EL GATO Y EL GALLO (capítulo 82º de Felipón) | Las Pedroñeras

jueves, 16 de octubre de 2025

EL GATO Y EL GALLO (capítulo 82º de Felipón)

 

por Vicente Sotos Parra



Tenía Felipón la suerte de vivir en aquel barrio del Pozo Nuevo y contar con la confianza y la amistad de estos dos sabios de los que tanto a prendió. El gato era del humano Juanantes y el gallo del hermano Frasquito.


Vivían los dos en soledad, una soledad que no se cura con compañía porque vive dentro, enquistada como una astilla que no conseguimos sacar, teniendo esa cualidad extraña de hacernos sentir acompañados en nuestra desarmonía. Los personajes no buscan la soledad, simplemente la habitan  como quien habita una casa vieja donde crujen las maderas por la noche. No hay autocompasión, solo la constatación serena de que estamos solos desde que nacemos y que el amor, cuando llega, es apenas un paréntesis luminoso u oscuro en esa condición,.

Los sabios esperan: esperan que llegue una carta, una visita que algo cambie. Pero en esa espera hay una dignidad callada, una resistencia silenciosa que trasforma la melancolía en algo parecido a la sabiduría. Estos sabios no se quejan de estar solos, simplemente constatan que la vida es así, y que también esto forma parte del paisaje humano.

Pero empecemos con la historita de estos dos sabios.

El hermano Frasquito tenía gallina en su corral y aquel gallo que se subía a la tapia a cantar anunciando que era el rey del corral.

Una de las gallinas sacó una docena de pollitos que iban de un lado al otro por el corral bajo la imparable mirada del hermano, que vigilaba al gato del hermano Juanantes encaramado en la tiná enarcando el lomo y convirtiendo sus pupilas redondas en oblicuas rayas de oro macizo. Una mañana devoró un pollete y estropeó a otro de un zarpazo. Cuando el hermano Frasquito recogía del suelo al pollito muerto, mientras el gato estaba encima de la tiná de sarmientos, el hermano lo espiaba con el rabillo del ojo.

El hermano Frasquito no gritó de ira, solamente desesperado, fue asentarse junto el brasero.

Al medio día el gato entró en el corral, se deslizó prudentemente por la tapia atisbando el ojo gris del hermano Frasquito, y deteniéndose a los pies de la mesa, maulló dolorosamente. El hermano le arrojó un pedazo de carne asada. Después de un buen rato, el viejo tomó una lata grande vacía en cuya tapa circular hizo varios agujeros, y la llenó hasta la mitá de agua, preparó un buen trozo de arambre, y con voz meliflua llamó al gato, que se deslizó de forma prudente, desconfiado como son todos los gatos, pero este más. Ya sabemos todos que si hay un animal independiente, y casi siempre solitario, listo, desconfiado y sin dueño, pues goza de su independencia siempre, solo atiende a sus intereses, ese puede que sea el gato. Era, por tanto, sabedor de que no podía fiarse. El hermano insistía, llamándole despacito, golpeando un muslo con la palma de la mano.

El gato maulló, y luego acercándose,  frotó su pelaje en los pantalones del hermano. Bruscamente, lo metió en la lata, con alambre ató la tapa, echo más carbón en el brasero, colocó la tapa encima, y tomando el fuelle, suavemente, movió el aire para avivar el fuego del brasero.

Y sentado allí, el hermano Franquito pasó la tarde escuchando los gritos del gato que se cocía vivo.

No contento con esto, al día siguiente se presentó con un plato y unas tajaíllas de gato para el hermano Juanantes diciéndole.

--Naa que digo yo, que te gustaría cenar media liebre que me ha entrado en el corral,  y como era grande y gorda, me he dicho le vendrá bien cenar media liebre.

--Gracias, Frasquito, pero ando que no tengo ganas de naa desde que se fue mi gato.

--¡¡Aique!! ¡No me jodas que de gatos está el lugar lleno!

 Así pasaron los días y el gato del hermano seguía sin aparecer.

Aquella noche estalló una terrible tormenta; los polluelos y hasta el propio gallo se refugiaron en el corral del hermano Juanantes; el viento arrancó la tapia medianera que separaba los corrales. Total, un alboroto de mil diablos, volaron las tejas y el viento que se había llevado la tapia.  Los rayos y truenos habían cesado, el sol se despertó, las gallinas se subieron al estercolero, y el gallo no se encontraba entre ellas. Los pollitos, corrían también y todos cacareaban y piaban, queriendo escuchar el ¡quiquiriquí! del   rey del corral.

Al día siguiente de la tormenta, el hermano Juanantes se presentó en la casa del hermano Frasquito con un plato, diciéndole:

--Naa ¡Ea! Que vengo para que pruebes unas tajaíllas de pavo que se coló en mi corral. Seguramente perdió el rumbo del lugar donde iba, y se quedó aquí en mi corral, y he pensado que te gustaría probarlo.

--Ando jodido, y de mala hostia copón. Ya sabes lo que yo quería a  ese gallo.

--  ¡¡Aique!! ¡No me jodas que de gallos está el lugar lleno!

--Los dos andamos de luto, tú por tu gallo, y yo por mi gato. 

Que grandes fueron estos dos sabios que conociendo la verdad, vivieron juntos de vecinos muchos años.

Discípulo de estos sabios fue Felipón, el Jabato pedroñero.  


(CHARRASQUILLO)

Desde el gato al gallo,

liebre o pavo.

Lo importante siempre

es vivir para contarlo.


Debemos evitar hacer

enemigos de nuestros amigos,

y  amigos de nuestros enemigos.

Pitágoras.

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