por Vicente Sotos Parra
En el pueblo de Las Pedroñeras pocas veces se habló tanto de alguien como de la hija de la señora Rosa, una muchacha a la que todos conocían como la Capullo. Y es que la joven, caprichosa y siempre con alguna dolencia inventada, vivía mimada por su madre, quien la trataba con tanto esmero y cuidado como si fuese de cristal.