DESCUBRIENDO EL CINE (Rodaje de La Venganza en Las Pedroñeras)
por Fabián Castillo Molina
El Domingo de Ramos, al salir de misa de 12, Toño y sus tres amigos, con pantalones cortos, corrieron calle abajo. En la esquina de la Condesa se les cruzó un gato atigrado que huía despavorido de un perro lobo. Pronto llegaron al cine Rex. No estaban todavía las carteleras puestas, pero la puerta estaba entreabierta. Toño subió decidido los peldaños que separaban la puerta de la acera y con cuidado se asomó al interior. Los sacos de loneta con las bobinas de película estaban allí al lado, con su etiqueta manuscrita con tinta negra. Debajo de donde ponía “TÍTULO” solo pudo distinguir una parte de él: la palabra “vino”. –¡Qué! ¿te gusta el cine?–dijo una voz inesperada que le asustó. Echó un paso atrás y respondió –¡Ah!, sí, ¿qué película echan hoy? El operador, que ya se aproximaba con las grandes carteleras y fotos en blanco y negro (a lo que llamaban “carteles”) contestó con voz forzada: –Hoy una buena, y tolerada, Marcelino Pan y vino.
El operador al que llamaban El Pirata era tuerto. Le recordó a Polifemo, el gigante que había visto hacía poco en la película en technicolor que más le había gustado: Ulises.
Por la tarde aguantaron la cola, sacaron las entradas y se acomodaron en los bancos del gallinero, que era como llamaban a la parte más alta y también más divertida del cine. Allí se permitía reír, hablar y patear cuando llegaba el valiente con su caballo partiendo el aire; mucho más que abajo, en el patio de butucas, que era más serio y cosa de los más señoritos. Aquella tarde hubo silencio, sin embargo, y Toño se fijó más que otras veces en el enorme haz luminoso que brotaba de aquella minúscula ventanilla y se hacía cada vez mayor hasta llegar a la pantalla, sobrevolando las cabezas de todos los del centro y cambiando continuamente blancos y grises entre multitud de puntos blancos. Por aquel mismo espacio, pequeño ventanillo de la cabina del Pirata, brotaba también la voz y el sonido que luego veía salir de labios de los personajes que aparecían en la pantalla. Todo aquello no lo acababa de entender todavía Toño ni tampoco sus amigos, aunque les daba cierto reparo confesarlo.
En el descanso, bajó hasta la portezuela del camarón que había justo en el pasillo que daba paso al gallinero. Casi siempre lo dejaban entornado, sin cerrarlo; empujó y aquella pequeña puerta cedió chirriando levemente. Estaba oscuro, pero él se adentró como otras veces, y agachándose, no tardó en distinguir lo que buscaba y fue cogiendo los trozos de película desechados por el operador que para él suponían verdaderas reliquias. Esta vez se llenó los bolsillos de recortes, algunos con más de siete fotogramas. Sus amigos, mientras, le cubrían la retirada también un tanto inquietos, cegando con sus cuerpos menudos el hueco de la puerta entreabierta.
Cuando escucharon el timbre que anunciaba el comienzo de la segunda parte, corrieron todos nuevamente a ocupar su banco de madera. Volvió el silencio y el gran haz luminoso.
Al salir a la calle hablaron de la película que acababan de ver y sobre todo de cuando a Cristo se le desclavaba la mano para recoger el pan que le ofrecía tan dulcemente Marcelino.
Pero lo mejor para él vendría luego, recortando los trozos de celuloide recogidos del camarón oscuro, para descubrir quién había allí en cada fragmento de la cinta; mirando a contraluz, a través del cristal de aumento colocado en la ranura de una caña hueca, construido tal artilugio por él para remediar la pérdida del visor de plástico que le trajo su tía Julia de Madrid. Esta vez tuvo más suerte que otras. Tenía un recorte de Vidas Rebeldes, en el que estaba Marilyn Monroe, película que habían proyectado hacía poco y era para mayores. No había duda, era ella y Clark Cable y los caballos salvajes que vio en las carteleras. Enseñando en la escuela esa cinta conseguiría a cambio, seguro, muchos cromos.
En Semana Santa, Luis, el amigo mayor, dijo que había dicho su padre que en julio vendrían al pueblo a rodar una película. Toño no lo podía creer de tanta ilusión como le causó la noticia. Todos los días pensaba en si sería cierto lo que había dicho Luis.
Llegó julio, los trigos en el campo estaban ya dorados y el pueblo estaba en plena recolección. No se oía mucho rumor de cine; sin embargo una mañana corrió la voz. Habían llegado al coso varios camiones con muchos aparatos y grandes focos. Corrieron otra vez los amigos a ver si era verdad. Preguntó Luis a un forastero y le dijo que por la tarde rodarían. –Necesitamos cuatro chicos de figurantes. ¿Queréis salir vosotros?–dijo. –Toño se adelantó a Luis y respondió al momento –¿De verdad? –Claro. Sólo tendréis que cruzar corriendo esta explanada por delante del carruaje con las mulas. Vale con la ropa que tenéis. –Muy bien. – Bueno, pues luego después de la siesta. A la cuatro me buscáis. Yo me llamo Gerardo, si no me veis, preguntad por el Sr. Bardem.
A Toño se le hacía muy difícil creer lo que estaba pasando. Apenas comió ese día de la excitación y los nervios. Recordaba los recortes de películas, los artistas que se veían tan grandes en la pantalla. Además, esta les habían dicho que era en technicolor. Puntuales estaban otra vez en la plaza del pilar a la que también llamaban El Coso. Había mucha gente y varias galeras cargadas de mies y con mulas uncidas. Al otro lado, junto a la carretera, habían montado en alto, sobre una plataforma, una cámara negra y muy grande, y estaba encarada hacia esos carruajes; la reconocieron porque la habían visto muchas veces en el NODO. Se fueron hacia allá y pronto encontraron a Gerardo, que al verles, les llevó ante el Sr Bardem. Tenía un bigote negro y era alto y fuerte con el pelo ondulado. Daba órdenes –Vale, chicos, muy bien–dijo. –Vosotros haced lo que os diga Gerardo. Él acompañó a los chicos otra vez hasta la parte opuesta y habló con el otro ayudante. –Cuando dé la salida Demetrio, vosotros corréis y echáis delante a las mulas antes de que lleguen a los pilones. Volvió a marcharse. Al poco rato escucharon “¡A ver, silencio por favor! Vamos a rodar”. Entonces Gerardo, después de hablarle el Sr Bardem, dijo por un altavoz de mano: “¡Atención! Ustedes, los de los carruajes y la mulas; cuando les indique mi compañero, comiencen a andar con naturalidad en dirección a los pilones del agua.
Todo era muy emocionante. Parecía increíble, pero les estaba pasando a ellos cuatro. Se oyó decir: “La venganza del segador, escena 27, toma primera. ¡Acción!” Las mulas se pusieron en movimiento tirando de las galeras con sus segadores al lado. Los chicos emprendieron la carrera y tras adelantar a la yunta de tordas dieron una espantá, y al momento se oyó decir “¡corten!” Repitieron dos veces más, pero no molestaban los chorros de sudor salado que les empañaban la vista. Cuando en la tercera cruzó corriendo una jauría de perros, el director dijo: “¡Corten! ¡Muy bien! Esta ha valido. Hemos terminado. Muchas gracias a todos. Ahora ya pueden pasar a cobrar por nuestra oficina que está en la caravana”.
Pasó el resto del verano, Navidad, y hasta casi todo el verano del año siguiente, y no se volvió a saber nada de La venganza del segador, pero poco antes de las fiestas del día de Jesús, ya se oyó por el pueblo la noticia de que el día del Cristo iban a echar en el cine la película. Hubo un gran revuelo el día que colgaron las carteleras, y dos de los carteles eran de lo que rodaron en el pueblo. En uno aparecían las dos galeras cargadas de mies, con sus mulas tirando y los segadores detrás. En el otro, se veían las mulas más cerca y los cuatro niños corriendo, y los perros. Ese día en la escuela fue el tema preferido de conversación. El día de la fiesta del Cristo había anunciadas dos sesiones, pero lo grave fue cuando vieron que era solo autorizada para mayores de 16 años. Fue como echarles un jarro de agua fría. Sus padres hicieron las gestiones con el dueño del cine, para que al menos les dejaran ver la secuencia del Coso, y hasta tuvieron que hablar con el cura y la guardia civil. Consiguieron permiso y les pusieron en el patio de butacas en las primeras filas porque eran también protagonistas, decían. Nunca habían visto las imágenes tan gigantes. Tuvieron que esperar mucho rato hasta que salió lo que todos esperaban. Se escuchó un gran rumor como de júbilo del público. Los niños se vieron corriendo solo un instante, pero imborrable. Del resto de la película Toño solo recordaba algunos detalles, como la lucha con las hoces. Y también el incendio en la era. Pero sobre todo lo que su memoria más había retenido era aquello que él y sus amigos habían vivido.
[Este relato intenta recrear los momentos en que fue rodada en Pedroñeras la película La Venganza, estrenada en 1958].
©Fabián Castillo Molina
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