El texto que nos regala hoy nuestro amigo y colaborador Fabián Castillo es un complemento y marco en el que se integra esa "Leyenda de ajos y cerezas" que publicamos hace unos días, también salida de la pluma de Fabián. Con su relato os dejo.
DON QUIJOTE DE LA
MANCHA HOY
Tal como sucedió en el capítulo
XXIV de Don Quijote de la Mancha “donde se cuentan mil zarandajas tan
impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia”,
que así lo tituló su autor, dice el
narrador que “el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribió su primer autor Cide
Hamete Benengeli, que llegando al capítulo de la aventura de la cueva de
Montesinos, en el margen dél estaban escritas de mano del mesmo Hamete estas
mismas razones”.
Después de lo anterior, Cervantes justifica con mucho
humor y sorna las fantasías fuera de madre contadas por el propio don Quijote
en el capítulo que precede. Asimismo siguen apareciendo textos y libros
apócrifos 400 años después de publicarse la primera parte de esta obra que se
mantiene como cumbre de la literatura universal. El que suscribe, revisando
legajos y textos desechados y curiosos de la Biblioteca Nacional de Madrid,
descubrió no hace un mes la siguiente historia relacionada con nuestro
representante manchego universal:
“CAPITULO SIN NÚMERO”
“Donde se da cuenta de cómo
Don Quijote y Sancho llegaron a la que fue Venta de Pedro Heras y les fue
relatada la leyenda de ajos y cerezas.
Como quiera que los personajes que no habiendo sido
reales, a veces cobran tanta fuerza que perduran siglos y siglos, de éstos que ahora les hablo que ya han
cumplido cuatro (siglos) continúan tan frescos y con tantas ganas de viajar y
hacer justicia como cuando su creador los echó a los caminos en sus orígenes
allá por el año de 1605. Aparte de enfrentarse a cualquier desatino y la
interminable lista de abusos, falta de justicia y ley e inhumanidad que había y
sigue habiendo, a don Quijote le encantaba escuchar historias y leyendas, no
solo de caballería, sino de cualquier otra índole, a condición de ser contadas
por alguien con credibilidad. Así pues, a poco que rebasaron El Pedernoso el sol ya iba cayendo y hacía
frío.
─Prepárate
Sancho amigo, que grandes son los toros que veo a la derecha de la carretera y
muy finos y altos llevan los cuernos–. Y dicho esto, don Quijote dio una vuelta
en redondo a Rocinante y, lanza en ristre, lo encaró hacia el enemigo.
─Mi señor,
mire bien lo que hace y recuerde lo que le pasó con los molinos. Que yo veo un
toro grande sí, pero es un cartel de los de propaganda, que vuesa merced
recordará haber visto antes por esos caminos y llevaba un nombre escrito de
bebida que más de una vez probamos en alguna venta─. Don quijote escuchó las
palabras de Sancho y, en contra de lo que solía suceder, dijo:
─En tantos
viajes que hemos hecho juntos alguna vez has tenido razón con tus advertencias,
hijas de tus miedos, y fijándome bien, parecerme quiere que esta es una de ellas.
Sigamos el camino, que anochece y creo que no está lejos la venta de la que
tantas veces nos han hablado.
Continuaron camino, y rebasada
que fue la que antes siempre llamaron la Cuesta Grande, divisaron la torre del
pueblo que había ido uniendo el nombre al de
los ajos, y de cuya leyenda don Quijote había oído hablar, pero nunca
por boca de alguien que bien la conociera. Antes de entrar al pueblo, con las
primeros vientos de la noche, el frío arreciaba; vieron un gran edificio junto
a la carretera con un rótulo luminoso donde podía leerse Residencia Venta de
Pedro Heras.
─Sancho
amigo, este debe de ser el mejor lugar para que alguien nos relate la famosa
leyenda de los ajos tantas veces oída, pero nunca de boca de un natural de Pedroñeras.
─Dice bien, don
Quijote; paréceme lo más atinado que lleva dicho en todo el día. Yo me encargo
de Rocinante y el rucio mientras vuesa
merced va buscando acomodo.
Entró don Quijote en la
Residencia, y fue tan bien recibido como el personaje manchego más famoso del
mundo que todos conocían, y cuando supieron la curiosidad que traía de conocer
la famosa leyenda, pronto el encargado hizo llamar al Pastor Sabio que era
quien mejor conocía y sabía contar esta famosa historia.
En un santiamén ya les habían
preparado buena cena y estaba allí el nuevo narrador. Presentado que fue a don
Quijote se dieron un abrazo y al calorcillo de buena calefacción que allí
había, cuando ya hubieron saciado el apetito, comenzó a contarles la
LEYENDA DE AJOS Y CEREZAS
Pues, señor Don Quijote, como
le iba diciendo corre el año 1359. Esa mañana gélida de enero, en la estepa manchega,
una fina capa de nieve cubre suelo y tejados de la aldea que llaman Martín Ovieco.
La luz del amanecer nos deja ver a un hombre enjuto, de mediana estatura, pelo
moreno y tez cetrina vestido pobremente…
Continúa leyendo esta leyenda AQUÍ.
©Fabián Castillo Molina
No hay comentarios:
Publicar un comentario