Lobos y el gran nevazo en Pedroñeras (relato) | Las Pedroñeras

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sábado, 27 de febrero de 2016

Lobos y el gran nevazo en Pedroñeras (relato)



por Fabián Castillo Molina 




Dejamos aparcadas las conversaciones de las dos parejas pedroñeras y volvemos al lenguaje del pueblo. Me lleva a contar esta historia de aventura y paisaje nevado la palabra nevasquear. No deja de sorprenderme la capacidad evocadora que tienen algunas expresiones del lugar, que no se oyen nada más que a personas de Pedroñeras. Me dejo llevar y me adentro en esa mañana lejana y en uno de los mayores nevazos conocidos aquí, al mismo tiempo que van surgiendo palabras y expresiones autóctonas del pueblo, así como topónimos que muchos conoceréis in situ, y de no ser así, os recomiendo hacer una excursión y disfrutarlos en cuanto sea posible.



 Lobos y el gran nevazo

El hombre decía que estaba perdiendo la memoria. Pasaba ya de los ochenta y había vivido mucho. Quería contar a todo el que quisiera escuchar aquella historia que vivió del mayor nevazo caído en Pedroñeras, según él, que fue la única vez en su vida que se vio en algo así, cuando le atacaron los lobos. No había certeza de la veracidad de su historia, pero él la hacía creíble, a pesar del desorden con el que venían a su memoria los recuerdos.

            Fue poco antes de llegar a la vereda cuando nos pasó lo peor. Iba yo pendiente mirando alante (y haciéndome visera con la mano para que no me cayeran copos en los ojos porque no dejaba de nevar) a ver si localizaba algo que me orientara para seguir bien encaminado a Pedroñeras, cuando de pronto el borrico dio una encogía y sabudió una coz levantando el culo. Casi dio en el suelo con el chico; gracias a Dios que lo pude sujetar a tiempo. Miré p´atrás y vi que uno de los lobos se abalanzaba en el animal. Solté el ramal, cogí con las dos manos la vara de oliva que me iba valiendo de bastón y me lancé contra el lobo acertándole de lleno en  to la boca que la traía abierta como un león, con unos colmillos que imponían y además echando vapor como la máquina del tren. Entonces acudió el otro al ataque y le casqué otro estacazo en tol lomo, pero toavía intentaban asegundar. Entonces fue cuando al venir de frente el primero le clavé en el cuello la parte más fina de la vara y al estirar de ella vi cómo la sangre caliente se hundía en la nieve y los dos animales huían aullando como locos. Mientras tanto, el borrico se había alejao cuesta abajo con Luis encima cubierto con la manta. A to esto, los veía borrosos, envueltos en un cortina de nieve que seguía cayendo sin cesar.


Al preguntarle al hombre, cómo había llegado allí, cómo fue de encontrarse en medio  de aquel paraje con esa gran nevada, de dónde venía con una criatura y el borriquillo y a dónde se encaminaba, qué hora sería…, entonces añadía otra parte del puzzle.

            Pues teníamos una lumbreceja en El chozo la Bisnieves, ya las últimas ascuas, y no tuvimos más remedio que hacer de tripas corazón y salir de niebla, arreando pal lugar. Lo malo fue que al salir del chozo había casi medio metro de nieve, se habían lodao las cepas. Solo destacaban las olivas, algún chaparro suelto y las zarzas que había de cuando en cuando en los lindazos, formando unos bultos suaves como grandes muñecos de nieve o grupos de gente arremoliná cubierta por una lona blanca. Saqué el borriquillo, subí a Luis encima y lo espatarré en la albarda, lo cubrí con la manta de berbina, mientras pensaba ¡Miste señor la tentación de traeme hoy al chiquete! Coloqué detrás la capacha y las alforjas; avancé un poco orientao hacia el pueblo, pero sin tener mu claro ánde encontrar el Carril de las Piedras Blancas, que era el mejor camino para acercanos a La Vereda, y ya desde allí, poder orientame aunque fuera un poco a ciegas, y a lo mejor  hasta podía vese siquiera la Casilla Sixto, algo del Donadío o la torre del pueblo si cedía algo la nevada incesante.

Dejamos atrás el chozo y tiré por lo más alto, que me quiso paecer la linde del Carril  de las Piedras Blancas que dije antes. Se hundían los pies en la nieve,  pero por lo más hondo, a la abrigá, era mucho peor. Con el borrico del ramal y el chiquete pingao arriba, aunque despacio, sirviéndome de la vara de oliva como los pelegrinos, avanzábamos, teniendo mucho cuidao ahonde se veía un poco de  vaguada, porque una de las veces cuando no hubo más remedio que pisar, aunque había tanteao con el palo, la nieve cedió bajo mi pie derecho y me clavé hasta más arriba de la rodilla


Naturalmente, al contar de esta forma los hechos, no había más remedio que ir haciendo preguntas, ¿pero esa lumbre en el chozo quién la había echado?, ¿por qué estaba usted allí y con qué fin?

            Pos mira, aquella madrugá amaneció el cielo encapotao del to amenzando nieve, pero todavía ni siquiera nevasqueaba. El aire venía heláu, pero aún así, decidí salir a ver si lograba podar un piscajo de viña que tenía cerca del paraje que llamaban (y llaman) Los Riscos y del Pozo Morillo, y dejar recogíos los salmientos. Cuando llegamos a la viñeja con el borriquillo aquel negro que teníamos, la mañana seguía igual, en suspenso. Me puse a podar y el chiquete, aunque pequeño, iba salmentando detrás. Según avanzaba la mañana, empezó a nevasquear y poco más tarde aquellos copejos finos se convirtieron en copos de verdá, vamos, en tormenta de nieve cerrá con unos copos que ya impedían ver las yemas de los salmientos. El pobrecico Luis vi que temblaba, y al borrico negro le blanqueaba el culo, la albarda, y sabudía las orejas, así que eché las tijeras en la capacha y fuimos a  guarecernos al Chozo La Bisnieves, como creo que te dije antes. Por cierto que aquello tampoco pilla mu largo de La Fuente el Lobo pero en la dirección contraria


¿Y lo de la lumbre en el chozo cómo fue? ¿Estaba encendía cuando llegaron? ¿La encendió usted?

            “¡Qué va estar, hombre!, ya verás. Llegamos ya haciendo trocha en la nieve. Entramos allí el chiquete y yo, tenía el chozo una pequeña puerta destartalá abierta de par en par, así que en la misma entrada acababa la nieve como si fuera el final de una alfombra blanca en media luna creciente. Aunque oscuro, vi que podía meter tamién el borriquejo, la puerta era baja pero lo pasé. Entorné la puerta y con lo deslumbraos que veníamos de la nieve, dentro no se veía na siquiera. Poco a poco, con la luz que entraba por las rendijas, pude ver que las piedras de la paer estaban  más negras que la pez. El suelo era de tierra pisoteá. Olía a humo que alimentaba. Nos acurrucamos un ratejo y aquella oscuridá se fue esclareciendo hasta que vi un montoncillo de verdugos de oliva y unas aleagas allí arrimaos al fondo. Noté un alivio en el cuerpo al tentame el bolsillo de la pelliza y comprobar que llevaba el menchero de pescozón y la petaca. Me devanté de allí y coloqué un acho de aleagas debajo de los verdugos secos de oliva. Aparté un poco al lao una vara tamién de oliva más larga y gordica que había debajo, encendí la mencha a base de dale con mano firme a la ruedecilla y esta a  la piedra, mientras le soplaba hasta que se hizo ascua la punta. Entonces puse el ascua bien pegá a las aleagas más tupidas que tenían entremedias un cardo blanco seco y aquello de dos soplíos que le di escapao echó a arder. ¡Qué alegría nos dio pronto el calor de las llamaratás y la luz rojo-amarilla que inundaba to´l chozo! Y más toavía cuando vi  con esta luz dos cepas y unas gavillas de salmientos allí arrimás al otro lao que no había visto; además, había tamién dos buenas piedras aonde poder sentase. Pensé si habría sio Checa (de quien eran las olivas cercanas al chozo) el que había dejao aquel apaño de leña pa un apuro o habría sio el pastor. Se lo agradecí de verdá entre mí, a quien hubiera tenío aquella güena idea.


Y a todo esto, después de lo que me ha contado, ¿estaban ustedes en ayunas? El pobre chico no sé cómo aguantaba. ¿Qué hicieron allí dentro?

            !Deja que te cuente!, ya te lo iba a decir. En las alforjas llevábamos la merienda toavía sin estrenar. Acerqué las dos peñas a la lumbre y le dije al chiquete: Venga, arrímate aquí que vamos a comer un bocáu mientras escampia. No te apures, hermoso, porque acuérdate de lo que te digo, es un refrán que no marra: Nunca nevó, ni llovió, que no escampió’. Almorzamos y miré por las rendijas mayores que dejaba la puerta en la parte de arriba. Entraba un chorro que cortaba y eso que no había vendisca. Los copos caían suaves como plumas, mu seguíos  y cada vez más grandes. El olivar cercano y to´l campo estaba completamente blanco. Volví a la lumbre y recogí un poco las puntas de salmientos que estaban fuera y aticé las cepas que humeaban y no ardían mu bien. El pequeño bujero del techo y las rendijas de la puerta hacían güen tiro y no andaba humo en el chozo  no, pero allí calor no hacía. Al poco dije entre mí ¡Ea, que paecía que no iba a ser na esto y mira la que se nos está liando!


¿Y qué ocurrió después hasta que salieron de allí?

            “¿Qué pasó, pos mira, te lo voy a decir. Pasaba el tiempo, sin sol y sin reló, llegó un momento que no tenía idea de qué hora podía ser. El silencio total lo interrumpía de vez en cuando Luis dando con una punta de salmiento en la piedra aonde estaba sentao; un salmiento de esos que rechirben por un extremo por no estar secos. Escuché algo ajeno y dije ¡calla!, pararon los golpes y distinguí como unos aullíos de perros, dije entre mí ‘¡malo!.  Los grandes copos no cesaban de caer y el cielo seguía cerrao. Atranqué la puerta con mi piedra y me quedé un rato de pie. Las cepas se habían consumío, ya quedaban solo unas buenas ascuas y estaba mirándolas cuando escuché que alguien o algo arañaba en la puerta. Me fui a ella, miré por la rendija de arriba y mis ojos chocaron con otros ojos feroces. Vi dos bichos enormes que me pusieron los pelos de punta. Apreté la puerta. El borrico vi que rebullía con las orejas tiesas. Me acerqué a la lumbre y revisé el chozo con la vista. Volví asomame. Los dos lobos se habían retirao de la puerta y miraban hacia el lugar. Pensé que era el momento; cogí la vara de oliva que tenía cerca del fuego, le dije a Luis que se quedara quieto al lao del borrico, aparté la piedra con cuidao y salí como una´xalación hacia los lobos y al pillalos por sorpresa pude alcanzar a uno dándole un estacazo con toas mis fuerzas que lo domé, aulló de dolor y los dos salieron de huida dejando una senda bien marcá en la nieve. Me pasé rápido, dejé la vara y volví a atrancar la puerta con la piedra. Vi que Luis estaba asustao el pobre junto al borrico, y el animal tamién inquieto. Tranquilicé a los dos y nos acercamos a las ascuas que iban aminorando su tamaño. Seguía nevando sin cesar. Empecé a pensar que no iba a tener más remedio que salir de allí antes que viniera la noche.

Nos comimos lo que nos quedó del almuerzo y le dije al chico: no tengas miedo, hermoso, nos vamos a ir pal pueblo, ya. Te voy a subir en el borriquete y bien tapaíco con la manta no vas a pasar frío, yo iré andando y  lo llevaré del ramal.


¿Y fue entonces ya cuando salieron para el pueblo y luego les ocurrió lo del ataque de  los lobos y la coz del borrico?

            “Eso es, los dos lobos se conoce que en cuanto se alejaron un poco y se les pasó el primer susto, quedaron al acecho. Luego, son mu listos, nos fueron siguiendo y trataron de sacar tajá del borriquillo, pero se les dio mal.

            Sí, cuando vi que seguía nevando sin parar y la luz del día empezaba a apagase como la luz de un candil cuando se le va terminando el aceite, cuando dije, hasta aquí hemos llegao.

            Luego, después del segundo encuentro con los lobos ya caminando, al distinguir a mi derecha El Cerro la Ruina, es cuando supe que estábamos llegando a la vereda y eso me animó, pero más todavía ver que de ahí pabajo se notaba que no había nevao tanto y aunque cada pisá se hundía en la nieve hasta media canilla, ya no era la misma sensación de que te vas a quedar atascao allí hasta los ojos. De toas maneras, ese fue un nevazo disparáu, el más grande que yo he visto en toa mi vida. Porque es que luego llegamos al pueblo y a la mañana siguiente seguía sin dejar de nevar. Con decite que en el patiejo de mi casa, a la abrigá, llegaba la nieve así en disminución hasta las mismas tejas del atajao".

CONTINÚA AQUÍ (Pincha para leerlo).


Libros de Fabián Castillo Molina

Al pueblo (poesía) y La Culpa (novela)



 

6 comentarios:

  1. Cuando han transcurrido cincuenta años fuera del pueblo y casi había olvidado el lenguaje de PEDROÑERAS,al leer este relato me resulta entrañable y me trae viejos recuerdos que ya te contare de aquel Nevazo en Abril del cincuenta y poco mas.
    Gran idea la de trabajar por nuestras raíces.

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  2. Cuando han transcurrido cincuenta años fuera del pueblo y casi había olvidado el lenguaje de PEDROÑERAS,al leer este relato me resulta entrañable y me trae viejos recuerdos que ya te contare de aquel Nevazo en Abril del cincuenta y poco mas.
    Gran idea la de trabajar por nuestras raíces.

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  3. Me alegra tu lectura y lo que dices. Muchas gracias.

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  4. Me gustaría saber aproximadamente el año de este suceso. Gracias.

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    1. Podemos situarlo en los años 50, pero también podría haber sido antes y hasta los años 60. El una ficción basada en elementos reales y topónimos conocidos que lo hacen más verosímil.

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  5. Buenos recuerdos de aquel nevazo en e'lugar.Aunque teníamos 7 años,lo recuerdo como si fuera ayer. Yo tengo el recuerdo de la bola de nieve que hicieron los quintos en El Coso, la cual duró muchos días sin deshacerse.

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