Mi gran amigo José Mª (que en paz descanse) junto al pozo Morillo.
Este artículo fue publicado en 2008, y recordándolo, quisiera al mismo tiempo homenajear a mi amigo del alma (¡cuántos viajecillos y cuántas conversaciones tuve con él, aprendiendo siempre!) José Mª Araque Fernández. Andaba yo por aquel entonces fabricando ese diccionario para el pueblo que se publicaría luego con el nombre de El habla de Las Pedroñeras.
El artículo
[Muchos son los problemas que se le presentan al dialectólogo a la hora de hacer acopio léxico o fraseológico de una zona determinada. Por supuesto, está el del desconocimiento (si lo hay) de la zona y, por lo tanto, de la cultura (en un sentido laso) de sus gentes: costumbres desusadas ya o no, objetos con que se ha trabajado, etc., indispensables para crear, a partir de esas referencias fundamentales, los campos léxicos a los que enfrentarse en esa recuperación siempre tan valiosa].
Pero más aún lo es encontrar al informante ideal, incluso en el caso de que conozcamos todo lo que he mencionado. Esto es así porque, para qué engañarnos, el dialectólogo en ciernes suele ser un estudiante con mucha teoría, algunos libros y artículos leídos y poca práctica sobre el terreno. Ese fue hasta cierto punto mi caso. Evidentemente, yo he centrado mis estudios e intereses en nuestro pueblo, que es donde yo he vivido y, por ende, donde uno camina más seguro en estos terrenos siempre pantanosos. Pero, claro, a uno se le escapa casi por completo parte de la cultura de ese mismo pueblo donde ha desarrollado en gran medida su vida. Me refiero, evidentemente, al desconocimiento de ese otro saber de los antepasados, esa cultura que se fue abandonando progresivamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX con pasos de gigante, cultura impregnada (por no decir empapada por completo) de un vocabulario y una fraseología distinta a la usada hoy en día en este mismo pueblo (lo propio ha ocurrido de igual modo en el resto de comunidades).
En mi caso, mis familiares pusieron mucho de su parte (aún lo siguen haciendo) para que yo fuese reconquistando, como lenitivo o último consuelo, ese pasado perdido de súbito y lo fuese recogiendo para dejarlo al menos escrito y paliar su olvido, olvido que no es sino la falta de memoria cuando las personas dejan de existir llevándose con ellas el recuerdo de esas vivencias (y ese vocabulario) que, ¡oh!, ya no volverán.
Es el caso que cuando ya han pasado más de veinte años desde que inicié la recogida de todo este material que para mí era algo semejante a un tesoro (y dio lugar a aquel libro ya “antiguo” titulado El habla de Las Pedroñeras), cuando uno creía que ya lo tenía casi todo resulta que he dado con el informante ideal, el sueño de todo dialectólogo, y ese informante se llama José María Araque Fernández. Si ha sido fundamental para dar forma y remate a ese mapa de Pedroñeras que espera ver la luz cuando sea posible (espero que cuanto antes), más aún lo está siendo en la recuperación del léxico y las frases que poblaron el habla de nuestro lugar años ha.
Y es el informante ideal, perfecto, modélico, no solo porque sus más de 80 años no sean impedimento alguno a su extraordinaria y portentosa memoria, sino además (o más aún) porque pocas veces se encuentra a alguien que se desprenda de sus extensos conocimientos de manera tan gustosa y esperando tan poco a cambio: muchos chistes hemos hecho ambos al respecto para cuando llegue la hora de repartir beneficios. José María está siendo para mí un maestro en estos menesteres de la mundología. Su sabiduría de lo cotidiano abruma y poco es decir que es único en aliñar todo lo que cuenta con las anécdotas y vivencias más variadas, tantas que parece haber vivido más de una vida.
Uno de los libros de referencia que hemos seguido en los últimos encuentros ha visto sus márgenes repletos de anotaciones, palabras, frases... De este modo, vocablos que no tenía apuntados han pasado por fin a ese diccionario pedroñero aún en marcha: levá, de abenicio, adentrones, arrecoclase, zurriago, disbolsos, yeguata, a corte pluma, de chaspón, chinchorreo, ajopescao, pisaflores, chismillas, coscorro, tropá, braceá, remonta, encueretao, eszalear, escarduñar, espolillo, fafao, gachón, minchar, morrondongo, milhombres, momio, mendruguero, a matarraya, a gascas... y algunas decenas más; palabras todas ellas que eran moneda de cambio hace apenas cincuenta o sesenta años y ahora tan sólo forman parte de la arqueología léxica pues apenas sobreviven en la memoria y discurso de los más viejos.
Gracias, José María, por la ayuda que estás prestando a este necesitado e ingrato alumno, gracias por tus conocimientos y por tu humanidad. Todos sabremos pagártelo, y yo el primero, aunque no haya premio equiparable a ese legado encubierto que nos vas a dejar.
[Este artículos fue publicado en el periódico local Pedroñeras 30 Días, número 84, octubre de 2008].
[Este artículos fue publicado en el periódico local Pedroñeras 30 Días, número 84, octubre de 2008].
©Ángel Carrasco Sotos.
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Y si me dais una dirección, os lo puedo acercar a casa.
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Ángel Carrasco Sotos
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