ARTICULO
PUBLICADO EN LA VOZ DE CUENCA POR JUAN
JIMÉNEZ AGUILAR, EL 17 DE AGOSTO DE 1931
por Miguel Ángel Vellisco Bueno

Es de lamentar que nuestro ilustre paisano D. Pelayo Quintero y Atauri -catedrático en el Instituto de Cádiz- no conociera esta sillería en 1908, cuando publicó su erudito y competente estudio acerca de las “Sillas de coro españolas”. En él “Boletín de la Sociedad Española de Excursiones”, de la cual somos ambos afiliados veteranos.
Entonces hubiera tenido esta bella y antañona
“bolserie”, apenas conocida, todos los honores que la correspondían. En primer
lugar, ser presentada por el admirado cronista de Cádiz y de Uclés, a los
amigos del Arte; y luego que tan brillante artista y escritor le dedicara algunas
páginas, fotos y dibujos.
Así, este sencillo trabajo de divulgación, no tomaría para mí las proporciones
de una tarea de titanes con un rendimiento insignificante, como el “parturiens
mons” de la fábula de Pedro.
En el
reparto del breve tiempo de que disponía en mi viaje a Belmonte donde tantas
cosas interesantes solicitan la atención del viajero -no podía salir muy
favorecido el coro de San Bartolomé dejando para otra ocasión contar el número de
sillas y reseñar, tablero por tablero, los asuntos que el entallador representó
en los respaldos de los sitiales.
Pero fue
bastante aquella rápida inspección, para darme cuenta de que hay dos órdenes de
sillas, con mayor número de asientos de los que correspondían a la totalidad de
los capilares y chantres de la Colegiala en sus mejores tiempos. Ya que la “Relación
topográfica” de Belmonte de 1 de Abril de 1579, dice que tenía Prior, Chantre,
Tesorero, Maestrescuela, seis Canónigos, cuatro Racioneros y cuatro medios Racioneros
y ocho Capellanes; que con escasa diferencia es el número de eclesiásticos
empadronados en 1786 en Belmonte, según el curioso manuscrito de D.
Mateo López.
El exceso
de asientos en el coro de San Bartolomé parece confirmar la tradición de que
esta “boiserie”, perteneció en otro tiempo a la Catedral de Cuenca, y fue
cedida a Belmonte al cambiar aquélla los coros y hacer la nueva sillera en el siglo
XVIII, durante el pontificado de Flórez Osorio.
Observé
otro detalle que también induce a creer que esta sillera se adaptó, pero no se
hizo para el coro de la Colegiata. Casi todos los tableros tienen un relieve
con un asunto bíblico -del Antiguo y del Nuevo Testamento- composición de varias figuras
enmarcadas por un arco conopial o trilobado, cuyas enjutas ocupan figuras
sueltas y más pequeñas de apóstoles, doctores, evangelistas y profetas. Únicamente los tableros de los dos rincones -más
estrechos y por tanto sin espacio para acomodar bien un grupo- contienen una sola
Figura; en cambio en otro lugar se ve que han acoplado dos tableros estrechos -y
con un personaje solitario cada uno para formar un respaldo.
Si no recuerdo mal, estas figuras sueltas -unas
con leyenda y otras sin ella- son varios ejemplares de la mujer fuerte de la
Biblia: Judit, que en la punta de un corvo bracamarte, lleva la cabeza de
Holofernes; Atalia, hija de Acab, rey de Jerusalén, que para ocupar el Trono de
sus mayores mandó dar muerte a todos los descendientes de David. Débora, profetisa
y “jueza” del
pueblo hebreo, y Jael, la hermosa judía, que dio muerte a Sisara, general
enemigo, hundiéndole un clavo en la sien mientras dormía…
Desde la
creación del
primer hombre hasta la muerte de Jesús, toda la Historia Sagrada está compendiada en aquellas interesantísimas
tallas, que he de ver de nuevo, y con todo el detenimiento necesario, Entre tantas
escenas voy recordando la “Creación de la mujer”, que surge del costado de
Adán, que ha de encontrarla a su lado, y enteramente formada, “cuando despierte”.
Tampoco salió de la frente de Júpiter, herida por Vulcano, una niña desnuda y
tierna, sino una arrogante y ágil amazona, armada de casco, escudo y lanza.
Otro
tablero representa “el primer pecado” con Adán y Eva al lado del árbol
fatal, donde se enrosca la pérfida serpiente...
No hago
memoria si luego está representado “el primer fratricidio”, que horrorizó a los
cielos y la tierra, aunque muy pronto la costumbre de
matar convirtió en actos
meritorios las grandes carnicerías que registra la Historia de la Humanidad;
ignoro si después viene “el Diluvio”, cuya ineficacia para cambiar la condición
humana fue tal, que obligó al Cielo a ensayar otro procedimiento de regeneración
dos mil trescientos cuarenta
y cinco años más tarde.
“El
Nacimiento del Redentor”, “La Adoración de los Reyes Magos”... y luego “La
Cena” y otros episodios de la Pasión y muerte de Jesús, completan la obra del
artista notable y anónimo.
Es
indudable que una paciente labor de archivo acabará con bastantes incógnitos de
estos; pero también es verdad que la absurda disposición ordenando la
destrucción de los procesos de larga fecha en los juzgados de España, ha cegado
abundosas fuentes históricas. Así, pues, en muchos casos será imposible ya
describir al autor; y en otras ocasiones tenemos que contentarnos con
una filiación hipotética, basada en el dibujo, en la técnica, en los ropajes,
armas, fondos y vagos detalles de las obras artísticas.
¿De qué
época y a qué escuela podemos referir la sillería de Belmonte? Contestar a la
primera parte de la pregunta diciendo que es del siglo XV, es recordar que en
este tiempo, nuestro arte escultórico es todavía de aluvión; que son escasos
los imagineros y entalladores indígenas, mientras se enriquecen los templos
castellanos con obras de Egas, Borgoñas y Dankart; y aun aquellos artistas
españoles no poseen un arte propio y definido, sino un reflejo de los gustos franceses,
flamencos y germanos, que acaban por fundirse y formar un arte nuevo.
El estilo
español antiguo -de cuyo nombre se abusa tanto en nuestros días- más que en Ios
motivos ornacentistas, se revela en el sentimiento religioso que inspira sus
representaciones plásticas, triunfando de cualquier influencia extraña.
Un francés
habría buscado asuntos en las leyendas del ciclo caballeresco o en la mitología
pagana; flamencos y waIones hubieran preferido temas humorísticos o grotescos,
mientras los alemanes cubrirían los tableros con grandes yelmos y pequeñas tarjas;
revueltos lambrequines y extrañas cimeras. A veces el español recoge todos
aquellos elementos exóticos, pero como motivos secundarios, para enmarcar el tema místico
y principal, más prefiriendo casi siempre a la profusión de adornos la ascética
sobriedad del “arte franciscano”, tan en boga, reinando los Reyes Católicos.
Por
aquellos días en que el maestro Gil de Siloe labraba primorosos altares y
bellos sepulcros de alabastro, donde no siempre hacia gran
alarde ornamental. No es
aventurado creer que en la Catedral de Cuenca hizo un altar de alabastro de la
capilla mayor a expensas del Comendador Alonso Beltrán del Castillo -de la
Orden de Santiago- en tiempo del obispo Fr. Alonso de Burgos; pues por los
mismos años labró en Ocaña la estatua y cama sepulcral de D. Rodrigo de Cárdenas,
caballero de Santiago y tío del último maestre de la misma orden, que costeó el
monumento y cuyos restos están repartidos entre los Museos “Victoria and Albert”,
de Londres; “Metropolitá”", de
Nueva York, y “Fitzwillian”, de Cambridge. Algunos críticos suponen que para
alguna de estas obras, Gil de Siloe dio la traza, pero las ejecutaron sus discípulos.
Pero lo cierto es que la escuela burgalesa dejó en nuestra provincia abundantes
huellas.
Por burgalés
tengo el retablo de
la capilla de Ramírez en Villaescusa de Haro; burgalesas son varias estatuillas
sueltas, de piedra y madera, de la Catedral de Cuenca, y también podemos
incluir en ese estilo -que se inicia en la antigua “Caput Castellae”… -el
frente de la urna sepulcral de caballero desconocido, que yace en la capilla de
Santiago de la misma Catedral.
En mi
opinión, las tayas de
la sillería de Belmonte son de arte castellano; perfectamente definidos por sus
trazos enérgicos e ingenua composición donde no se muestran muy acusadas las
naturales influencias de los maestros extranjeros.
Nuestra emancipación
artística comienza, paradójicamente, merced a la esclavitud de nuestro espíritu.
Dominados por el sentimiento religioso, más que a la belleza plástica, atendían
nuestros artistas a provocar emociones dramáticas; mientras los pueblos del
Norte, de floreciente riqueza y de costumbres más libres, buscaban en su misma
vida frívola y galante la fuente de su inspiración artística.
No quiere decir esto que en otros países no
existiera también un arte profundamente religioso, pero los temas preferidos
son otros y el efecto que se buscaba era otro también. El español, acostumbrado
a no pensar, ni comprender, ni discutir sobre tales cuestiones -la Iglesia se
lo prohibía terminantemente bajo severas penas- huye de los temas abstractos y
simbólicos que pueden quebrantar su fe, y busca la exaltación del sentimiento.
Como los otros pueblos, al principio también el español gusta de visiones
trágicas y violentas -martirios y penitencias- a propósito para impresionar a las
clases populares; luego sustituye estas emociones fuertes por un expresionismo
de mística dulzura y es entonces cuando en los retablos de nuestro país se
repiten tanto los relieves con la Anunciación, el Nacimiento, la adoración de los
pastores y de los Reyes, la Circuncisión y la Sagrada Familia. Otro ciclo lo
constituyen las escenas de la vida de la Virgen. con la Puerta de Oro y el
puerperio de Santa Ana en aposento
confortable; la Virgen niña subiendo las escaleras del templo, sus Desposorios
y la Anunciación.
A veces hay
un cuadro central con la Virgen en su gloria, rodeada de todas las invocaciones
de la Letanía: “Rosa mystica”, “Causa nostrae leticiae”, “STella matutina”, “Regina
angelorum”... ¿A qué seguir? No es necesario más para ver en ello cómo llega a
plasmar nuestra inveterada costumbre del piropo.
Pero la
sillería del coro de Belmonte, no es eso que hemos llegado a ver en la misma
colegiata y en el vecino oratorio de Santa Catalina, ejecutado por Pedro de
Saceda.
Este Pedro
de Saceda, y Pedro de Villadiego, entalladores que figuran en la Catedral de
Cuenca de los años de 1548 a 1570, ejecutando uno la
si la para el obrero”,
luego “unas puertas de nogal para el coro” y el otro “Iuego trabaja en la colocación de la nueva sillera”
y algunos años
más tarde en la “coronación de las sillas del coro” y las bases y recorte de
pilares del mismo. Estos escultores y sus oficiales Cerezo y Villanueva lIeváronse
el secreto del artista incógnito que acaso fue su deudo y su maestro.
Son legión
los entalladores que entonces se establecen en Cuenca, atraídos por la febril
oferta de trabajo: Altares,
escaños de formas y adornos arcaicos eran retirados como cosa inútil, para dar
entrada en las iglesias, coros y capillas al gusto neoclásico y “romano”, en
ello trabajaron Giralte del Flugo y Esteban Jamete y Miguel Ángel Santalino, alternando
con los indígenas Tomás Vázquez, Alonso de Esquinas, Francisco Vivar, Juan
Barba y Andrés de Oropesa. Entre esos apellidos españoles suena también
el de un linaje consagrado
entre los artistas: Gaspar de Berruguete cuyo parentesco con el famoso Alonso
Berruguete se desconoce. Pero estas rivalidades, frecuentes entre
los del mismo oficio, arman
las manos de sus compañeros que envidiaban su pericia: Yuna noche tendieron a Gaspar
de Berruguete en la calle, mal herido de una estocada.
Encartado
en el proceso estuvo Villanueva, el oficial de Pedro de Saceda, que trabajó con
él en las obras de BeImonte.
Miguel Ángel Vellisco Bueno
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