiestas.
(2100)
Desde
mi ventana veo
a
mi suegra cuando come.
No
le echo más maldición
que
al primer bocao se ahogue.
(2119)
La
que maldice a su suegra
debe
de considerar:
si
se casa y tiene hijos,
que
suegra también será.
(2122)
Como
el alma son las suegras,
según
mi corto entender:
todos
sabemos que existen
y
nadie las puede ver.
(2162)
Como
madre es un cordero,
como
esposa, un perro fiel,
y
un gato muy arisco
cuando
es suegra la mujer.
(2164)
Si
quieres ser buena suegra
y
de la nuera alabada,
ten
la bolsa siempre abierta
y
la boca bien cerrada.
(apéndice,
pág. 335)
Una
vieja tiró un pedo
en
un montón de salvao;
de
cien fanegas que había
no
quedó más que un puñao.
(2185)
Una
vieja se comió
kilo
y medio de sardinas,
y
estuvo toda la noche
por
el culo echando espinas.
(2190)
Las
solteras son de oro,
las
casadas son de plata,
las
viuditas son de cobre
y
las viejas, de hojalata.
(2201)
Una
vieja fue a los toros,
se
le cayó el abanico.
Se
tuvo que abanicar
con
el rabo de un borrico.
(2206)
Cuando
un hombre llega a viejo,
no
piensa más que en rezar,
besarle
el culo a los santos,
beber
vino y tostar pan.
(2112)
Ya
se está poniendo el sol
por
detrás de aquel cerrete.
Al
bolsillo de mi amo
ya
le está entrando el tembleque.
(2260)
El
puente tiene tres ojos;
yo
tengo dos en la frente.
Si
me cuentas el del culo,
tengo
los mismo que el puente.
(2300)
Ojo
del culo le llaman
los
valencianos al sol:
Si
tus ojos son dos soles,
dos
ojos de culo son.
(2301)
Un
cura me pidió un beso
y
no se lo quise dar,
que
los besos de los curas
saben
a huevo sin sal.
(2308)
Por
un beso que te di,
hubo
demanda ante el juez.
No
quiero tener demanda;
dame
mi beso otra vez.
(2317)
Arrímate,
bailaor,
arrímate,
que no pecas.
El
que baila y no se arrima
es
comerse el pan a secas.
(2329)
Boticario
generoso,
véndame
usted a su hija,
porque
es el mejor jarabe
que
tiene usté en la botica.
(2341)
Yo
me metí en una huerta
a
comerme una manzana,
y
me pilló el hortelano
comiéndome
a la hortelana.
(2344)
Me
casé con un pastor
pensando
que tonto era,
y
a media noche me dijo
“arrímate
aquí, cordera”.
(2347)
A
mí me gustan las viejas
yo
con las viejas me apaño.
A
mí me gustan las viejas...
de
catorce a quince años.
(2350)
Una
morena se vino
al
abrigo de mi manta.
Yo
la recibí con gusto;
la
caridad nunca falta.
(2352)
Tienes
una peca, Petra,
al
lado de la nariz,
que
con esa peca, Petra,
me
haces de pecar a mí.
(2354)
Siempre
que voy a buscarte
suelo
encontrar a tu hermana.
Eso
es al cazador leña;
en
cambio al leñador, caza.
(2362)
Desde
que te fuiste, Pepe,
el
huerto no se ha regado,
la
hierbabuena no crece
y
el perejil se ha secado.
(2368)
Yo
sembré y otro sembró
en
el tiesto de una niña,
y
luego nació una flor,
¿de
cuál de los dos sería?
(2369)
Como
soy gañán de bueyes,
me
llaman “el Pinchaculos”.
¡Cuándo
querrá Dios, morena,
que
te pinche yo a ti el tuyo!
(2375)
Mi
novia se subió a un pino
y
yo me puse debajo.
Lo
que le vi no lo digo,
que
era más negro que un grajo.
(2400)
Una
moza fue a lavar
los
calcetines de un fraile,
y
se le metió una rana
en
el “cállate y no hables”.
(2417)
¡Vaya
unas sayicas cortas
que
te traes de la ciudad!
Si
se encogen al lavarlas,
¿dónde
te van a llegar?
(2430)
Señor
maestro albañil,
usted
que trabaja en casa,
se
le ven los cataplines,
que
paecen dos calabazas.
(2446)
Cuando
la tierra emborrona
y
el árbol se pone en savia,
es
tiempo de buscar novia,
que
están las mozas que rabian.
(2467)
El
médico me receta
una
mujer de cuarenta.
Yo
digo que dos de veinte
me
tienen la misma cuenta.
(apéndice,
pág. 367)
Entre
Melín y Melames
se
comieron un besugo:
Melín
se comió la cara;
Melames,
el ojo el culo.
(2491)
Veinticinco
policías
con
veinticinco escopetas
no
pudieron atrapar
a
un viejo con dos muletas.
(2494)
Por
un caminito alante
van
un pobre y una pobra.
Cuando
se cansaba el pobre
se
subía encima la pobra.
(2495)
-Gitana,
¿por qué vas presa?
-Señor,
por causa ninguna:
porque
he robado un ramal
y
detrás vino la mula.
(2519)
Si
el amor que puse en ti,
lo
hubiese puesto en un burro,
hubiese
subido en él
y
hubiera corrido el mundo.
(2533)
Tu
madre tuvo la culpa
por
dejar la puerta abierta,
y
yo, por meterme dentro,
y
tú, por estarte quieta.
(2566)
A
tu puerta hemos llegado
cuatrocientos
en cuadrilla.
Si
quieres que nos sentemos,
saca
cuatrocientas sillas.
(2569)
Los
gallegos en Galicia,
cuando
van a trabajar,
llevan
en la alforja el vino
y
en la calabaza, el pan.
(2576)
Yo
me metí a sombrerero
por
ganar algunos cuartos,
y
aquel año iban naciendo
sin
cabeza los muchachos.
(2583)
María,
si fueras mía,
te
compraría unas abarcas,
pero,
como no eres mía,
te
jodes y vas descalza.
(2588)
Si
quieres que yo te quiera
ha
de ser con un ajuste:
que
tú no hables con nadie
y
yo con la que me guste.
(2595)
Si
quieres que te lo diga,
cantando
te lo diré:
tu
padre y tu madre son
un
hombre y una mujer.
(2597)
Me
cago en la pena negra,
en
la olla sin tocino,
en
la cama sin mujer
y
en la bodega sin vino.
(2611)
Cuando
yo te camelaba,
te
pinabas a menudo,
y
ahora que no te camelo
pareces
perro lanudo.
(2632)
El
sol le dice a la luna
que
se vaya a recoger,
que
eso de andar por la noche
no
es de mujeres de bien.
(2643)
En
la mar hay una higuera
que
echa los higos a pares.
Todo
aquél que come higos
sin
estar preñado pare.
(2671)
La
mujer que tiene punto
y
no tiene donde coma,
tiene
que vender el punto
para
que del punto coma.
(2675)
A
mí me llaman el tonto,
el
tonto de mi lugar.
Todos
comen trabajando,
yo
como sin trabajar.
(2676)
Veinticinco
mujeres,
cincuenta
tetas.
Si
las cuentas tres veces,
ciento
cincuenta.
(2687)
No
te enamores, bien mío,
de
tocador de vihuelas.
Lo
que gana a la semana
el
domingo lo echa en cuerdas.
(2709)
El
cura manda en la iglesia;
el
alcalde, en la ciudad;
y
en mi casa mando yo
(cuando
la mujer no está).
(2727)
El
que nace pobre y feo,
se
casa y lo hacen cabrón,
se
muere y va a los infiernos,
¿qué
ha de agradecer a Dios?
(2734)
Calderero
quise ser
y
no quisieron mis padres,
porque
tenía que ir
tran, volarán por las calles.
(2743)
¡Quítate
de esa ventana,
no
me seas ventanera!,
que
las que están en ventanas
de
ciento sale una buena.
(2754)
Las
muchachas de este pueblo,
cuando
no tienen qué hacer,
se
arrancan pelos del moño
y
hacen tomiza y cordel.
(2803)
Con
un corazón que tienes
y
medio que te doy yo,
juntas
corazón y medio,
y
yo, medio corazón.
(2830)
La
vida es un cigarrillo:
humo,
ceniza y candela.
Unos
lo fuman deprisa
y
algunos lo saborean.
(2860)
Cuando
yo estaba soltero
y
mi padre sin casar,
bautizaron
a mi abuelo
y
yo le llevé la sal.
(2870)
Un
zapatero y un sastre
se
comieron un melón.
El
sastre salió preñado
y
el zapatero parió.
(2876)
Consuelo,
cuando iba al tenis,
caracolitas
llevaba,
y
cuando venía del tenis
parecía
una gitana.
(jj,
pág. 415)
SEGUIDILLAS
¡Al
estribillo!
Más
vale media azumbre
que
no un cuartillo.
(2942)
Otra
me queda:
prefiero
arrancar nabos
que
ser cabrera.
(2946)
A
las tres de la tarde
merienda
Mena;
le
sirve de comida,
merienda
y cena.
(2965)
Al
salir de mi casa
me
pongo un gorro.
Las
faltas que me ponen
por
las que pongo.
(2980)
¿Cómo
quieres que tenga
la
cara blanca,
si
soy carbonerito
de
Salamanca?
(3017)
¿Cómo
quieres que tenga
el
culo quieto,
si
me estás apuntando
con
un pimiento?
(3020)
De
rosas y claveles
y
de alhelíes
se
te llena la boca
cuando
se ríes.
(3056)
Dicen
los labradores:
“Vamos
con otra.
Si
la mañana es larga,
la
tarde es corta”.
(3059)
Dicen
que los pastores
huelen
a sebo.
Pastorcillo
es el mío,
huele
a romero.
(3061)
El
que tiene una huerta
tiene
un regalo:
se
acaban los pimientos,
vienen
los nabos.
(3082)
Él
ya no va a la iglesia
porque
está cojo,
pero
va a la taberna
poquito
a poco.
(3083)
En
el baile los mozos
todos
son guapos,
y
en llegando a la quinta
cojos
y mancos.
(3087)
En
lo alto la torre
sembré
cominos;
nacieron
calabazas,
cogí
pepinos.
(3099)
Esta
noche te espero,
que
duermo sola,
y
te atranco la puerta
con
una escoba.
(3113)
Estás
haciendo media
¡quién
fuera hilo
para
estar a la sombra
de
tu cariño!
(3115)
Las
mulas de mi abuelo,
Dios
las bendiga:
corren
más cuesta abajo
que
cuesta arriba.
(3143)
Los
primeros amores
no
sé qué tienen:
se
meten en el alma,
salir
no pueden.
(3148)
No
me llames cuñada
mientras
no cuñe,
porque
las “cuñaditas”
son
pa la lumbre.
(3174)
No
plantes una viña
junto
al camino,
porque
todo el que pasa
corta
un racimo.
(3176)
Parece
mi morena
cuando
va a misa
pajarita
de nieve,
que
anda y no pisa.
(3187)
Se
va mi madre a misa,
viene
mi novio.
¡Si
durase la misa
todo
el otoño!
(2344)
Si
te siente mi madre,
sueno
la jarra,
y
le digo que vengo
de
beber agua.
(3262)
Una
pulga saltando
rompió
un ladrillo,
dos
cazuelas de barro
y
un cuenquecillo.
(3291)
Dicen
las monjas
desde
allá adentro:
“¡Para
tanto tomate
no
hay un pimiento!”
(v,
pág. 464)
OTRAS ESTROFAS
Titiritanto
nació
el cordero.
Titiritando
se
lo comieron.
(3324)
-Ábreme,
querida,
que
viene lloviendo.
-Espérate
un poco,
que
me estoy vistiendo.
(3332)
¡Ay,
que sí, que sí!
¡Ay,
que no, que no!
Casadillas
sí, eso sí,
pero
monjas no, eso no.
(3344)
¡Ay,
que te lo vi!
¡Ay,
que te lo vi!
Por
un agujero
que
tenía el mandil.
(3346)
¿Cómo
quieres, niña,
que
te venga a ver,
si
vengo del campo
al
anochecer?
(3354)
Llamo
a la ventana
y
no me respondes.
Ésas
son las penas
que
pasan los hombres.
(3368)
Por
pronto que ceno
y
avío el ganado,
cuando
voy a verte,
ya
te has acostado.
(3382)
No
te cases, niña,
no
te cases, no,
que
las casadillas
pierden
el color.
Pierden
el color,
también
la salud.
No
te cases, niña,
no
te cases tú.
(3410)
Que
me ponga mala,
que
me den el óleo,
que
no venga el cura,
que
venga mi novio.
Que
venga mi novio,
que
lo quiero ver,
porque
me parece
que
es la última vez.
(3413)
Zambomba,
zambomba,
carrizo,
carrizo;
los
hombres del campo
no
comen chorizo.
Ni
comen chorizo
ni
comen tajadas:
lo
hombres del campo
no
comen de nada.
(3421)
Ya
te he dicho, morena,
que
no comas melón,
que
te va a hacer la panza
chapetín, chapetón.
(3431)
En
teniendo la botella vino,
el
bolsillo que tenga dinero,
y
la niña que sea bonita,
¿quién
se acuerda de lo venidero?
(3439)
Referencias bibliográficas:
CARRASCO
SOTOS, Ángel (1999). La palabra y el
silencio. Libro que contiene refranes, adivinanzas,
cantarcillos populares y giros propios de los pueblos de Iniesta y Ledaña, así como una amplia muestra
fotográfica. Iniesta (Cuenca): Ayuntamiento de Iniesta-Adimán.
–
(2009): Cancionero popular de la Mancha
conquense. Cantarcillos de zambomba, jota
y corro recogidos en Las Pedroñeras y otros pueblos comarcanos desde Tarancón hasta Iniesta. El romancero y otros
textos pararromancísticos, 2 vols. Tarancón:
Diputación Provincial de Cuenca, 2009.
–
(2010): Arre moto pito pato. Folclore
infantil de Las Pedroñeras (en vías de publicación).
Cuenca: A.D.I El Záncara.
CERRILLO,
Pedro C. (2005). “Literatura oral y literatura escrita” y “El cancionero infantil
en la escuela”, en CERRILLO, Pedro
C. La voz de la memoria (Estudios sobre
el Cancionero Popular Infantil).
Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha.
DEYERMOND,
Alan (1980). Edad Media, en RICO,
Francisco. Historia y crítica de la literatura española 1. Barcelona:
Crítica.
FRENK,
Margit (1987). Corpus de la antigua
lírica popular hispánica (siglos XV a XVII). Madrid: Castalia.
MENDOZA
DÍAZ-MAROTO, Francisco (1989). Introducción
al romancero oral en la provincia
de Albacete. Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses-Diputación de Albacete-CSIC.
NÚÑEZ,
Gabriel (2008). “Noticia histórica del folclore: la ‘nueva ciencia”, en
CERRILLO, Pedro C. y SÁNCHEZ ORTIZ,
César. La palabra y la memoria (Estudios
sobre Literatura Popular Infantil).
Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 43-58.
RODRÍGUEZ
DE LA TORRE, Fernando (2000). Dichos,
coplas y versos tópicos de la Mancha
y de la provincia de Albacete. Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses-Diputación de Albacete.
RODRÍGUEZ
MARÍN, Francisco (1882-1883). Cantos
populares españoles recogidos, ordenados
e ilustrados por Francisco Rodríguez Marín, 5 vols. Sevilla.
[1] Creo
que de todos es conocido que las ediciones de las que hablo en muchos casos no
han estado respaldadas por dinero público, de modo que se ha tratado las más de
las veces de ediciones de autor, de corta tirada, mal editadas y distribuidas,
y, habitualmente, de calidad ínfima (no sólo materialmente). Es de alabar, no
obstante, este tipo de iniciativas, pues el material, aunque mal puntuado casi
siempre y plagado de faltas ortográficas, siempre es valioso. Es época la
nuestra de recopilar y de teorizar sobre la literatura oral, pero sobre todo de
lo primero (tiempo habrá para lo segundo).
[2] La imagen
“lobesca” la utiliza Francisco Mendoza Díaz-Maroto (1989:65).
[3] Animo
a leer, para mayor conocimiento de esta ciencia y su asentamiento en España, el
artículo de Gabriel Núñez (2008:43-58).
[4] Fue en 1878 cuando se creó en
Londres la Folklore Society, y tan
sólo tres años después, en 1881, Antonio Machado y Álvarez fundó la sociedad y
revista Folklore español.
[5] Cantes flamencos y cantares (1887).
[6] Cuentos y poesías populares andaluces,
coleccionadas por Fernán Caballero, Sevilla, Impr. de La Revista Mercantil, 1859.
[7] Cantos populares españoles recogidos,
ordenados e ilustrados por Francisco Rodríguez Marín, 5 vols., Sevilla,
1882-1883.
[8] En
palabras de Manuel Rodríguez Rivero: “De repente, hacia finales del XVIII, las
clases cultivadas empezaron a demandar a las que no lo eran algo más que el
respeto, la obediencia y el trabajo que les habían exigido hasta entonces:
ahora querían que, además, les suministraran sus pequeños tesoros ocultos, las
canciones que cantaban, los cuentos que se contaban al amor de la lumbre, los
utensilios de factura barata que fabricaban para facilitar o adornar sus
existencias. Los folcloristas los recogían y los clasificaban: los exponían
como riqueza de todo el pueblo (ahora ellos eran también el pueblo)” [...]
“ahora, y en el marco sacrosanto de la nación, también podían enorgullecerse de
una herencia que pertenecía a todos: lo popular” (en El País, 13-I-2010).
[9] Cancionero popular. Colección escogida de
coplas y seguidillas recogidas y ordenadas por D. Emilio Lafuente Alcántara, de
la Real Academia de la Historia, 2 vols., Madrid, Bailly-Baillière, 1865.
[10] Colección de las mejores coplas de
seguidillas, tiranas y polos que se han compuesto para cantar a la guitarra,
Madrid, Ibarra, 1805.
[11] Poesías populares colegidas por D. Tomás
Segarra, español nativo, profesor de su lengua maternal en el real instituto el
Maximilianeum y lector de la universidad de Munique (Baviera), Leipzig, F.
A. Brockhaus, 1862.
[12] Cancionero popular de la provincia de Madrid, 3 vols., Barcelona-Madrid,
CSIC, 1951-1960.
[13] Treinta mil cantares populares, 4 vols.,
Valdepeñas, 1929 [En realidad, no llegan a 9.000, por lo que el título hay que
entenderlo de manera simbólica].
[14] Cancionero musical popular manchego,
Madrid, 1951. De la provincia de Cuenca cabe citar dos obras importantes: el Cancionero folclórico popular, de Miguel
Martínez Millán (Caja Provincial de Ahorros, Cuenca, 1974) y el Cancionero popular de la provincia de Cuenca
(Diputación Provincial de Cuenca, 1982), de José Torralba. Por último, tiene
carácter manchego también el más reciente Cancionero
Musical de Castilla-La Mancha (2001), de Fernando J. Cabañas Alamán
(Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha).
[15] En
títulos como Sal y sol de Andalucía
(Madrid, 1935), Al son... de la prima y
el bordón (Madrid, 1945) o Paremiología
flamenca (Madrid, 1957).
[16] Cantares populares recogidos en diferentes
regiones de Castilla la Vieja y particularmente en Segovia y su tierra,
Madrid, 1912. Cabe citar también de Narciso Alonso-Cortés, Cantares populares de Castilla. Colección de 4.876 cantares,
recogidos..., París, 1914.
[17] Y
del mismo modo, literalmente, en su “Presentación” a mi Cancionero popular de la Mancha conquense, p. 12.
[18]
Apenas anota algunos cantarcillos relacionados con la lírica antigua en los
apartados “correspondencias” y “supervivencias”. Tampoco toca la lírica popular
más reciente esta autora en sus Estudios
sobre lírica antigua, Madrid, Castalia, 1978.
[19]
Sobre el “potencial educativo de los materiales folclóricos”, remito a Pedro C.
Cerrillo (2005:157-161 y 174-175).
[20]
Publicaciones como la “revista de folclore” Gerineldo,
del I.E.S. “Río Júcar”, de Madrigueras (Albacete), aún en liza desde el año
2000, son de gran mérito en este sentido.
[21] No obstante, Demófilo, en su
“Post-scriptum” a Cantos, habla del
ripio como “casi extraordinario en las coplas realmente populares” (tomo V, p.
165).
[22] Tomo V, p. 157.
[23] Ibídem. p. 164.
[24] El autor de este artículo lo es
también del recientemente publicado por la Diputación Provincial de Cuenca Cancionero popular de la Mancha conquense,
2 vols., presentado en Cuenca el 19 de diciembre de 2009 por Pedro C. Cerrillo.
[25]
Incluso la ofrecida por Rodríguez Marín en Cantos
(véanse índices de los volúmenes I-IV) se hace, a mi parecer, insuficiente.
[26] Creo que no miento si
digo que algo parecido está ocurriendo con la recopilación del folclore
infantil.
[27] En
este sentido, un pequeño
intento lleva a efecto Fernando Rodríguez de la Torre (2000: 23-49) en el
apartado “Las familias-tipo tópicas”.
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