El topónimo Belmonte (y II) Cuenca: Origen del nombre de este pueblo | Las Pedroñeras

viernes, 13 de abril de 2012

El topónimo Belmonte (y II) Cuenca: Origen del nombre de este pueblo



Prometí rematar el mes pasado el artículo (ver aquí) en el que se pretendía dilucidar el origen del topónimo Belmonte, y en esta segunda y última entrega así lo haré. Como ya indiqué, no se trata sino de una revisión del artículo publicado por mí en la revista belmonteña El Atrio (nº 23, de mayo de 2009).


Hablaba yo en el número anterior de este periódico de la versión que el filólogo Álvaro Galmés de Fuentes daba al respecto. De cómo el nombre de Belmonte no hacía referencia a un ‘bello monte’ (como pudiera pensarse), sino que el aparente prefijo bel no aludía sino a una raíz celta con el significado de ‘brillante, claro, blanco’. Apoyaban su tesis las apreciaciones de Pascual Madoz al aludir en su conocido Diccionario Geográfico a las zonas calizas y de yeso cristalizado que se localizaban en las inmediaciones de este pueblo vecino.

Lo que sigue es la continuación del artículo, en donde sigo acarreando el resto de las apreciaciones de Galmés de Fuentes y añado otras de mi propia cosecha.





Otras apreciaciones de Galmés con puntualizaciones propias

“Más aún, se basa Galmés en lo que él cree un hecho incontrovertible, esto es, que el concepto de belleza aplicado al paisaje en la Edad Media simplemente no existió. Se trata esta de una percepción estética que se iniciaría en España tímidamente en el Renacimiento con Garcilaso de la Vega. La mentalidad del hombre medieval era aún muy primitiva en este sentido “como la de los niños, como hoy todavía –dice Galmés– la del campesino”. Esto es en cierto modo evidente, desde mi punto de vista: solo hoy en día, un trigal plagado de amapolas puede resultar hermoso, pues para el campesino tradicional no sería sino un trigal “comido de amapolas” y no se dudaría de aplicarle el calificativo de “feo”. La belleza tradicional del campo se ha basado solamente en lo pragmático: un árbol hermoso es el frondoso y con abundante fruto, una tierra legamosa o árida (fría, yesosa, cruda o de almagre, pongamos) nunca es vista como hermosa, como sí lo es, en cambio, la productiva de vega. La belleza natural no estaba, ni lo está aún en cierta medida entre la gente del campo, ligada al color o a la forma, sino a la vitalidad de una planta o un sembrado, cosa que camina de la mano de su productividad y, en definitiva, del bienestar humano que proporciona. Un monte, por tanto, no podía ser bello nunca.

Cuenta Galmés una anécdota en primera persona al respecto: “Al contemplar absorto, en plenos Picos de Europa, la sobrecogedora belleza de su paisaje, un vecino de Caín razonaba así: ‘¿Vd. viene por ver esto? Pues yo por no verlo pagaba”.1

Existen, pese a todo, críticos que han apuntado cómo en el Cantar de Mío Cid (principios del siglo XIII), su autor enfatizaba en la belleza del sol en los aquellos famosos versos que rezan: “Ya crieban los albores e vinie la mañana,/ ixie el sol ¡Dios qué fermoso apuntava!” (vv. 456-457). Pero, como dice Galmés, los adjetivos fermoso y bello en esta época no hacen referencia a otra cosa que al tamaño, a la magnitud del astro rey en este caso. Se me ocurre que hoy en día no ha perdido tal acepción, y hablamos de que un chico “está hermoso” cuando está rechoncho o grande.

Y termina su argumentación Galmés, concluyendo: “Con todo esto quiero decir, que si en la literatura es muy tardío el concepto de la estética del paisaje, no podemos concebir en la toponimia, por más que la asociación etimológica [expresión que el autor prefiere a la de “etimología popular”] se imponga, un elemento que resalte el valor paisajístico, por lo que la voz bel, necesariamente relacionada con la raíz celta, no hace sino referencia a la calidad física del terreno, es decir, a la brillantez o claridad de zonas calizas, yesosas, marmóreas o cristalinas, como las que hemos visto que corresponde a los topónimos aquí analizados”.

En otro lugar2 exponía así Galmés la idea que con unas palabras u otras ha sido siempre divisa de sus trabajos sobre toponimia: “Hemos de tener en cuenta, ante todo, que la toponimia, frente a una interpretación acrítica, hace referencia a circunstancias geográficas, topográficas y características del terreno mucho más concretas de lo que generalmente se piensa, y que responden a la realidad de los lugares y parajes, que los topónimos designan”.




Mis conclusiones

Descartada, pues, la hipótesis esteticista, a mí sólo se me ocurren dos puntualizaciones, que son estas:

a) ¿No podría la voz Belmonte derivar del adjetivo latino bellus (> bel3, bell, bello) entendido en el sentido medieval de ‘grande’ > “monte grande”?; y

b) Puesto que más que un “monte” sensu stricto donde se levanta el castillo es un “cerro”, ¿no sería más lógico entender esta palabra monte, en la acepción de ‘terreno inculto cubierto de hierbas y matorrales y, a veces, de árboles’? Esta es la acepción que en Pedroñeras, por ejemplo, se ha usado tradicionalmente para denominar al monte arbolado de carrasca y pino que se extendía en suelo llano al sur del término4.

En la conferencia sobre Belmonte que D. Enrique Cuartero leyó el 10 de marzo de 1933 en la Casa de Cuenca de Madrid, dice el ponente en el apartado “Historia de Belmonte”: “Debe Belmonte a los magníficos montes de encinas y de pinos que tuvo antiguamente, y que la voracidad de la codicia o la voracidad de los incendios, o ambas a la vez, han hecho desaparecer casi por completo, el origen de su nombre (contracción de Bello-Monte) y probablemente el de su fundación, pues créese que esta se debe a unos carboneros que fueron a sus montes y que levantaron un poblado de viviendas provisionales, y sea por necesidad de su industria, por la belleza del lugar o por la abundancia y calidad de sus aguas potables, que el agua siempre tuvo gran influencia en la fundación de poblaciones, el hecho es que el poblado provisional se convirtió en una aldea que al principio siguió denominándose Las Chozas5 sin duda por ser esas las primeras construcciones y luego tomó el de Belmonte” (El defensor de Cuenca, nº 64, abril de 1933). [Subr. nuestro].




Solo determinados datos históricos contrastados pueden controvertir o refutar la tesis de Galmés de Fuentes. Quiero decir que en muchos casos es la fecha en que comienza a aplicarse un topónimo a un determinado punto o entorno lo que otorga una recta interpretación del mismo sobre el esclarecimiento de su significado primero. Pensar en una raíz celta en el origen de Belmonte hace suponer, pienso, que tal nombre existiría en una época anterior a la romana (quizá con variantes fonéticas –y gráficas–, pero siempre manteniendo esa raíz bel de la que habla Galmés).

En mi modesta opinión, solo nuestras propuestas o la opción por la que se decanta Galmés marchan por el buen camino de su justa interpretación. Ambas se alejan, a mi entender con tino, y hasta cierto punto, de aquellas que parten del apellido Belmonte o de un supuesto esteticista como origen del nombre de este, en cualquier caso, siempre bello pueblo conquense.”


Notas al texto:

[1] Algo semejante narra el escritor c en su Álbum de un viejo (1940), concretamente en el artículo titulado “Organillos callejeros”: “Recuerdo que atravesando hace muchísimos años las montañas de Asturias no podía reprimir los gritos de entusiasmo. El aldeano que me acompañaba me miraba estupefacto. –¿Le gustan a usted estos peñascos? –¡Muchísimo! El aldeano sonreía y se encogía de hombros. Para él aquellos peñascos eran cosa fea y aborrecible” (lo tomo de la edición de GEA, 1992, p. 444).

[2] En “Toponimia balear y asociación etimológica”, revista Archivum, Oviedo, 1983, pág. 419 (lo tomo de la separata facticia del mismo).

[3] La forma bel se encuentra documentada en diversos textos medievales castellanos del siglo XIII, tomada del occitano antiguo (posiblemente por vía trovadoresca), apareciendo siempre antepuesta al sustantivo masculino, apocopada por proclisis.

[4] En apoyo de esta tesis mía estaría la respuesta que los miembros del concejo de Belmonte dan a la pregunta del cuestionario de las Relaciones de Felipe II (1579) sobre el origen del nombre del pueblo (respuesta en la que, por otro lado, se dejan llevar también ya, en cierta medida, por la etimología popular “bello monte”): “La causa de llamarse así, es porque ha tenido y tiene un monte de mucha belleza de encinas muchas y notablemente altas y gruesas en un llano muy apacible de muy graciosos pastos” [subrayado nuestro].

[5] Desde luego, creo que si la denominación de Las Chozas es anterior a la de Belmonte, como así se piensa popularmente, los argumentos célticos de Galmés perderían gran parte de su fundamento.

[Este artículo fue publicado en Pedroñeras 30 Días, número 103, mayo de 2010].

LÉASE EL PRIMER ARTÍCULO (anterior a este) AQUÍ.

©Ángel Carrasco Sotos

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