Mi infancia transcurrió en las calles aledañas a la plaza de Las Pedroñeras. Cuando salía de casa, mi madre, la hermana Pascuala "la Huevera", me decía con mucho énfasis:,"Ten cuidao, no te vaya a pillar un carro". Recuerdo que los amiguetes nos juntábamos para jugar en la calle, que era lo que nos encantaba. Jugábamos al fútbol en cualquier calle, en cualquier esquina, en la plaza... El balón lo "forjábamos nosotros, con papeles o trapos viejos y lo atábamos con una cuerda o tomiza. También jugábamos al marro, al francis, a los tres marinos en el mar y otros muchos juegos, como a la pelota a mano (el dale le decíamos) y de frontón teníamos las paredes de la iglesia, en la parte de atrás y entre capillas. También hacíamos algunas travesuras, como saltarnos las paredes del toril (que hoy es callejoncillo tras la torre de la iglesia) y, una vez dentro, hacer de las nuestras. Éramos unos trastos, pero sin maldad. Nos gustaba pasar a la iglesia para subir y bajar las escaleras de caracol de la torre. El maestro Valentín, que tocaba las campanas como los propios ángeles nos echaba fuera de la iglesia. Al paso de los años, el maestro Valentín pasó el testigo a su alumno Juan Tomás.