¿Hay alguien ahí...? - Cuentecillos y microrrelatos de Pedroñeras (1) | Las Pedroñeras

sábado, 8 de agosto de 2015

¿Hay alguien ahí...? - Cuentecillos y microrrelatos de Pedroñeras (1)



¿Hay alguien ahí...?

por Fabián Castillo Molina



            —¿Hay alguien ahí…? gritó como tantas otras veces y esperó respuesta.  En esta ocasión sí le respondió una voz que parecía venir de ultratumba. Sííí, aquí estoy esperándoteee…
            Al escuchar la respuesta, el pequeño salió corriendo como cardo que lleva el aire. Atravesó la plaza de parte a parte desde el quiosco que había frente a la puerta de la iglesia y no paró de correr hasta el callejón del Santo Sepulcro por donde se perdió entre las sombras. Luego siguió corriendo dándose con los talones en el culo y se  paró ya cerca de la calle Injurias; le temblaba el pulso y no se atrevía a mirar atrás.

           Tenía la mala costumbre, desde no recordaba cuándo, de asomarse a los brocales de los pozos del pueblo, a los portales abiertos, a los callejones oscuros, a aquellos lugares donde no se veía el final, allá donde encontraba un misterio y gritar con todas sus fuerzas la misma pregunta.
            En días de niebla, cuando esta era cerrada, incluso en las esquinas de algún cruce de calles lanzaba la pregunta y, si contestaba alguien, salía corriendo. A veces, incluso si no había respuesta ni del eco de su voz también echaba a correr a toda velocidad como huyendo de algo que le respondía dentro de su cerebro.

             No recordaba por qué ni desde cuándo había cogido aquella manía, aquel vicio. Su padre ya le pilló una vez casualmente voceando la pregunta asomado al Pozo la Comadre. Iba el hombre hacia el cementerio a media mañana y al oír la voz lo reconoció. Avanzó hacia él, rápido, pero mucho antes de llegar, sin llamarle la atención, el chico echó a correr como solía. Entonces el padre lo llamó: 
             —¡Pedroo! …, venacapacáaa, muchaaacho…
           Pero nada, el chico volvió la primera esquina de la casa de los Molina y aunque volvió a llamarlo por su nombre no logró detenerlo. El hombre siguió murmurando entre dientes:
            Ea, que s'hace el sordo el mocoso este. Pero es que no es la primera vez que lo pillo voceándole a naide. Tepaiquelamaníaquehatomaoahoraelchiqueteelcopón. 
             Y siguió su camino.
©Fabián Castillo Molina

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