Hay
juegos que desaparecieron y otros que lo van haciendo en la actualidad con
demasiada urgencia. Poco se juega hoy en la calle y la práctica de estos juegos
tradicionales va cayendo en el olvido como tantas otras cosas. Mientras ese Folclore infantil de Las Pedroñeras
espera ser publicado (se hará; no sé cuándo, pero algún día cobrará formato de
libro este trabajo que tengo guardado para cualquier ocasión y que me ha
llevado unos centenares de horas), iré dando cuenta de parte de parte del
material que lo integra. Hablé en un número anterior de algunas adivinanzas
añejas que aún pervivían en nuestro pueblo. Hoy toca hablar de juegos, para ir
variando.
(ya se publicó, claro, y aquí puedes echarle un vistazo)
El
garbancillo (número 69 de los que tengo
anotados) es uno de esos juegos desaparecidos que los de mi generación ya no
han practicado, pero sí la de mi padre, y pervivió quizá hasta los años 50-60
del pasado siglo. Se trata de la versión antigua de lo que luego llamaríamos
“churro va”.
Más o menos, en lo que se recuerda,
el desarrollo era semejante, pues un grupo iba saltando sobre las espaldas de
los componentes de otro grupo, que estaba agachado y en fila (uno tras otro).
Quien saltaba lo hacía a la voz de:
“Borriquillo,
que por ti me tienes;
si
no me tienes me caigo”.
Y aquel que caía, debido a la
acumulación de chicos, agachaba en la siguiente ronda.
No encuentro el juego documentado en
textos antiguos, aunque Sebastián de Covarrubias en su diccionario (del año
1611) recogía uno parecido al que llama “rempujarle la hava” y describe así:
“juego de muchachos, que van saltando unos sobre otros y dicen: ‘Empújote la
hava”.
El garbancillo fue sustituido por
los de mi generación por el juego llamado churro
va (número 37 de mi colección). Lo explico copiando literalmente el texto
que tengo escrito en el inédito:
Juego en el que primeramente se
formaban dos grupos de niños. Se celebraba un sorteo (a chilla o pesta) y uno
de estos grupos agachaba; así: el primer niño apoyaba o metía su cabeza entre
las piernas de la madre que era quien dirigía el juego apoyada su
espalda en una pared. El resto iba introduciendo la cabeza por entre las
piernas del compañero que agachaba delante y se cogía a sus piernas; así hasta
formar una cadena de niños inclinados.
Seguidamente cada uno de los
componentes del equipo contrario saltaba uno tras otro sobre la espalda de los
agachados diciendo “¡Churro va!” e intentando mantenerse sobre ellos sin caerse
tras el salto, pues si uno se caía o tocaba el suelo haría que, junto con él,
sus compañeros tuviesen que agachar. Era conveniente saltar lejos para que el
resto de los que lo harían seguidamente cupiesen detrás. Aunque también había
quien saltaba en el de atrás muy pegado al culo y el resto tenía que dar un mayor
salto, pero a la vez mayor golpazo en su caída y así conseguir que los de abajo
“se baldaran” y tuviesen que volver a agachar. Los había que saltaban “a
bomba”, es decir, dando un salto hacia arriba y cayendo después con fuerza e
hincando bien los huesos del culo sobre el espinazo de los contrarios.
Cuando todos estaban arriba, uno
de ellos, al mismo tiempo que pasaba con la mano derecha por el hombro, codo (o
interior de este) y mano del brazo izquierdo (si no se era zurdo, claro), iba
diciendo con cierto compás o melodía:
Churro,
mediamanga, mangotero,
si
lo aciertas te doy un caramelo.
Uno de los agachados tenía que
adivinar dónde se había quedado parada la mano del de arriba: en la mano
(churro), en la parte interior del codo (mediamanga) o en el hombro
(mangotero), cosa que controlaba con celo la madre. Si acertaba, saltarían sus compañeros en el próximo juego;
si no, lo harían de nuevo los mismos. En este caso, cada uno de los de abajo
avanzaba un lugar (el de delante pasaba atrás), pues nadie quería estar en los
últimos lugares, que solía ser donde se acumulaban casi todos (a veces hasta
uno sobre otro).
En ocasiones, había alguno que
hacía señas al de abajo indicando con el pulgar sobre el dedo índice la
posición de la mano. Evidentemente, tampoco la chiquillería se libraba de los
tramposos.
Y con estos juegos, muchas veces
chicos contra chicas, solíamos pasar los recreos en el convento y en las que
antes llamábamos escuelas viejas y nuevas (nombre que ha sido sustituido en los
últimos años por escuelas de arriba y de abajo). En fin, cosas de cuando
entonces. Ya os traeré por aquí algunos juegos más. Hasta la próxima.
[Este artículo fue publicado en Pedroñeras 30 días, nº 129, julio de 2012]
Ángel Carrasco
Sotos
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