El Taray: con Luciano Minaya | Las Pedroñeras

sábado, 10 de marzo de 2012

El Taray: con Luciano Minaya

Luciano Minaya junto a la laguna del Taray.


En este viejo artículo se exponen de manera abreviada las vicisitudes que tuvieron lugar en este lugar pedroñero junto con Luciano Minaya, que sirvió de lujoso guía en tal ocasión. Corría el año de 2006.

El artículo:

Visité hace poco El Taray. Bueno, a decir verdad yo al Taray voy muy a menudo. Es una finca bonita y a mí me gusta dejarme caer por allí allalicuando, cosa que aconsejo siempre que sea para disfrutar de ella y dar al espíritu la ración de belleza que en ocasiones nos requiere. Esta vez, sin embargo, lo hacía por motivos “profesionales” (¡ejem!): había quedado con Luciano, el encargado, para que me indicara algunos parajes que no lograba situar con exactitud en el mapa y la visita fue oportuna y la atención exquisita, y por ello quiero dar las gracias (¡qué menos!).


El Taray en un mapa de 1907.


Luciano no sólo me indicó el lugar exacto de los lugares que le precisé, sino que me informó de otros que desconocía. Gracias a él (y a José Luis Jerez, que lleva 40 años trabajando en la finca) ya sé cuáles son y dónde están el Cerro las Setas, la Casa la Gallega, el Corral Colorao, el Cerrón, el Vallejo Rufino, la Pozata los Gallardos y algunos sitios más. En fin, esa información que no viene en los mapas (a veces ni en los catastrales) y que para mí es un tesoro de nuestra toponimia. Muchos de estos topónimos ya sólo remiten a realidades pretéritas de las que únicamente ha sobrevivido el humo volátil de sus nombres. ¿Qué corral sería ése del que ya no queda ni un mal paerazo? ¿Por qué le llamarían “colorao”? ¿Por el color de su piedra? ¿Por qué le llamarían “de las setas” a ese pequeño cerro? ¿Nacerían allí en abundancia? ¿Quién pone estos nombres para que queden fijados como topónimos para siempre? Las preguntas retóricas se enhacinan, imponen sus interrogantes y uno no sabe cómo contestarlas. Bueno, quizá esto también coadyuva a su misterio y permite que la toponimia en sí misma sea algo más que una larga lista de nombres propios, vacíos y sin sentido. La respuesta a tales preguntas tal vez sea más prosaica, contenga menos poesía que el mismo hecho de formularlas. Eso también lo sabemos.

La charla con Luciano (amena en todo momento) se extendió a otros puntos: la laguna y su conservación (que nuestro amigo procura con un afán meritorio), las aves que la habitan de tarde en tarde (azulones, fochas, grullas...), la casa y, en definitiva, gran parte de lo que, en lo que él conoce, supone la historia cercana de la finca, que según me dice fue de las primeras de regadío en España y donde funcionó el primer tractor en Pedroñeras (en aquellos años en los que incluso se llegó a sembrar arroz). ¡Quién mejor que Luciano Minaya podría explicarme todo esto!: ¡si tiene 64 años y ha nacido en la misma casa! Luciano se muestra amable y me habla como si nos conociésemos de toda la vida (cosa que se agradece): me comenta sus litigios sobre la laguna o sobre ese camino de El Pedernoso a Villarrobledo que intentaron desviar a la fuerza y que no pudieron gracias a su empecinamiento fundamentado.


Antiguo mapa donde aparece la casa de Doval.


El Monte

Trabajando como lleva tanto tiempo en casa de los Doval, responde también a mis preguntas sobre la parte del monte que a esta familia pertenecía (la casa aún puede verse como a media anqueta sobre el suelo). Habla con añoranza de cuando toda esa parte de nuestro término era bosque de pino y encina, y ahora apenas quedan cuatro pegotes de pinar. Y me recuerda cómo elaboraban el picón y el carbón de carrasca que luego se vendía a compradores de Villarrobledo. No deja de mencionar ciertos puntos interesantes para mi elaboración del mapa: el arenero, una calera ya desaparecida, el Pino Gordo (con sus 3’75 ms. de perímetro) o el Pozo los Majitos.


Ruinas de la casa de Doval.


La finca

Al bajar del coche, lo primero que le dije es que El Taray era la finca más hermosa de Las Pedroñeras junto con La Veguilla. La casa, que hoy en día luce un escudo de piedra antiquísimo [de los Ochoa, su dueño original], es una maravilla, y actualmente la han restaurado con gusto y han ornamentado sus alrededores primorosamente. Los cedros, que tienen más de cien años a las espaldas, otorgan al conjunto la excelsitud que merece. Si a eso añadimos el paseo de viejos almendros derrotados y retorciéndose en sí mismos, los pinares aledaños y la laguna, pequeña pero fascinante en plena Mancha, no creo que nadie se vaya de El Taray sin haber aprendido algo que habrá que preguntar al corazón qué es.

Yo regreso con la esperanza de que los que vengan detrás sepan conservar esta finca como lo ha hecho Luciano y pongan el celo necesario para ello. Es domingo, casi la una del medio día, y él también vuelve al lugar para hacer –dice– una paella de las de chuparte los dedos. Sé a buen seguro que será así.

A mí también me gustaría escribir con la misma belleza que mi abuelo Julio hacía pleita, ensogueaba bombonas y asientos o hacía yugos, y que el resultado fuese parecido, pero me puso el listón demasiado alto. Para ello se necesita un amor infinito por lo que se está haciendo.

[Este artículo fue publicado en Pedroñeras 30 Días, número 48, marzo 2006]

 ©Ángel Carrasco Sotos




1 comentario:

  1. Luciano ha sido la mejor persona que pudo cuidar la finca, y además, uno más de la familia Doval. Desde que él no está, cada vez que voy noto una sensación de vacío tremenda. Te queremos Luciano.

    ResponderEliminar