por Puri Moreno Palomares

Los años setenta, ¡qué tiempos! Los mejores recuerdos que tengo son de Las Pedroñeras.
En verano íbamos a la piscina municipal y nos daba el pase Tinto, un hombre la mar de simpático y familiar que se ocupaba de mantenerla en buen estado. Allí nos juntábamos la pandilla y lo pasábamos gloria bendita.
Las pandillas, ni que decir tiene, iban por edades. La diferencia era poca, un par de años quizás. Al anochecer, cuando volvía la gente del campo, tocaba paseo por la carretera. Nos entreteníamos charlando, contando chistes y chascarrillos y muriéndonos de la risa.
A veces hacíamos excursiones con la bici. Me acuerdo que en una de las ocasiones derrapé en el camino agobiada porque los demás me adelantaban. Acabé en el suelo “estirá como un rano”. Otras, si la ocasión lo requereía, nos colábamos en alguna boda para bailar alguna jotica o lo que se terciara.
Los domingos por la mañana, después de misa, al Boni, a tomarnos el aperitivo. Había quienes hacían el “vía crucis” por los bares del Lugar. Por la tarde, a ver el fútbol o baloncesto y después, a bailar al Pepito donde sonaba el ritmo de Los Príncipes Azules junto a la piscina. Más tarde este evento al aire libre dejó paso a las discotecas, donde pinchaban música lenta para bailar “agarrao” o música más movidita para bailar suelto: Elvis Presley, los Creedence, The Rolling Stones, Tina Turner, Los Bravos, Los Chunguitos…
La vuelta a casa y la mirada al cielo. Nunca he visto las constelaciones lucir con más claridad que en mi pueblo. Allí fue la primera vez que vi al “Dragón”.
Puri Moreno Palomares
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